NICOLAS ASFOURI / AFP

El mundo se desmorona conforme Estados Unidos se retira

Una administración estadounidense que no puede gobernar contrasta marcadamente con China

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13 de julio de 2020 a las 15:49

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Por Martin Wolf

El covid-19 no ha transformado al mundo, al menos no hasta ahora. Pero ha acelerado su desarrollo, tecnológica, social y políticamente. Esto ha sido sorprendentemente cierto en el caso de las relaciones internacionales: la división entre China y el Occidente, y el fracaso del liderazgo estadounidense en el Occidente, se han profundizado. El orden mundial liderado por el Occidente está en crisis. Si EEUU reelige a Donald Trump, esta situación será terminal.

China es cada vez más asertiva. No respeta las ‘devociones’ occidentales en cuanto a los derechos humanos, como se demuestra en el brutal trato de los uigures y en la nueva ley de seguridad en Hong Kong. Bajo Xi Jinping, el emperador de por vida, la afirmación del estatus de China como una superpotencia y como un despotismo se ha completado. El abandono del célebre consejo de Deng Xiaoping –“oculta tu fuerza, espera el momento, nunca tomes la delantera"– es inequívoco. Sin embargo, China también debe ser uno de los socios en gestionar todos los retos globales.

El Occidente tiene valiosas ventajas en cualquier competencia con China en materia de influencia. Muchos todavía admiran sus valores fundamentales de libertad y de democracia. La influencia cultural e intelectual occidental sigue siendo mucho mayor que la de China.

EEUU ha podido crear y mantener duraderas alianzas de países con ideas afines. Si se suman las naciones que naturalmente se alinean con EEUU, incluyendo las de Europa, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australasia y, cada vez más, India, su peso económico y político continúa siendo enorme.

CHIP SOMODEVILLA / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / GETTY IMAGES VIA AFP

Sin embargo, las cosas se han desmoronado. EEUU ha sucumbido a las feroces divisiones internas que han terminado en un destructivo nacionalismo de suma cero. Trump es la encarnación de estas divisiones, tal como lo afirmó el exsecretario de Defensa Jim Mattis. Trump también es el principal protagonista del rechazo de su país a su papel histórico como modelo global de democracia liberal y como líder de una alianza de países con similares inclinaciones.

El EEUU de Trump es un país posvalores. También es poscompetencia. Incluso cuando a la gente alrededor del mundo no le gustaba lo que EEUU hacía, pensaba que sabía lo que estaba haciendo. El aterrador éxito de la administración Trump en el desmantelamiento del gobierno ha transformado esa visión durante la era del coronavirus.

Este presidente, y esta administración, ni quieren gobernar ni saben cómo hacerlo. El contraste con China, a pesar de todas las fallas iniciales de este último en gestionar el covid-19, es marcado. En un artículo en la revista "The Atlantic", James Fallows describe el desmantelamiento sistemático del sistema estadounidense, el líder mundial, de respuesta ante las pandemias. Pero el fracaso no se debió sólo al desmantelamiento del gobierno. También se debió al carácter del malévolo incompetente que lo dirige.

El mundo lo ha notado. El prestigio y la credibilidad estadounidenses han sido gravemente perjudicados. Es simbólico del colapso de las relaciones entre la alianza central que la Unión Europea (UE) — la cual ha ganado un control incompleto, pero real, sobre la enfermedad — todavía no esté planeando volver a permitirles la entrada a los estadounidenses.

En un artículo de la revista "Foreign Affairs", Francis Fukuyama ha argumentado que la base de cualquier orden político, más obviamente durante una pandemia, es un gobierno efectivo. En un artículo anterior, él persuasivamente había argumentado que las ideas del Estado de derecho y de la rendición de cuentas a los ciudadanos a través de procesos políticos democráticos se basan en esto: si el Estado no funciona, nada funciona. La administración Trump parece decidida a comprobar esta hipótesis.

Una alianza de democracias liberales dedicadas a servir como contrapeso frente a China en algunas áreas, mientras que coopera exitosamente con el país en otras, es algo concebible. Pero no sucederá si EEUU no se ‘reinventa’ como un Estado funcional dirigido por un presidente que no admira a todos los autoritarios que le presentan. Harold James, profesor de historia en Princeton, incluso ha escrito un sombrío artículo sobre "El EEUU soviético tardío".

Sin embargo, la China moderna también tiene unas bases débiles. Su Estado es indudablemente efectivo, y su gente es muy trabajadora y emprendedora. Pero la ausencia de un Estado de derecho y de responsabilidad democrática hace que el Estado sea demasiado fuerte y la sociedad civil demasiado débil. A China le fue bien cuando se abrió al mundo, como lo hizo durante las últimas cuatro décadas. Pero, si el mundo se cierra, se le dificultará más progresar tan rápidamente.

En el libro El pasillo estrecho, Daron Acemoglu y James Robinson han explicado el dilema que enfrenta un despotismo efectivo. Puede permitir que los empresarios tengan rienda suelta, con un efecto enorme. Pero, sin un Estado de derecho, el resultado inevitablemente será una ola de corrupción que socavará la legitimidad del régimen. El dirigente puede tratar de tirar de las riendas de nuevo, obligando a las personas a que vuelvan a comportarse. Pero también se corre el riesgo de acabar con los espíritus animales necesarios.

XIE HUANCHI / XINHUA / AFP

Esto es probablemente lo que le está sucediendo a la economía china en la actualidad. Algunas personas parecen creer que la inteligencia artificial y la recolección de grandes cantidades de datos permitirán que la planificación centralizada reemplace al mercado. Nada es menos probable. La fuerza impulsora del cambio son las ideas en las cabezas de las personas. Nadie puede planear eso. Las personas necesitan incentivos para crear cosas nuevas y estimulantes. ¿El Estado chino más opresivo de hoy día fomentará eso?

Por un lado, tenemos a una despótica superpotencia en ascenso, pero con debilidades reales. Por otro lado, tenemos a una superpotencia titular que ha perdido el rumbo. Yo quiero que los valores fundamentales occidentales tengan éxito y se fortalezcan. Yo quiero que China prospere, pero no a costa de corroer a las sociedades que defienden esos valores. Yo quiero que la humanidad maneje sus relaciones pacíficamente y su frágil mundo sabiamente. Si esto ha de suceder, EEUU continúa siendo la potencia indispensable. El problema no es tanto Trump, sino la cantidad de estadounidenses que quieren que él los lidere. La crisis occidental es una crisis de valores. Podemos superarla. Pero será difícil.

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