Oliver Bunic - AFP

EEUU es la potencia revisionista con respecto al comercio

Mientras tanto, China quiere preservar el modelo de globalización que ha favorecido al país

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16 de mayo de 2019 a las 14:42

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Gideon Rachman

Tanto China como EEUU están insatisfechos con el orden mundial actual. La naturaleza de su infelicidad es muy diferente. Pero las ambiciones rivales de ambos países han producido una guerra comercial que ahora amenaza la globalización.

El problema tal como lo entiende Donald Trump es que el sistema económico mundial no está operando a favor de EEUU. El presidente estadounidense se ha quejado de que el "globalismo" ha ayudado a China a crecer a expensas de EEUU, lo cual ha socavado la prosperidad y la preeminencia mundial de su país. Esa opinión es la base de la dramática decisión de la semana pasada de aumentar de 10 por ciento a 25 por ciento los aranceles sobre las exportaciones chinas de US$ 200 mil millones a EEUU.

Para Xi Jinping, el problema del orden mundial actual es el dominio político y estratégico de EEUU. El presidente chino ha dejado claro que quiere que su país desplace a EEUU como la potencia dominante en la región de Asia y el Pacífico. Muchos nacionalistas que apoyan a Xi van más allá, hablando abiertamente de su esperanza de que China se convierta en el poder global dominante. Xi está consciente de que la globalización ha sido fundamental para el ascenso de China en los últimos 40 años. Así que está decidido a preservar el modelo comercial actual.

Las quejas de los dos presidentes sobre el sistema mundial son una imagen espejo entre sí. Xi quiere cambiar el orden estratégico mundial, y para lograrlo necesita mantener el orden económico. Trump quiere preservar el orden estratégico, y para hacerlo necesita cambiar el orden económico.

Por ende, tanto EEUU como China son potencias revisionistas y del estatus quo. EEUU es la potencia del estatus quo en la geopolítica, y por eso se ha convertido en la potencia revisionista de la economía. China es la potencia revisionista de la geopolítica, por lo que se ha convertido en la potencia del estatus quo con respecto al comercio.

Pero las posiciones de imagen espejo de Beijing y Washington también implican una convergencia de puntos de vista sobre la globalización. Las acciones de ambos países sugieren que básicamente están de acuerdo en que el sistema actual funciona mejor para China que para EEUU.

Sin embargo, tanto en Washington como en Beijing, hay divisiones entre los moderados que quieren que la batalla comercial termine en un acuerdo y los radicales que buscan una ruptura duradera en las relaciones comerciales.

Los radicales proteccionistas en la administración Trump creen que el modelo político y económico chino es fundamentalmente hostil a los intereses de EEUU. Y quieren "reconstruir" la economía estadounidense con muros arancelarios altos. Para quienes sostienen este punto de vista, un acuerdo de compromiso que preserve la esencia del actual sistema de comercio mundial globalizado sería una derrota.

Del lado chino, los halcones ven la disputa comercial como una oportunidad para que China sea menos dependiente de la tecnología extranjera. Los nacionalistas de línea dura también interpretan la posición de la administración Trump sobre el comercio como evidencia de la debilidad de EEUU. Ellos creen que la respuesta correcta sería que Beijing siga adelante con sus esfuerzos para crear un orden mundial centrado en China.

Las actitudes cada vez más belicosas de los nacionalistas tanto en EEUU como en China parecen una perfecto ejemplo de la "trampa de Tucídides", un concepto promovido por Graham Allison, un profesor de Harvard. El Profesor Allison ha señalado que, a lo largo de la historia, las potencias en ascenso, como China, a menudo han librado guerras con potencias establecidas como EEUU.

Pero el conflicto actual entre EEUU y China es una guerra comercial, no una guerra armada. Y cuando se trata del comercio, EEUU quiere anular el sistema actual. Eso le presenta a Xi una difícil elección táctica. ¿Debería China hacer concesiones dolorosas, e incluso humillantes, en aras de preservar la esencia del sistema económico que ha facilitado su ascenso?

Los chinos están muy conscientes del precedente del Acuerdo de Plaza de 1985, en el cual, bajo la intensa presión de EEUU, Japón acordó revalorizar su moneda. Muchos en China creen que, en retrospectiva, el Acuerdo de Plaza representó un exitoso intento estadounidense de frustrar el ascenso de Japón.

La administración Trump enfrenta una variante del mismo dilema. ¿Debería EEUU tratar de ejercer la máxima presión, con el objetivo de llegar a un "gran acuerdo" que corrija las fallas en el sistema actual? ¿O una victoria parcial en la guerra comercial en realidad equivaldría a una derrota si no logra detener el ascenso de China?

Por temperamento e interés político, Trump probablemente todavía está del lado de los negociadores. También continúa dándole gran importancia a su amistad con Xi, recientemente elogiando una "hermosa carta" que había recibido del presidente chino.

Sin embargo, una relación cercana entre los líderes no es garantía de que se pueda evitar el conflicto. En la crisis de julio que precedió al estallido de la primera guerra mundial en 1914, el Káiser Guillermo II de Alemania y el Zar Nicolás de Rusia intercambiaron numerosas notas y telegramas amistosos. Pero no impidió que sus dos países entraran en conflicto. De manera similar, la guerra comercial entre EEUU y China ahora corre el riesgo de escalar tanto que los líderes pueden perder el control de su desenlace.

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