El discreto encanto del populismo

Uruguay ha padecido populismo fiscal, pero mucho más grave es el populismo educativo por el que se decantó

Tiempo de lectura: -'

13 de agosto de 2017 a las 05:00

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

América Latina vivió, como hacía muchas décadas que no ocurría, una bonanza económica proveniente de circunstancias externas más que favorables (altos precios de materias primas, bajas tasas internacionales de interés, flujo de capitales a la región, etc.). Algunos países la aprovecharon para potenciar sus economías y realizar reformas de fondo: entre ellos Chile, Perú, Paraguay y Colombia. Otros aprovecharon la bonanza para calafatear el buque pero no establecieron las reformas y condiciones de un crecimiento sostenido (Uruguay, Brasil y Bolivia). Y, por último, otros países dilapidaron la década de bonanza destruyendo las instituciones, rompiendo todos los equilibrios macroeconómicos, manteniendo o aumentando la pobreza: entre ellos están Venezuela y Argentina. Venezuela fue por el despeñadero del socialismo del siglo XXI de Chávez y Maduro. Argentina iba en la misma dirección pero cierta fortaleza de las instituciones republicanas –especialmente la Suprema Corte de Justicia– evitó el desbarranco e, in extremis, Macri derrotó al kirchnerismo aunque aún no ha podido extirpar el virus populista que se inoculó en la sociedad durante los 12 años de gobierno del matrimonio K.

En definitiva, están los países que sentaron bases de crecimiento, otros que ni aprovecharon a fondo la bonanza pero tampoco la malbarataron –entre los que se cuenta Uruguay– y otros que definitivamente solo pueden haber de una década perdida, como Argentina, o de una década de destrucción, como Venezuela. En esa escala, podríamos decir que los grados de populismo marcan las diferencias. Los menos populistas fueron los que más aprovecharon, pues no buscaron el rédito inmediato, y los más populistas (Cristina y la dupla Chávez-Maduro) desparramaron toda la bonanza en busca de efímero éxito del presente en lugar del crecimiento sostenible en el futuro.

Como barómetros para medir la dosis de populismo inyectada en los diversos países hay dos indicadores que sobresalen: la calidad de la educación o el esfuerzo realizado para mejorarla, y el manejo de las finanzas públicas. Mirando este último indicador, se puede observar cómo algunos países aumentaron el gasto público en asistencialismo (planes de ayuda social) y en gastos corrientes del Estado (salarios y jubilaciones), y cubrieron la diferencia con mayores impuestos o con mayor endeudamiento. Son países que aplicaron una política fiscal procíclica, ya que el "encanto populista" lleva a privilegiar el presente aflojando las riendas del gasto público y repartiendo todos los ingresos extraordinarios de la bonanza sin hacer ahorros para el futuro.

Es una política cómoda, agradable, que trae votos y que no despierta críticas, excepto en aquellos que recuerdan la fábula de "la cigarra y la hormiga" y piden una política anticíclica. Pero estos observadores son mal vistos por los gobernantes, como augures del mal futuro y suelen ser completamente ignorados por el pensamiento políticamente correcto del momento. Este "populismo fiscal", por llamarlo de alguna manera, sirve de estímulo a la economía pero ignora los ciclos económicos y no piensa en el futuro, cuando la bonanza cambiará de signo o se moderará notoriamente.

En el plano educativo, la situación es más grave. Los costos y daños de una mala educación o de un deterioro educativo no se ven en forma inmediata sino con el paso del tiempo. Y, generalmente, cuando el gobierno de turno ha dejado el poder. Lo que podríamos llamar "populismo educativo" lleva a resignar reformas de fondo para evitar fricciones con los gremios docentes. Y quienes exigen mayor acción reformista también son tildados de pesimistas y profetas de catástrofes, y se los desprecia al igual que a los economistas prudentes. El problema es que las consecuencias del deterioro educativo dejan huella indeleble en las personas. En aquellos que no fueron bien capacitados para insertarse en el mercado laboral, en aquellos que no se pueden reciclar con el cambio tecnológico.

En definitiva, en todos aquellos que quedan en la cuneta de la falta de oportunidades, de la falta de trabajo, o de la falta de trabajo digno y con proyección. Hay muchos jóvenes que son ninis, pero también hay otros muchos que no pueden desarrollar su potencial y que no tienen más remedio que emigrar. Pero al populismo educativo, que peca de omisión, eso no le importa. Las consecuencias no se verán hasta dentro de 10 años.

Uruguay ha padecido populismo fiscal, pero mucho más grave es el populismo educativo por el que se decantó. En el futuro, decenas de miles de uruguayos les reclamarán su responsabilidad a los gobiernos omisos. Pero esos gobernantes, que esquivaron las crisis y las dificultadas durante su administración, ya no estarán para responder. Prefirieron cerrar los ojos a la realidad y aun a riesgo de dejar toda una generación en la cuneta. Triste fin del encanto del populismo, un virus sumamente peligroso en nuestro continente y en todo el mundo.
CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.