Como trabajar en casa: la vida del encargado del faro de José Ignacio

Germán Moraes es el responsable del único faro de Maldonado que recibe visitantes y vive en él todo el año

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14 de enero de 2020 a las 05:01

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Los navegantes que llegan a Punta del Este ven primero las luces del Hotel Enjoy antes que el Faro de la península, de tanto que ha cambiado el horizonte y el perfil de la ciudad. Pero eso no pasa en José Ignacio, donde el faro de allí sigue siendo la estructura más alta y la más visible para quienes pasan frente a su costa. Lo dice Germán Moraes, sub-oficial de primera de la Armada Nacional, que sabe tanto de navegación como de faros.

Porque en sus 23 años de servicio pasó 13 embarcado, y ahora lleva tres como encargado del Faro de José Ignacio. Entre esas dos etapas tuvo un trabajo de escritorio en el Comando de la Armada. Nunca se había imaginado terminar de custodio de un edificio como en el que vive y trabaja desde 2017, pero cuando se abrió el llamado del Servicio de Balizamiento, se postuló sin dudar.

Carla Colman

Lo que lo atrajo fue “lo lindo que es estar en un lugar así y hacer algo diferente”. Lo dice en el predio del faro, que también está a su cargo y que tiene que mantener como parte de su trabajo, además del cuidado de la torre y su mecanismo lumínico.

La pintura y las reparaciones del faro son los mantenimientos más habituales, ya que su cercanía al mar y el impacto de la sal son sus enemigos más feroces y los que más desgaste producen. Incluso le complican a Moraes su hobby, el cuidado de las plantas que decoran tanto el predio como su casa, ubicada junto a la torre. “Del faro hay que revisar que las baterías estén en óptimas condiciones, para que aguanten toda la noche, sobre todo en invierno que son más largas. Si no alcanzan se conecta a una fuente de corriente”, explica el encargado. “Además hay que ver que los tres paneles solares que cargan las baterías estén limpios”, cuenta sobre el funcionamiento del fanal.

Un registro (casi) impecable

Carla Colman

El Faro de José Ignacio marca la punta del mismo nombre, un saliente de piedra y arrecifes que después del cabo Santa María, en La Paloma, es la más saliente, valga la redundancia, de la costa uruguaya. Los accidentes y los naufragios eran tan habituales que se decidió construir allí el edificio. La obra empezó en 1875 y dos años después, el 1 de junio de 1877, se inauguró.

Por veinte años estuvo a cargo de su empresa constructora, Costa y Cía. (que por más que parezca una maravillosa coincidencia, en realidad es la versión corta del nombre completo: Empresa de Faros de Costa y Cía), que cobraba un impuesto a los barcos que pasaban por allí para su mantenimiento. Luego pasó a manos del Ministerio de Obras Públicas, y finalmente a las de la Armada.

Además de sus responsables, a lo largo de los años también fue cambiando su funcionamiento. Al comienzo la luz se encendía con kerosene y tenía una luz fija, luego pasó a funcionar con gas acetileno, y recién en 1983, cuando llegó la energía eléctrica a José Ignacio, pasó a funcionar así. Después de la era del kerosene, su destello pasó a ser cada dos segundos, lo que lo hace el faro con el destello más corto de la costa nacional.

Carla Colman

Desde que se inauguró, el invicto de accidentes náuticos se mantuvo con una única excepción, en la que el faro tuvo poco que ver. En 1969, el carguero brasileño Renner tuvo un problema de máquinas y quedó varado en la costa. “Fue el único accidente marítimo después de la construcción. Al barco lo fueron desguazando y ahora se ve solo la caldera y parte del casco hundido, que no lo pudieron sacar”, relata Moraes señalando las aguas de la playa Brava. De ellas emerge la herrumbrada y renegrida caldera, que de lejos puede confundirse con una roca.

Puertas abiertas

De los tres faros vecinos, el de José Ignacio tiene una particularidad. El de Isla de Lobos no se puede visitar, el de Punta del Este solo en el Día del Patrimonio, pero el del balneario abre sus puertas diariamente desde 1970, cuando fue nombrado Patrimonio Histórico Nacional.

Y eso para Moraes es un excelente plus. “Es lo que más me gusta. Recibir a los visitantes y contarles la historia del faro. Y trabajar para mantener un Patrimonio nacional y que se vea lindo”, dice sobre su trabajo cotidiano.

Carla Colman

Trabajo que empieza al amanecer, comprobando que el faro esté apagado y revisando el predio para asegurarse que el frecuente viento nocturno de José Ignacio no haya provocado ningún daño. Como en toda unidad militar, a las 8 de la mañana se iza el pabellón nacional, y luego se barre y se ordena todo para que a las 10 se abran las puertas a los visitantes. “En los días de verano, con más circulación de lo normal, se trata de hacer mantenimientos mínimos para que aguante la temporada, y el resto del año se mantiene más en profundidad, ahí se hacen los trabajos más grandes”, explica el encargado en el ingreso a la torre, bajo una lámpara hecha con uno de los antiguos faroles de la torre.

Moraes no trabaja solo. A su lado en la recepción está su ayudante, el cabo Hugo Chávez. Tiene 11 años de experiencia como funcionario del Serba, pero lleva los faros en la sangre: su abuelo, su padre y sus tíos se dedicaban a lo mismo. Se crió pasando sus veranos junto a ellos en la Isla de Flores. Chávez rota cada una semana con otro colega, pero Moraes está allí todos los días del año, las 24 horas.

“Eso uno lo sabe y es decisión propia. Cada farero sabe que se compromete a eso. Es un llamado y se anota el que quiere. Y sabe que es un trabajo exigente”, afirma. Y no duda tampoco al asegurar que pretende pasar en José Ignacio los últimos nueve años de servicio que aún le quedan antes del retiro.

Carla Colman

El faro sigue siendo necesario en el mundo moderno porque sigue marcando – en este caso - la punta de piedra y porque los navegantes se ubican con la luz. Aunque haya GPS y demás ayudas tecnológicas para la navegación, sigue siendo necesario, porque como explica Moraes “hay que aprender a ubicarse usando las luces, sino no seríamos navegantes. Si la tecnología falla tenés que saber manejarte en el agua y navegar como hacían los antiguos marinos”, cuenta.

Y por más que sea un trabajo exigente y con una dedicación permanente, Moraes no lo ve como un problema porque tiene también una cierta comodidad, dada por el hecho de vivir en el mismo lugar. Y ahí encuentra también el placer y la motivación. “Es trabajar en tu casa, y creo que todos los fareros lo sienten igual, lo mantienen y lo cuidan como su casa, porque lo es. Le ponés un cariño diferente”.

Ficha técnica

Altura: 26 metros
Altura sobre el nivel del mar: 32,5  metros
Alcance lumínico: 9 millas náuticas (16,6 kilómetros)
Alcance geográfico (visibilidad del faro a la luz del día): 17 millas náuticas (31,5 kilómetros)
Cantidad de escalones: 122
Datos: El faro puede visitarse todos los días de 10 a 13 horas y de 15 horas hasta la puesta del sol. La entrada tiene un costo de $ 30.

Esta nota es parte de una serie sobre los fareros de la costa de Maldonado. 

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