Camilo dos Santos

De Brun: las salidas a McDonald's y la angustia que lo invadió con el cierre de los bancos

El expresidente del Banco Central (BCU) agarró un fierro caliente, debió bajarle la cortina a bancos y negociar con acreedores para refinanciar la deuda pública

Tiempo de lectura: -'

30 de julio de 2022 a las 05:01

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Julio de Brun iba en su auto camino al edificio Libertad –donde antes funcionaba Presidencia– cuando un periodista del diario El País lo llamó para comentarle de las movidas que el expresidente Jorge Batlle tenía para sortear el momento más duro de la crisis del 2002. “Vas de subsecretario de Economía y (Ernesto) Talvi al Banco Central (BCU)”, le dijo el periodista. “Ah, mirá, ok…, gracias”, le respondió un De Brun un poco desorientado. Es que en la mañana de ese martes 23 de julio el ministro Alejandro Atchugarry le había solicitado que asumiera al frente del Banco Central y dejara su cargo como presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND). Antes de llegar a la reunión detuvo su auto, llamó a su esposa para transmitirle lo último que tenía sobre su posible futuro y para decidir en conjunto con su pareja qué iba a responder . “Sinceramente desde ahí comencé a pensar cómo decirle a Alejandro que creía que podía aportar más desde la CND que como subsecretario de Economía porque estábamos preparando una megaconcesión con la Corporación Vial del Uruguay”, relata. Pero cuando llegó a Presidencia esa versión periodística quedó de lado. —“¿Qué le ofreció Atchugarry?’, le preguntó Batlle. —El Banco Central, le respondió De Brun. —Me parece muy bien—, acotó Batlle.  

Ese día fue el último que De Brun pisó su despacho de la CND.  Unos 20 días después, una secretaria le arrimó al BCU una serie de documentos que tenía pendiente de firmar y pertenencias personales.  Así comenzó el periplo que tuvo una de las principales figuras del equipo económico para sortear el momento más crudo que vivió el país con la crisis bancaria del 2002 y su posterior shock económico. Las horas de sueño desde que asumió formalmente el 25 de julio y el 5 de agosto no las tiene claras, pero fueron (muy) pocas.  

A De Brun lo invadió la angustia la noche del domingo 4 de agosto en pleno feriado bancario. Al otro día tenía que decir a que instituciones financieras le permitiría abrir sus puertas y a cuales no. “Ahí dejé de ser el muchacho con el libro de macroeconomía debajo del brazo”, asegura. Una llamada con el expresidente Julio María Sanguinetti para consultarlo por su estado de ánimo le dio el último empujón. “Haga lo que tenga que hacer”, le dijo Sanguinetti. En entrevista con El Observador, el economista del Partido Colorado relató por qué trataba de salir de su despacho del BCU y recorrer cuánta oficina había, de ir a comer una hamburguesa a McDonald's o a mirar libros en una librerías para que la gente “te viera la cara”. Asegura que trató de hacer una vida normal y solo una vez se cruzó en la rambla caminando con una pareja de veteranos que lo increpó: ‘‘Ladrón, alcahuete de los Peirano. ¡Hijo de puta!”. Se lo tomó con humor. 

¿Cuál fue el momento más duro que te tocó atravesar en tu gestión a cargo del directorio del Banco Central? Tuviste varios cierres de bancos, corridas bancarias, negociación de la deuda con la amenaza del default...
El feriado bancario del 30 de julio. Si bien era algo para lo que nos estábamos preparando, siempre tomar esa decisión es un plus. Fue el reconocimiento de que ya no se podía hacer más nada y que teníamos que ir por otro camino que todavía era de resolución incierta. 
Esto porque todavía estaba la negociación pendiente en Estados Unidos y no sabíamos cómo íbamos a salir del feriado bancario; eso era lo que más me incomodaba. No me preocupaba tanto entrar en el feriado bancario, sino tener claro cómo salir sin tener claro el apoyo del Fondo Monetario (FMI), del gobierno de Estados Unidos, o de quien fuera. Si bien las salidas eran más o menos todas por un camino similar, desde el punto de vista cuantitativo, el impacto era totalmente distinto teniendo un apoyo de crédito externo que teniendo que hacerlo simplemente con los recursos disponibles en ese momento. La decisión de ingresar al feriado bancario el 29 de julio se dio porque se había alcanzado el límite de reservas de las que podíamos disponer sin tocar lo que pertenecía a los bancos privados, más lo que podía ser algún soporte de liquidez para el Banco República. Queríamos evitar la situación de Argentina donde prácticamente el Banco Central había arrebatado las reservas de los depósitos en dólares de los bancos privados. Justamente no queríamos llegar a ese límite; pensábamos que en el peor de los casos, le devolvíamos todos los encajes a los bancos comerciales privados y que ellos siguieran funcionando normalmente. Y, al Banco República, ver cómo darle un apoyo del Estado para que también siguiera funcionando. Eso era por lo menos la línea esencial que no podíamos cruzar. Por eso es que no había más remedio que, en la noche del lunes 29 de julio, decidir el feriado bancario.

¿Cómo fue tomar esa decisión para definir qué banco abría y cuál no?
Si bien el primer momento más crítico fue la decisión del feriado bancario, después, aunque parezca un poco contradictorio, el siguiente momento donde realmente emocionalmente me vine abajo y me invadió la angustia fue la noche previa a la reapertura del sistema con la realidad de volver con un sistema recortado, sin el  Banco Comercial, sin el Banco de Crédito –ya se había decidido un tiempo atrás el cierre del Banco Montevideo. Fue, de alguna manera, tomar conciencia del peso que tenía la situación y de toda la tarea que quedaba por delante. A partir de ahí, dejé de ser el muchacho con el libro de macroeconomía debajo del brazo y pasé a ser una persona con un rol para hacer lo necesario dada la gravedad de las circunstancias. Esa noche recibí la llamada de Sanguinetti para preguntarme cómo estaba. Le dije mal y me dijo respondió: “Haga lo que tenga que hacer”. Ese fue como el empujón final. “Dejemos atrás de lamentarnos por qué estamos en esta situación y tratemos de hacer lo mejor posible”. 

¿Hubo negociación política para definir y comunicar qué  bancos no abrirían?
Era algo que se sabía durante ese fin de semana, había sido conversado con los distintos líderes políticos. Lo que no era público era cuántos bancos realmente iban a reabrirse. Se sabía que el Comercial y el de Crédito no, y que el Montevideo y Caja Obrera tampoco. En esa noche del domingo 4 de agosto se tomó la misma decisión con una cooperativa que era Caycu, pero con otras instituciones estuvimos varias horas viendo qué se hacía con ellas, si se les permitiría la reapertura o no. Por otro lado, era claro que no había margen de error, o sea, el Banco Central tenía que dar ese lunes 5 de agosto una señal clara de que lo que quedaba abierto era lo sano del sistema financiero y lo que en ese momento no podían funcionar, eran los que quedaban cerrados. Esa señal tenía que ser inequívoca para todo el público en general, que no entiende y no sabe ver balances de bancos. Entonces, si se nos caía  algún otro banco que reabría inmediatamente, iba a volver a generar pánico en todo el sistema. Esta fue una larga discusión en el directorio del Banco Central: cuáles eran las instituciones que podían abrir y cuáles no. Y además, todo el tema este de hablar con las instituciones que cerraban, que si iban a colaborar o no, si teníamos que intervenir con desplazamiento de autoridades y, por lo tanto, tener que poner gente del Banco Central a cargo de ellas o si podíamos contar con las autoridades del banco para poder funcionar. Eso también generó una situación de mucho estrés emotivo para mí. 

Estaba el riesgo latente de que la gente asistiera en masa a retirar sus depósitos de los bancos ese 5 de agosto. 
El 5 de agosto fue un día evidentemente de mucho nerviosismo, donde la respuesta del público en general, afortunadamente, fue con mucha paciencia. Recuerdo las imágenes de la época con muchas colas en el exterior de los bancos pero con cierta tranquilidad y sin mayores disturbios. De hecho, nos habíamos preparado para una salida de depósitos mucho mayor después de cuatro días hábiles con los bancos cerrados. Y luego, de ahí en adelante, como que fue bajando la intensidad de los retiros hasta que más o menos a mediados de setiembre y principios de octubre se frenó, pero siempre con un clima de ansiedad. El vencimiento de un bono del Tesoro generaba siempre una situación de pánico, pero se fue sobrellevando.

Camilo dos Santos
Julio de Brun asumió como presidente del BCU en julio de 2002.

¿Cómo viviste el día a día en esos meses? Tratabas de salir lo menos posible a los comercios, los lugares públicos. En la calle había mucha gente indignada por lo ocurrido con la quiebra de los bancos y la reprogramación de depósitos.
Me esforzaba a mí mismo. Mi reacción natural era encerrarme en el escritorio y no salir. Trataba de romper eso deliberadamente, recorrer el Banco Central como primera medida. Si tenía reuniones con funcionarios del banco, iba yo a sus despachos. Y después salir del banco aunque fuera para ver algunos libros a la exlibrería Monteverde: miraba las vitrinas y volvía al banco. A veces también salíamos a comer hamburguesas con los directores del banco al Mcdonald’s de Plaza Matriz, para que la gente nos viera ahí y también para salir de ese encierro que suele ser nocivo. Cuando uno salía no es que todo el mundo te estaba mirando, más allá de alguno que lo hacía de reojo. Al hacer eso, uno deja de pensar que es el centro del mundo; la gente tiene sus propias preocupaciones. Entonces, el paso siguiente al dejar de pensar que uno es el centro del mundo, es focalizarse en lo que uno tiene que hacer; eso fue un poco liberador. Creo que eso nos hizo bien para mantener la cabeza fresca para tomar decisiones.

¿Ibas al supermercado o salías a caminar?
Iba al supermercado con mi señora como siempre. Algunos me miraban y otros decían: “Vamo arriba” y algún otro decía: “Mirá lo que está comprando este con la guita nuestra”. Esas cosas pasan siempre. No recuerdo ningún episodio violento, la verdad. Unos meses después saliendo a trotar por la rambla me cruzo con una pareja de veteranos que venían caminando de frente y me dicen: “Ladrón, alcahuete de los Peirano. ¡Hijo de puta!” Y mi sentimiento fue: el tipo me dijo todo esto mientras yo pasaba corriendo al lado de ellos, o sea, soy un desastre corriendo. Si era un nigeriano seguramente no le daba tiempo a decir la primera palabra (risas). Le hice un gesto de qué quéres que haga, pero no pasó de eso. Bueno, después quizás cuando se cerró el Banco de Crédito hubo alguna turbulencia en el Ministerio de Economía con  un poco de color en los canales de televisión pero no pasó de algún insulto. Con el paso del tiempo, uno se fue encontrando con gente que agradece y otros que todavía están enojados. Como decía el padre de un amigo: “Uno no es de oro para que todos lo quieran”.

En una de las pocas entrevistas el exbanquero Dante Peirano dijo que se utilizó a su familia como un chivo expiatorio por la crisis y que la intervención de los bancos Caja Obrera y Montevideo fue para “tapar los efectos de la devaluación” y que no era la institución que más había sufrido en ese entonces por la corrida de depósitos. 
No podría decirte ahora cuantitativamente como era la situación de cada banco. Si tú mirás hoy las estadísticas están un poco distorsionadas porque –en el proceso de ayuda a los bancos– el gobierno hizo depósitos en el Banco Comercial y en el Banco Montevideo, con lo cual compensaba parte de los retiros que esos bancos tenían. De todas maneras, en un evento de corrida, lo que importa no es cuán grande ha sido la corrida del banco, sino qué liquidez tiene el banco para soportarla. El Banco de Crédito también fue de los que tuvo menos porcentaje de corrida pero, sin embargo, su liquidez no le permitía seguir funcionando. El caso de Cofac, que si bien después siguió funcionando, recibió un préstamo de asistencia financiera por parte del Banco Central contra bonos. Cofac era de todas las instituciones la que había tenido menos retiros en porcentaje pero, dada que su liquidez era muy estrecha, estaba de alguna forma en riesgo si podía seguir funcionando.  Lo que importaba ahí era la capacidad de liquidez que tenía el banco para afrontar los retiros. Hubo instituciones financieras con retiros del 60% de su depósitos que nunca dejaron de funcionar porque tenía muy buena liquidez. El Banco Montevideo definitivamente no estaba en condiciones de seguir funcionando. Además cometió –en lo que tiene que ver con la normativa bancocentralista– una larga serie de incumplimientos que también justificaron la intervención, sin entrar en la cuestión de los temas penales.

Matilde Campodónico
Atchugarry con De Brun en una conferencia.

¿Qué responsabilidad tuvo el Banco Central en ese proceso? 
Había una regulación apropiada para lo que habían sido las crisis bancarias previas, que fundamentalmente habían sido crisis de balance de bancos, problemas de liquidez, de patrimonio; eso era básicamente lo que trataba de supervisar el Banco Central. Hubo engaños. El Banco Central fue víctima de engaños en el caso del Banco Comercial, en el caso del Banco Montevideo, que disimularon el deterioro patrimonial. Y ciertamente no había una regulación, una supervisión preparada para lo que pudieran ser fraudes. De alguna manera, el modelo de regulación y supervisión estaba basado en que el principal preocupado en que no le hicieran daño al banco eran sus propios dueños. Cuando son los propios dueños y la dirección superior del banco la que de alguna manera se involucra en maniobras, es muy difícil de detectar para cualquier observador externo, llámese auditorías, agencias calificadoras de riesgo o el Banco Central, que en definitiva se apoya en esas auditorías y en esos análisis de las calificadoras para hacer sus propios seguimientos. Después sí había otros elementos donde quizás el alcance  de las normas prudenciales se había quedado corto. Por ejemplo, el hecho de promover que los depósitos de no residentes se colocaran en el exterior, eso había sido un problema en la crisis de 1982. El adoptar ese tipo de medidas facilitó, por ejemplo, que Uruguay resistiera bien la crisis de 1994. Pero la regulación no contemplaba que ese mundo exterior tenía lugares distintos. Por ejemplo, era indiferente para la regulación tener depósitos en Nueva York o tener depósitos en Argentina. O sea, la introducción del riesgo país fue otra elección que de alguna forma también vino después de la crisis del 2002.

Se generó toda una leyenda urbana con la llegada de esos famosos US$ 1.500 millones. ¿Cuántos billetes físicos finalmente llegaron al país?
Es es todo una leyenda urbana, incluso cuando (Carlos) Maggi hizo un libro describe un episodio de un avión que aterriza junto con unos aviones Caza; toda una historia increíble. En realidad, esos US$ 1.500 millones llegaron a través de un giro, a través de una transferencia, a una cuenta del Banco Central desde el Banco New York de la Reserva Federal. Es más, era una operación de swaps, en el marco del viejo sistema que tenía Estados Unidos de swap de monedas de la época por el que se daba apoyo a las otras monedas en el marco del patrón dólar-oro. De hecho el Banco Central le transfirió pesos uruguayos a la Reserva Federal a cambio de los dólares. Siempre decíamos en broma que Estados Unidos había recuperado su economía esa semana gracias a la liquidez de los pesos uruguayos. Una semana después ese asiento se entornó. Es decir, la Reserva Federal nos devolvió los pesos y el Banco Central le transfirió los dólares una vez que el Fondo Monetario aprobó la operación con Uruguay. Eso implicó el desembolso de recursos del Fondo Monetario del Banco Mundial. Esos recursos también llegaron el jueves 8 de agosto a través de una transferencia bancaria. Batlle me llamó el domingo 4 de noche para preguntarme si había tomado alguna precaución con los US$ 1.500 millones y le respondí que era un giro. Justo estábamos en reunión de directorio y comenté que me había llamado el presidente para preguntarme eso. Ahí el gerente general me dice que vienen dólares. De hecho estaban llegando dólares al país todos los días porque todos los bancos estaban trayendo dólares en efectivo. Sí es verdad que el Banco Central, durante la semana del feriado, cuando no sabíamos qué íbamos a hacer, decidimos traer los últimos US$ 200 millones en efectivo que quedaban en una cuenta en el exterior por las dudas de lo que pudiera ocurrir. Justo el avión llegaba ese lunes. Entonces, ahí sí llamé a Stirling (ministro del Interior) y le dije: “Mirá Guillermo, no vienen US$ 1.500 millones pero vienen US$ 200 millones y por ahí alguien piensa que son US$ 1.500 millones. Te voy a pedir que de repente tomes un poco más de precaución de las habituales”. Pero fue solo eso. No aterrizó ningún batallón aéreo en Carrasco con esos US$ 1.500  millones en efectivo. 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.