AFP

El liberalismo perdurará pero hay que renovarlo

Es una obra en desarrollo, no un proyecto utópico

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04 de julio de 2019 a las 14:55

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Por Martin Wolf

"También existe la llamada idea liberal, la cual ha perdido su utilidad. Nuestros socios occidentales han admitido que algunos elementos de la idea liberal, como el multiculturalismo, ya no son sostenibles". Y así, Vladímir Putin afirmó estar en el lado correcto de la historia, en una notable entrevista con el Financial Times. Pero, como pudiera haberlo dicho Mark Twain, reportar la muerte del liberalismo es una exageración. Las sociedades basadas en ideas liberales centrales son las más exitosas de la historia; necesitan ser defendidas en contra de sus enemigos.

¿Qué es el "liberalismo"? Para responder a esta pregunta, primero les pediría a los lectores estadounidenses que olviden lo que significa para ellos el liberalismo: lo opuesto al conservadurismo. Éste es un significado exclusivamente estadounidense que tiene sentido en el contexto exclusivamente estadounidense: los inmigrantes que fundaron su nuevo Estado basado en un conjunto de ideas liberales, es decir, liberales en el sentido europeo, en oposición a las autoritarias. Cuando Thomas Jefferson escribió sobre "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad", en la declaración de independencia, él estaba basándose en lo expresado por uno de los grandes pensadores liberales, John Locke, reemplazando "propiedad" por "felicidad".

La palabra raíz en liberal es ‘liber’, el adjetivo latino que denota una persona libre, en lugar de un esclavo. El liberalismo no es una filosofía precisa, es una actitud. Todos los liberales comparten una creencia en la agencia humana individual. Ellos confían en la capacidad de los seres humanos para decidir las cosas por sí mismos. Esta creencia conlleva implicaciones radicales: implica el derecho de hacer sus propios planes, de expresar sus propias opiniones y de participar en la vida pública. Estas actitudes se hicieron realidad en el sistema que llamamos "democracia liberal".

Los liberales comparten la creencia de que la agencia depende de la posesión de derechos económicos y políticos. Se necesitan instituciones -en particular, sistemas legales independientes- para protegerlas. Pero la agencia también depende de los mercados para coordinar a los actores económicos independientes; de los medios de comunicación libres para permitir la difusión de opiniones; y de los partidos políticos para organizar la política. Detrás de estas instituciones se hayan valores y comportamientos: la distinción necesaria entre la ganancia privada y el propósito público para frenar la corrupción; un sentido de ciudadanía; y la creencia en la tolerancia.

El liberalismo exige entonces un equilibrio entre bienes en conflicto. Algunos liberales creen más en la libertad económica y se oponen a un Estado activo. Otros creen más en la igualdad entre los ciudadanos y temen la plutocracia. Ambas partes pueden ser liberales, definidas ampliamente. Sin embargo, Putin es un enemigo del liberalismo. La tradición de la que él proviene es la autocracia zarista. Como sostiene Anders Aslund en su libro "Russia’s Crony Capitalism" (El capitalismo clientelista de Rusia), Putin "ha meticulosamente aniquilado las incipientes instituciones del capitalismo, de la democracia y del Estado de derecho que surgieron en Rusia en la década de 1990. En su lugar, él formó una sólida vertical de poder controlada por sus amigotes, quienes se oponen al Estado de derecho, favoreciendo sus propios poderes ilimitados sobre el Estado".

Para medir el éxito del liberalismo, combinamos la medida de "voz y rendición de cuentas" del Banco Mundial y el "índice de libertad económica" de la Heritage Foundation. Las libertades económicas y políticas tienden a ir juntas, en parte porque ambas dependen del Estado de derecho. El liberalismo, así medido, está asociado con la prosperidad: las sociedades liberales tienden a ser ricas y las sociedades ricas tienden a ser liberales.

Bajo Putin, Rusia se ha alejado del liberalismo. En gran parte como resultado, la economía de Rusia está en una precaria condición. A pesar de que el producto interno bruto (PIB) per cápita es menos de la mitad de los niveles del de EEUU, el crecimiento promedio del PIB per cápita entre 2009 y 2018 fue sólo del 1,8% anual. La convergencia se ha ralentizado hasta casi paralizarse. Pocos esperan que esto mejore. La postura de Putin en el escenario mundial es una forma de desviar la atención del pueblo ruso de la corrupción de su régimen y de su fracaso en brindarle una mejor vida. Incluso en el caso de la economía china, la cual es más exitosa, podemos especular que el giro de Xi Jinping hacia un mayor control estatal y hacia la represión política minará el dinamismo.

Sin embargo, Putin tiene razón en un punto. Las democracias liberales se han topado con dificultades, en particular en relación con su capacidad para absorber inmigrantes y para gestionar la desigualdad. Las sociedades liberales definitivamente necesitan valores e identidad compartidos. Eso es perfectamente compatible con la inmigración y con las perdurables diferencias culturales. Pero ambas deben gestionarse: de lo contrario, el descontento popular traerá al poder a líderes que desprecian las normas de la democracia liberal. El frágil equilibrio pudiera entonces colapsar. Gran parte de lo que dice y hace el presidente estadounidense, Donald Trump, indica su desdén por esas normas, particularmente por una prensa libre y por un sistema judicial independiente. El riesgo, entonces, es que la democracia liberal se convierta en una "democracia iliberal" que, en realidad, no es ni liberal ni democrática.

En el informe "Libertad en el mundo 2019", el organismo centinela independiente estadounidense Freedom House reportó un decimotercer año consecutivo de deterioro en la salud global de la democracia. Este declive, observó, también ocurrió en las democracias occidentales, con los EEUU -el más influyentes defensor de los valores democráticos- liderando el camino. Este desarrollo es realmente preocupante. El liberalismo puede que sea el enfoque más exitoso. Pero, en numerosas democracias liberales, las personas, especialmente las élites, han olvidado el equilibrio que debe lograrse entre el individuo y la sociedad; entre lo global y lo doméstico; y entre la libertad y la responsabilidad.

El liberalismo no es un proyecto utópico; es una obra en perpetuo progreso. Es un enfoque de la convivencia que parte de la primacía de la agencia humana. Pero ése es sólo el punto de partida. Hacer que este enfoque funcione requiere adaptación y ajustes constantes. Putin no tiene idea de lo que esto significa: no puede concebir un orden social que no se base en la fuerza y en el fraude. Nosotros sabemos lo que significa. Pero tenemos que hacer mejor las cosas. Mucho mejor.

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