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Cómo curar la violencia: una propuesta para disminuir los ajustes de cuentas

Un programa de estas características tiene el potencial de salvar más vidas que cualquier otra política

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12 de abril de 2020 a las 05:00

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Gary Slutkin1  tuvo su primer contacto real con el control de enfermedades contagiosas en la década de 1980, cuando trabajaba como médico epidemiólogo en el Hospital General de San Francisco. Por aquel entonces no existía el coronavirus, pero la inmigración había traído de vuelta la tuberculosis a Estados Unidos y a él le tocó estar al frente de los esfuerzos de prevención. Esa experiencia lo llevaría a buscar nuevos desafíos y Slutkin no se anduvo con medias tintas. En 1985 aterrizaba en un campo de refugiados en Somalia y era uno de los seis médicos encargados de cuidar la salud de más de un millón de personas.

En teoría, su labor allí consistía en evitar la propagación de la tuberculosis entre los refugiados, pero las enfermedades contagiosas proliferaban y eventualmente tuvo que abocar sus esfuerzos a evitar también la propagación del cólera. Para contener las distintas epidemias debían seguir el mismo método que seguimos hoy con el covid-19: identificar a los infectados y tratarlos, pero también identificar y aislar a aquellos con los que hubiesen tenido contacto.

Como los recursos escaseaban, Slutkin decidió reclutar a personas refugiadas y entrenarlas como precario personal de la salud. Era una opción subóptima, pero que también tenía importantes ventajas. A diferencia de extranjeros y personal sanitario en general, los refugiados disfrutaban de una confianza y credibilidad natural entre la población objetivo, lo que en definitiva los hacía extraordinariamente efectivos a la hora de generar cambios de comportamiento y de imponer normas de prevención del contagio.

Tras varios años en Somalia, su trayectoria y el éxito de sus intervenciones llamaron la atención de la Organización Mundial de la Salud, que consideró que Slutkin era la persona indicada para liderar la respuesta contra una nueva pandemia que comenzaba a causar estragos en África. La lucha contra el VIH/sida lo llevó a Uganda, Ruanda, Burundi y la República Democrática del Congo, entre otros países. En 1995 decidió parar. Tras más de diez años viajando, era tiempo de regresar a casa.

Para su sorpresa, en su ciudad natal de Chicago también azotaba una crisis. Si bien no había cólera ni tuberculosis, desde hacía años la ciudad padecía los tiroteos y la violencia creciente de las pandillas. A mediados de 1990, Chicago tenía una tasa de homicidios superior a 30 por cada 100 mil habitantes y se había convertido en una de las localidades más peligrosas de Estados Unidos, a la par de algunas de las ciudades más letales de América del Sur.

A Slutkin le bastó con ver algunos gráficos y mapas de los homicidios para reconocer el mismo fenómeno contra el que había luchado durante tantos años. Los patrones de concentración y propagación eran casi idénticos. Los asesinatos se agrupaban en ciertas calles y manzanas, y exhibían períodos de crecimiento, incubación y demora. La violencia armada en Chicago parecía comportarse igual que las enfermedades contagiosas.

Descubrió, además, que había factores de riesgo que predecían la violencia –hombres jóvenes que no trabajan ni estudian, marginalidad, uso de drogas y armas de fuego, entre otros– y que, al igual que una infección gripal está precedida por la infección de otra persona, el factor de riesgo más importante para un caso de violencia era un caso de violencia previo. En otras palabras, un asesinato terminaba generando muchas muertes posteriores.

Para un epidemiólogo, esta era una gran noticia. Si la violencia armada se comportaba como una enfermedad contagiosa, entonces habría una forma de revertirla. Puso manos a la obra y dedicó los años siguientes a buscar financiamiento y armar un equipo. Juntos desarrollaron la teoría de la violencia como un problema de salud contagioso y crearon un enfoque epidemiológico para prevenirla.2

Fue así como nació el programa Cure Violence,3 que aplica el mismo método que Slutkin había usado tantas veces en otros países para combatir epidemias. En consecuencia, se debe 1) detectar e interrumpir la transmisión, 2) prevenir la propagación y 3) cambiar los comportamientos riesgosos de la comunidad.

En el año 2000, Slutkin y su equipo desarrollaron un plan específico para West Garfeld Park, el barrio más peligroso de Chicago. Al igual que había hecho en otros países para combatir epidemias, contrataron a personas que pertenecían a la comunidad y que tenían acceso y credibilidad entre la población de riesgo. Su objetivo estaba definido de manera clara y estricta: evitar tiroteos y asesinatos. Nada más y nada menos. Por lo tanto, los trabajadores debían conocer de primera mano el ambiente y ello hacía imprescindible que fuesen ex miembros de pandillas. Los llamados interruptores de la violencia debían haber crecido en los mismos barrios, cometido los mismos crímenes y asesinatos, y también haber cumplido penas de prisión por ellos. Debían ser personas que hubiesen logrado dejar atrás ese mundo, y que ahora tenían la oportunidad de ayudar a otros a hacer lo mismo.

Su labor principal consistía en detectar e interrumpir potenciales hechos de violencia que estuviesen a punto de estallar. Con ese fin, los interruptores debían establecer y hacer un seguimiento de una densa red de contactos que les permitiese advertir cualquier suceso o desacuerdo pasado o presente que fuese susceptible de volverse un conflicto. Durante el día visitaban la zona y conversaban con vecinos, maestros, personal médico, pandilleros y víctimas. De noche, recibían pedidos de ayuda de los involucrados, de sus familiares o amigos, así como también de miembros de la comunidad que se mostraban preocupados. Contactaban a los implicados, se reunían con ellos personalmente y aplicaban distintos métodos: ganar tiempo para calmar las emociones, mostrar empatía y comprensión por los agravios, distraer con nuevos pensamientos, replantear la situación de forma que no exigiese venganza y violencia, y ofrecer nuevas perspectivas sobre las consecuencias que tendría un enfrentamiento. Los resultados fueron formidables. Como la violencia se propagaba de manera similar a un contagio, prevenir un asesinato evitaba varios más. En consecuencia, el primer año de implementación se tradujo en una disminución de los tiroteos del 67%, un cambio radical para un barrio arrasado por la violencia. A partir de ahí, alcaldes de toda índole les pidieron de inmediato que repitieran el modelo en otras comunidades de Chicago y de Estados Unidos. En pocos años, Cure Violence saltó a la fama. Vinieron notas en el New York Times y en The Economist, e incluso un aclamado y excelente documental titulado Los interruptores.4 No pasaría mucho tiempo hasta que Slutkin y su equipo comenzaran a recibir propuestas internacionales.

Hasta ahora el programa se ha replicado en más de 50 comunidades y barrios de una decena de países, incluyendo Brasil, Colombia, Honduras, Jamaica, México y Puerto Rico. En muchas ocasiones ha sido evaluado de forma independiente y por lo general ha mostrado reducciones notables y estadísticamente significativas de la violencia armada. Por ejemplo, tanto en los barrios en los que se implementó en Baltimore (Estados Unidos) como en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y Loíza (Puerto Rico), los homicidios se redujeron más de un 50%.5

No todos están de acuerdo con la metodología del programa. Desde la derecha suele criticarse la contratación de ex pandilleros y el hecho de que el programa tolere los comportamientos ilegales de la población objetivo. En definitiva, los interruptores no son policías y su efectividad para prevenir la violencia depende de su capacidad de generar confianza entre personas que suelen participar de actividades ilegales. De hecho, es común que los jóvenes terminen viendo a los interruptores como referentes positivos en sus vidas, lo que implica un cierto nivel de complicidad.

Por otro lado, desde la izquierda se critica que estos programas se limiten a evitar los desenlaces mortales y no se ocupen de los factores estructurales de la violencia. Sin embargo, solucionar problemas de fondo como la pobreza, el racismo o la marginalidad requiere décadas de trabajo y supone la implementación de políticas inciertas. Además, un contexto con altos niveles de violencia hace inviable todo desarrollo social, por lo que reducir la violencia se torna una condición necesaria para cualquier otro tipo de intervención.

En 2019 los “ajustes de cuentas” supusieron alrededor del 50-60% de todos los homicidios en Uruguay. Algunos derivan de conflictos entre grupos criminales por bocas de droga y demás mercados ilegales, otros son el resultado de conflictos interpersonales entre conocidos. Los motivos son diversos, pero la gran mayoría de los ajustes de cuentas se apoyan en un mismo silogismo: “Me hicieron daño y me faltaron el respeto, y ello justifica que tome represalias.”

Teniendo en cuenta que solo cinco barrios de Montevideo concentran más del 30% de sus homicidios, programas como Cure Violence encierran un enorme potencial para nuestro país. No buscan sustituir ni sustituyen a la policía, tampoco solucionan la pobreza. Sin embargo, es probable que un programa de estas características, planificado y desarrollado con seriedad, pueda salvar más vidas que cualquier otra política. Si tratamos la violencia como una enfermedad contagiosa, quizá el coronavirus no sea la única epidemia de la que nos salvemos.

Referencias

1 Slutkin, Gary. 2013. “Tratemos la violencia como una enfermedad contagiosa”. TED: Ideas worth spreading. 2013. https://www.ted.com/talks/gary_slutkin_let_s_treat_violence_like_a_contagious_disease/transcript?language=es#t-2354.

2 Slutkin, Gary, Charles Ransford, y R. Brent Decker. 2015. “Cure Violence: Treating Violence As a Contagious Disease”. En Envisioning Criminology: Researchers on Research as a Process of Discovery, editado por Michael D. Maltz y Stephen K. Rice, 43–56. Cham: Springer International Publishing.

3 Cure Violence. 2020. “Información sobre Cure Violence: Materiales en español y el Programa en América Latina”. 2020. https://cvg.org/espanol/.

4 Movieclips Trailers. 2011. Interrupters - Documentary Movie Trailer (2011) HD. YouTube, 09/08/2011. Recuperado de https://youtu.be/2VD0ToxlXbU.

5 Ransford, Charles, R. Brent Decker, Guadalupe M. Cruz, Francisco Sánchez, y Gary Slutkin. 2017. “El modelo Cure Violence: Reducción de la violencia en San Pedro Sula (Honduras)”. Revista CIDOB d’Afers Internacionals 2017 (116): 179–206.

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