El Gran Hedor: la ola de calor que tornó a Londres en una alcantarilla pestilente (pero dejó una valiosa herencia)
Moscas... enfermedad... ¡pánico! En el verano de 1858, la temperatura en Londres subió hasta pasar los 30º. Eso es normal en numerosas partes del mundo, pero la capital del Imperio británico de mediados del siglo XIX no estaba preparada para lidiar con las consecuencias.
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25 de agosto de 2018 a las 12:27
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nullUna ola de calor bate récords en Europanull; nullEl julio más caliente en 260 añosnull; nullUna montaña se está derritiendo en Suecianull; nullLe ponen zapatos a los perros en Suizanull....
Las altas temperaturas han sido noticia durante este verano austral, pues han superado los 40ºC en varios países mediterráneos y se han mantenido elevadas durante más tiempo del acostumbrado.
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En los países que no tienen el verano asegurado -como Reino Unido, donde un famoso cómico advertía que si una va a al cine una tarde corre el peligro de perdérselo- la salida del sol por lo general va acompañada en un inicio de mucha alegría.
Pero, poco a poco, esta alegría se va atenuando, pues inevitablemente al cabo de unos días los inconvenientes del calor se evidencian.
Aunque nada se compara con lo que sucedió en Londres en el verano de 1858, cuando las temperaturas subieron a más de 30ºC y se mantuvieron así durante varias semanas.
No tanto la temperatura sino la infraestructura
Para ese entonces no había aire acondicionado ni refrigeración, por lo que era realmente difícil mantener los alimentos frescos.
Y tampoco había un sistema de alcantarillado adecuado, señala Beverley Cook, curadora del Museo de Londres.
Eso quiere decir que todo lo que no querías terminaba en el río Támesis, desde el contenido de los orinales y de los entonces nuevos inodoros, hasta perros muertos, alimentos en descomposición y desechos industriales, incluidas las partes de animales de los mataderos y productos químicos de las fábricas de cuero cercanas al río.
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El terraplén del Támesis aún no se había construido, así que los ahogamientos accidentales y los suicidios en los ríos eran comunes y los cadáveres rara vez se recuperaban del agua.
Además, como el transporte dependía de caballos, las calles estaban llenas de enormes montones de estiércol, dice Cook.
nullLas moscas pululaban y, por supuesto, transmitían enfermedades como la diarrea y la fiebre tifoideanull.
Era una mezcla nauseabunda y el calor la empeoraba: pararse cerca del río era suficiente para hacerte vomitar.
Se le llamó el Gran Hedor y dejó su marca.
La alcantarilla mortal
En la década de 1850, Londres era la ciudad más grande del planeta.
Con una población en rápido crecimiento que ya había superado los 2,5 millones de habitantes, el problema era proporcionar agua y saneamiento a sus ciudadanos.
En nullLa pequeña Dorritnull, escrita en esa década, Charles Dickens describió así el Támesis: nullA través del corazón de la ciudad, una alcantarilla mortal se movía y fluía, en el lugar de un hermoso río fresconull.
De esa nullalcantarilla mortalnull y sus ríos tributarios, que a menudo estaban igual de contaminados, los londinenses sacaban agua para tomar.
Una condición llamada diarrea de verano era común, al igual que la fiebre tifoidea, mientras que el cólera mató a miles en una serie de epidemias.
nullLas condiciones para los londinenses eran absolutamente espantosasnull, dice Cook.
nullEl río corre por todo Londres, así que era difícil de evitar.
nullEl terrible olor que te asaltaba era conocido como miasmanull.
Uno de los nullremediosnull era rociar las cortinas con un producto llamado cloruro de cal.
Sus fabricantes hacían extravagantes promesas sobre sus propiedades de prevención de enfermedades, pero en realidad era poco más que un ambientador, que tenía poco impacto en el espantoso hedor.
En aquel entonces, se pensaba que la miasma misma transmitía la enfermedad, por lo que el olor no sólo desagradaba sino que aterraba a la gente.
Pero la idea de que algunas enfermedades eran transmitidas por el agua recién comenzaba a ser aceptada.
Rico y asqueroso
Era la época del apogeo del Imperio británico: el río que tradicionalmente tenía la reputación de ser nullun río de riqueza, de una gran riqueza que llegaba a Londres desde el creciente imperio, se estaba convirtiendo en un río de muertenull, dice Cook.
nullLa crisis se había ido desarrollando con los años y el calor de ese verano fue un punto de inflexiónnull.
En la recién construida Cámara de los Comunes, usar habitaciones con vista al río era imposible para los miembros del Parlamento.
nullEl hecho de que el Parlamento estuviera en sesión durante ese caluroso verano fue realmente lo que dio el impulso para que se hiciera algonull.
El entonces Ministro de Hacienda, Benjamin Disraeli, propuso un proyecto de ley que los parlamentarios debatieron y aprobaron en 18 días.
Durante su primera lectura, el 15 de julio, Disraeli le dijo a los diputados:
nullEse río noble, tanto tiempo el orgullo y la alegría de los ingleses, que hasta ahora se ha asociado con las más nobles hazañas de nuestro comercio y los más bellos pasajes de nuestra poesía, realmente se ha convertido un estanque estigio, apestando con horrores inefables e intolerablesnull.
nullLa salud pública está en juego, casi todos los seres vivos que existían en las aguas del Támesis han desaparecido o han sido destruidos, ha surgido un temor muy natural de que los seres vivos de sus riberas compartan el mismo destino, hay una aprehensión constante de pestilencia en esta gran ciudadnull.
Y fue así que el 2 de agosto de 1858 se aprobó una ley dándole a la Junta Metropolitana de Obras la autoridad y dinero para embarcarse en el proyecto de ingeniería civil más grande del siglo el año siguiente, con Joseph Bazalgette a cargo.
Fuera de Londres
El diseño de Bazalgette era un sistema de alcantarillas interconectadas para captar los desechos de Londres antes de que pudieran llegar al Támesis, y nuevos terraplenes con alcantarillas dentro de ellos.
Las aguas residuales se canalizaron a estaciones de bombeo elaboradamente diseñadas.
Seguían llevándolas al río pero en áreas menos pobladas: nullFuera de la vista, fuera de la mentenull, según Greg Warner, un voluntario de Crossness Engines Trust, una organización benéfica dedicada a restaurar los motores victorianos.
Cayeron en desuso durante el siglo XX, cuando se hizo inaceptable bombear aguas residuales sin procesar al medio ambiente.
Para Warner, Sir Joseph Bazalgette fue de alguna manera un héroe, responsable de nulluna gran mejora en la salud pública de Londresnull.
nullImagínense lo que era tener una capa de aguas negras de 45 centímetros de espesor flotando en el Támesisnull, sugiere Warner.
nullBazalgette las sacó del centro de Londresnull.
La firma Thames Water asegura que las tuberías están nulltodavía en perfecto estado de funcionamientonull, aunque fueron diseñadas para una ciudad mucho más pequeña.
El diseño de Bazalgette se ejecutó nullcon los más altos estándares, con la más alta especificaciónnull, señala Cook.
nullGracias a la riqueza de Londres, este fue un proyecto muy bien planificado y muy bien ejecutado. No había problemas con el dinero; la instrucción simplemente fue null'hazlo ya y de la mejor manera posible'null.
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