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El futuro, una víctima de la pandemia

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21 de mayo de 2020 a las 05:02

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Uno de los efectos profundos que esta pandemia viene causando, es el de un súbito y despiadado aplanamiento de nuestras expectativas de futuro como sujetos económicos. Hasta inicios de este 2020, nuestro mundo era una nave manejada por una elite de navegantes, que nos llevaba a velocidades cada vez más vertiginosas, hacia un destino virtuoso, al menos, en el promisorio discurso de la aceleración tecnológica. En el horizonte de este proceso, emergía algo que sonaba y lucía muy parecido a una forma de utopía. La expansión digital comprime cada vez más las distancias y el tiempo, en una conectividad que consolidaba a la globalización, unificando al planeta en una cuasi homogeneidad cultural y económica, en términos de amplia oferta y demanda. El avance de la inteligencia artificial constituía a la vez, una panacea para el capitalismo industrial del siglo XXI, a pesar de su amenaza a la seguridad laboral y a la estabilidad social como su consecuencia. A su vez, la economía mundial parecía imparable, a juzgar por el comportamiento de ciertos indicadores, como la bolsa de Nueva York, la evolución del empleo en los Estados Unidos y el aun sostenido impulso del comercio internacional.

Desde esa narrativa impuesta, de claro sesgo exitista y antropocéntrico, la humanidad sería capaz de superar esos grandes desafíos pendientes, que persistían como tercos y molestos obstáculos en la autopista al futuro. Los efectos del cambio climático se habrían de atenuar o hasta disolver con el empuje y consolidación de las energías “verdes” y autorrenovables. Las desigualdades sociales estructurales, presentes tanto en el primer como en el tercer mundo, se habrían de corregir por las compensaciones de un nuevo equilibrio en materia de oportunidades de trabajo, que el capitalismo digital instalaría. Los desempleados industriales de hoy, se transformarían en nuevos oferentes de una mano de obra con distintas capacidades. Términos como “reconversión laboral”, “nuevas aptitudes y habilidades”, o el “aprendizaje constante”, eran algunos de los pilares semánticos de esa verborrea predominante, propia de un manual de venta inmobiliaria, pero cada vez más, parte de la inquietante sustancia del 1984 de Orwell.

Pero entonces, irrumpió el virus.

La potencia del Covid -19 ha hecho acelerar los tiempos humanos a una intensidad que ni la propia tecnología fue capaz de lograr. De pronto, pasamos a vivir al golpe del día a día. El futuro se ha disuelto ante un presente dinámico, impredecible y con una vitalidad determinante, empujándonos como especie, a tomar decisiones precipitadas a escala planetaria en sus repercusiones, y sobre una cornisa hacia lo desconocido.                             

Ese desafío existencial, tal vez no lo sea sólo en la recuperación sanitaria, sino también en la dudosa permanencia de ese mundo del que creíamos ser artífices y beneficiarios. A los tenues números de la expansión de la económica pre-pandemia, hoy les contrastan los brutales porcentajes en materia de desempleo y en las posibles caídas del PBI de los países desarrollados, como principales sustentos de la estabilidad internacional. Mientras, naciones subdesarrolladas y emergentes, probablemente sufrirán un impacto aun mayor por la caída de la demanda y precios de los commodities.

Un reciente informe del Fondo Monetario Internacional habla de la envergadura de lo que enfrentamos, al indicar que el crecimiento mundial para el 2020 será de -3%, haciendo de esta recesión, la mayor desde la Gran Depresión de 1930. El equivalente en pérdida acumulada de PBI entre 2020 y 2021 sería de 9 trillones de dólares. Sin embargo, a diferencia de otras grandes recesiones, ésta es tan sólo una de las tantas dimensiones de una crisis mayor y sin precedentes por el carácter y confluencia de sus factores desencadenantes. Lo que está en gestación es un cambio de paradigmas existenciales, entre disyuntivas con sus propios centros de gravedad. Estos ejercen sus respectivas fuerzas de atracción: la salvaguarda vital y la supervivencia de determinados sectores de la población planetaria, frente a la imperiosa y cada vez más urgente necesidad de reiniciar los mecanismos económicos, es una de estas complejas alternativas.

En esta bifurcación entre decisiones en conflicto, la humanidad se encuentra ante el umbral que la llevará hacia un nuevo estado, en dónde lo novedoso responde a la alteración disruptiva ejercida por la pandemia. Hablar de nuevas o viejas normalidades –otra de las trampas semánticas del vocabulario de la pandemia- es un engaño basado en percepciones subjetivas. Estamos ante la regeneración del presente, marcado ahora por la calidad y alcance de las decisiones a tomar y otras en curso, y por sus consecuencias ante el comportamiento del virus. Ya no es exclusivamente un asunto económico o estrictamente médico. El mal que nos asola, nos ha extraído abruptamente, de la complacencia con la que nos contemplábamos en el espejo de nuestro aparente progreso, y nos ha forzado a mirar una realidad oculta bajo su negación. A contrapeso del futurismo, enfrentábamos nuevamente, variedades de la peor especie del comportamiento humano, entre extremismos y nacionalismos, y un contagioso rebrote autoritario.

Esta manifestación biológica nos ha despojado de ese peligroso triunfalismo progresista, y nos ha confinado para solucionar problemas graves e insostenibles. En este intento, la comisión de nuevos errores o la reiteración de los ya existentes, junto a la persistencia de vicios presentes y el regreso de otros supuestamente superados, nos puede llevar a un abismo de conflictos que hasta ahora estaban en avanzada gestación. Una recuperación económica a corto plazo y la desaparición del virus en el aire o por la acción de una vacuna, como los únicos objetivos para la superación de esta calamidad y el regreso al mañana prometido, son la guía perfecta para una caída definitiva.

En su accionar disruptivo y contaminante, el Covid-19 ha impregnado toda nuestra existencia humana, deteniendo sus engranajes y trizando ese ilusorio futuro, minado por los problemas desatendidos mucho antes de la pandemia. En su misterioso accionar, nos ha devuelto a esa realidad, ahora imposible de ignorar, y como una oportunidad histórica para repararla. Es allí en donde se encuentra quizás, la verdadera cura a nuestros males ya existentes. Sólo así, volveremos a un mejor presente. Este es, la única realidad que tenemos.

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