Pancho Perrier

El trecho que va de Miranda a Ehrlich

La izquierda, aún sin un nuevo jefe, intenta una transición y un tono más amable

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06 de agosto de 2021 a las 12:09

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Ricardo Ehrlich, un antiguo tupamaro que se formó como científico durante su exilio en Francia, percibe la leve línea que todavía separa a Uruguay de la radicalización y la amargura, eso que los argentinos llaman “grieta”.

Él fue intendente de Montevideo entre 2005 y 2010 por el Frente Amplio, después de los dos períodos de Mariano Arana. A fines de 2009 renunció a la reelección por pedido de José Mujica, entonces presidente electo. Así el líder del MPP abrió las puertas a Ana Olivera y retribuyó al Partido Comunista el apoyo que le permitió ganar la candidatura presidencial a costa de Danilo Astori en el Congreso del Frente Amplio de diciembre de 2008.

Como contrapartida, Ehrlich asumió como ministro de Educación y Cultura el 1º de marzo de 2010.

Hace dos semanas, el 24 de julio, Javier Miranda terminó su ciclo como presidente del Frente Amplio, la principal fuerza política del país.

Miranda había asumido cinco años antes, tras ganar una elección interna de baja concurrencia. Su sorpresiva victoria sobre el entonces diputado Alejandro “Pacha” Sánchez –víctima de la competencia con otros tres candidatos pero también de un sugestivo trasiego de votos– fue un nuevo aviso de los tremendos problemas del MPP para renovar sus liderazgos tras el ocaso de Mujica.

A principios de esta semana el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, recibió a Ehrlich como nuevo “coordinador” del Frente Amplio: un cargo de transición hasta las elecciones internas del 5 de diciembre.

“Se inicia una etapa de diálogo” y “de teléfono abierto”, dijo Ehrlich el lunes 2, después de esa reunión. “El tema central es evitar las grietas, evitar crispar el ambiente político (…). Que la población vea en la política, a los partidos, como herramientas que están al servicio del país”.

La virulencia verbal y el radicalismo de Javier Miranda habían significado una ruptura completa con Lacalle Pou; y, en buena medida, signó el mínimo relacionamiento entre el gobierno y la oposición.

Esos modos de Miranda, tal vez más aparentes que reales, fueron resultado de su debilidad; su forma de huir hacia adelante, para zafar de asuntos sin solución, y de un entorno resentido por las derrotas.

Miranda es hijo de un dirigente comunista asesinado y desaparecido en 1975, cuyos restos fueron hallados en una unidad militar en diciembre de 2005 e identificados.

Javier Miranda nunca fue un jefe de la izquierda, ni tuvo peso político propio, sino el que le endosaron en su momento los sectores que rodeaban a Astori y el Partido Socialista “renovador” (anterior al giro “ortodoxo” de Gonzalo Civila y Daniel Olesker de 2019).

Miranda trató de articular una estructura endemoniada, repleta de grupúsculos e internismos. Y fue víctima de las habituales tendencias antropofágicas de la izquierda, agravadas por las derrotas electorales de 2019 y 2020, la atomización y la ausencia de líderes indiscutidos.

Se acercó a Tabaré Vázquez para robustecerse, pero José Mujica nunca lo tragó. Y se desangró durante el traumático proceso de caída del vicepresidente Raúl Sendic (h).

“Miranda intentó hacer lo que podía”, dijo Mujica a El Observador en setiembre de 2017. “Si hubiera estado una personalidad como Líber Seregni esto lo resolvía él. Llamaba a uno de cada organización y le decía: ‘Tenés que hacer esto, esto, esto, esto’. Después lo hubiéramos criticado por autoritario, pero no se caía en una discusión cada vez más grande, cada vez más grande, cada vez más grande. Para eso hay que tener mucho peso. Hay momentos en que se precisa un jefe”.

En el último año y medio el Frente Amplio perdió miles de cargos públicos, lo que contribuyó a desfinanciar su aparato partidario. Como cruel parábola hiperrealista, los déficits de la izquierda condujeron al endeudamiento, y luego a despidos o envíos al seguro de paro de funcionarios.

“La Presidencia del Frente Amplio debería ser un espacio de liderazgo, pero yo no tuve la capacidad de lograr eso”, dijo Miranda al periódico La Diaria en febrero de este año. Y expresó su “desilusión” por la “falta de apoyo” y los “desafíos al poder” desde la interna.

El alejamiento de Miranda, por sí solo, no arreglará nada, como no arreglará nada la mera presencia de Ehrlich, un hombre tranquilo, al que no podrán atribuírsele ambiciones políticas personales. Su designación es una forma de ganar tiempo.

El tono mesurado y la disposición dialogante de Ehrlich serán puestas a prueba por los próximos picos de tensión: los perfilismos en la izquierda; el conteo de firmas por el referéndum sobre la ley de urgencia de 2020; las discusiones por la Rendición de Cuentas; los conflictos laborales por salarios y modernizaciones.

El Frente Amplio aún no ha pasado revista a las causas de su derrota, salvo muletillas; y la lucha por un nuevo liderazgo, todavía encubierta, tarde o temprano se volverá explícita, cuando no sangrienta.

Cierto núcleo duro militante da vida a la coalición, pero también es un espantavotos que impide crecer hacia el electorado independiente, ese que inclina la balanza electoral.

También requiere una urgente renovación del lenguaje, que ahora parece más bien absurdo, por la corrección política, o enredado en las telarañas de la Guerra Fría.

Con Ehrlich la izquierda podría iniciar un tiempo de mayor humildad y aceptación, lo que sería un paso imprescindible hacia una más alta civilización política en Uruguay.

Pero no hay que descartar que ese buen tono dialogante, con la convivencia como valor central, provoque desazón y resistencia a ambos lados de la línea.

Porque también una parte del oficialismo parece haber adoptado el tono arrogante y exclusivista que caracterizó al Frente Amplio durante sus 15 años de reinado.

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