El año de la pandemia: de las muertes en las calles de Wuhan a la vacuna de Pfizer
Doce meses frenéticos de combate al covid-19: el enemigo invisible que confinó medio mundo y aún no ha sido derrotado
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26 de diciembre de 2020 a las 05:04
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El año 2020 es el año de las cifras. Y detrás de ellas, el temor, la incertidumbre y la muerte.
Lo mejor es que le queda poco más de un centenar de horas. Las necesarias para reponer la esperanza, confiar en las vacunas que están y que vienen y desear, que después del miedo y el horror, triunfe la solidaridad.
Doce meses a la velocidad de la infección del coronavirus, con las economías globales, particulares e individuales castigadas y la mitad del mundo confinado en sus casas por semanas y meses.
Cifras. Cerca de 80 millones de contagiados aunque se sabe que han sido más porque la detección, en un mundo sorprendido, ha fallado a lo largo y ancho del planeta, incluso en los países más avanzados y poderosos. Y el indetenible contador de la Universidad Johns Hopkins registraba esta semana más de 1,7 millones de muertos.
Aunque no ha sido la pandemia más letal de la historia –la peste negra del siglo XIV acabó con la cuarta parte de la población mundial y, más acá, el sida se ha cobrado la vida de más de 33 millones de personas– "es una experiencia única en la vida de todos los habitantes de la Tierra", como dice el epidemiólogo y decano de la Escuela de Salud Publica de Yale, Sten Vermund, citado por la AFP.
"Prácticamente nadie se ha librado", sentencia Vermund, porque en esta larga vuelta de 12 meses bastó un descuido, un mal cálculo, un anuncio desmedido de derrota del coronavirus, para que la enfermedad, al acecho, volviera a atacar.
Confinamiento, distancia social, tapabocas. Pandemia. Son las palabras del 2020, convocadas para enfrentar, aunque con serias y persistentes rebeliones, el covid-19, que nos recordará este año por siempre.
Todo comenzó en Wuhan
El 31 de diciembre de 2019, a horas de la nueva década, China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 27 casos de "una neumonía viral de origen desconocido". Al día siguiente procedieron a cerrar el mercado de animales de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei que con 10 millones de habitantes es la ciudad más poblada de la zona central de China.
El 7 de enero, el virus adoptaba su primera denominación: 2019-nCoV, al ser identificado por las autoridades sanitarias chinas. Cuatro días después, la primera muerte. Y en nada se detectan casos en otros países asiáticos, Francia y Estados Unidos.
Para fines del mes de enero, comenzaron las repatriaciones desde China, las fronteras se cerraron una tras otra y las autoridades chinas, consustanciadas con el control, ponen bajo cuarentena a los 50 millones de habitantes de la provincia de Hubei. El mundo parece asistir atónito a lo que ocurre aún muy lejos.
El 11 de febrero, la OMS, que vivirá su particular calvario durante la larga y honda crisis sanitaria mundial, le da el nombre oficial a la enfermedad: covid-19, como si fuera una prolongación del año que quedaba atrás, como si el 2020 en verdad nunca hubiera empezado. Un calendario en blanco para un año terrible.
El 15 de febrero Francia confirma la primera muerte y todas las miradas pasan de la extraña y desconocida Wuhan al norte de Italia que se transforma en el epicentro del virus.
"Es peor que la guerra", admitía, lamentaba, Orlando Gualdi, alcalde del pueblito lombardo de Vertova, de poco más de cuatro mil habitantes, en el que murieron 36 personas en 25 días.
Después de Italia, España, siguió Francia y la pequeña Bélgica, el Reino Unido, con numerosos casos y decesos y aplicando confinamientos. Alemania resistía con una baja letalidad, otro término que se incorporó al léxico de la pandemia.
La OMS, tras muchas deliberaciones que se volverían en su contra a medida que la enfermedad avanzaba, declaró la pandemia.
Estados Unidos cerró sus fronteras para China y para una buena parte de naciones europeas. Y por vez primera en tiempos de paz, desde la segunda guerra mundial (1939-1945) se pospusieron los Juegos Olímpicos.
Epicentro Nueva York
A mediados de abril, la mitad de la población mundial, 3.900 millones de personas, estaba confinada. Los medios difundieron las advertencias desoídas de científicos que habían previsto el riesgo de una pandemia mundial. Nadie, ni los más avanzados y poderosos, los líderes del mundo globalizado, estaba preparado para detectar, controlar y vencer al enemigo invisible.
Los negocios cerraron sus puertas. También las escuelas y universidades. Se pospusieron las competencias deportivas que son la sal del mundo y dejaron de volar los aviones y el sector aeronáutico entró en su peor crisis. Ni bares, ni cafés, ni restaurantes, tampoco hoteles. El mundo se volvió más silencioso, aunque roto y estremecido por las sirenas de las ambulancias
En una economía globalizada, las cadenas de suministro pararon. Los consumidores, en pánico, vaciaban los supermercados.
La falta de inversión crónica en salud quedó de manifiesto de una manera flagrante, ante las dificultades de los hospitales para hacer frente a la avalancha de enfermos y el colapso de sus servicios de cuidados intensivos.
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El personal sanitario, a menudo mal pagado y con cargas de trabajo brutales, libraba una batalla sin los equipos de protección necesarios.
En Nueva York, la ciudad con más multimillonarios del mundo, los médicos tenían que llevar bolsas de basura para protegerse, subraya AFP en un balance de este año pandémico. En Central Park se levantó un hospital de campaña y hubo fosas comunes en la isla de Hart, al este del Bronx.
De Europa, que se batía con denuedo contra el virus –en España los niños pasaron semanas sin poder salir de sus casas, por la severidad del confinamiento–, las miradas se enfocaron en Nueva York, que tomó el indeseado relevo del epicentro, mientras el virus se esparcía por toda la geografía estadounidense y entraba de lleno en la agenda política en el año electoral.
Más cifras: 20 millones de puestos de trabajo perdidos en Estados Unidos, en una crisis que hizo recordar el "crack" del año 29 del siglo pasado. El Banco Mundial advertía, con números en la mano, que la recesión global podría arrojar a 150 millones de personas en la extrema pobreza.
En medio del caos, la tecnología vino, sin embargo, en ayuda. El teletrabajo sustituyó a la presencia en las oficinas, las videoconferencias a las reuniones presenciales aunque las desigualdades de este mundo desigual obligaron a muchos, y en muchas partes, a correr riesgos para ganarse un sustento menguado en las calles.
Nadie está a salvo
El coronavirus iguala y, a la vez, exacerba las desigualdades. Todos son contagiables en cualquier momento. Unos pueden salir airosos por los medios disponibles, otros por su condición física.
Unos, los menos, se confinaron en sus residencias de campo o playa. La mayoría en sus casas, más espaciosas o más precarias, las más. Así que no es de extrañar que se disparara la violencia doméstica, los problemas de salud mental e, incluso, el miedo a ir a un centro hospitalario y contagiarse. Peor el remedio que la enfermedad.
Estados Unidos, sin un sistema universal de salud, se convirtió muy rápido en el país más golpeado por la pandemia. Más de 300.000 personas han muerto hasta ahora en ese país, atravesado en simultáneo por episodios de protesta racial luego de la trágica y viralizada muerte del afroamericano George Floyd.
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El liderazgo de Donald Trump desconcertó a medio mundo y a amplios sectores de su país al minimizar, primero, el impacto del covid-19 y oponerse a las medidas de confinamiento adoptadas por gobernadores de estado. Llegó, incluso, a proponer tratamientos sin base científica de apoyo como la hidroxicloroquina y hasta sugirió inyectarse desinfectante.
Al estrés de la pandemia, Trump y sus seguidores que salieron amenazantes a las calles le inyectaron crispación política.
El propio presidente, que tanto retó al virus al rechazar el uso del tapabocas, se contagió en octubre, y antes, en julio, el presidente brasileño Jair Bolsonaro, muy cercano a Trump en forma y fondo. También Boris Johnson se infectó e incluso pasó tres días en cuidados intensivos.
A la lista de personajes conocidos que contrajeron el virus se sumaron Tom Hanks y su esposa, el futbolista Cristiano Ronaldo, el número uno del tenis mundial Novak Djokovic, Madonna, el príncipe Carlos o el príncipe Alberto de Mónaco, entre otros.
Llegaron las vacunas
(Con información de AFP)
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