JUAN MABROMATA / AFP

El Watergate argentino: la revancha de Cristina y las sospechas sobre Macri

El escándalo por el espionaje del que eran objeto dirigentes de todos los partidos, periodistas, sindicalistas y la Iglesia podría terminar afectando al ex presidente. Desde la oposición denuncian “operativo venganza” por parte del kirchnerismo.

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03 de julio de 2020 a las 12:55

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Al principio se lo tomó como una operación política del kirchnerismo. Como desde el primer día se había fijado como prioridad del nuevo gobierno la finalización del “lawfare” –como se denomina al armado de causas judiciales con finalidad política-, a nadie llamó la atención que aparecieran denuncias en las que Cristina Kirchner aparecía como víctima de espionaje.

A fin de cuentas, el propio presidente Alberto Fernández, al momento de asumir, había marcado el compromiso de que los servicios de inteligencia volvieran a cumplir los cometidos para los que fueron creados y dejaran de cumplir tareas para los gobernantes de turno.

Es por eso que en el ámbito político se vieron como algo esperable las acusaciones contra la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) durante la gestión macrista. Fue en ese período que salieron a la luz escuchas telefónicas de Cristina Kirchner en las que conversaba sobre su estrategia de defensa por las investigaciones de corrupción en su contra.

Pero la situación se tornó ahora más compleja. Porque la causa que investiga el juez Federico Villena fue revelando una serie de hechos de connotación tan extraña que la llevan a tener el potencial de un verdadero “Watergate argentino”.

Por lo pronto, están detenidas 22 personas, incluyendo a la secretaria privada de Mauricio Macri y a un grupo de agentes de inteligencia vinculados a actos de espionaje contra prácticamente todo el universo político local. Y esto incluye a funcionarios del propio gobierno macrista, como el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y la ex gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. También abarca a familiares de Macri, a empresarios, periodistas, dirigentes sindicales y a jerarcas de la iglesia.

En las últimas semanas, muchos de ellos han desfilado por el juzgado de Lomas de Zamora, donde Villena les ha mostrado las fichas con información sobre sus actividades, las fotos y filmaciones sobre sus movimientos y, en algunos casos, escuchas telefónicas.

La primera en apersonarse para darse por notificada fue Cristina Kirchner, que se constituyó en querellante contra el Estado por haber sido víctima de espionaje. Pero también macristas de primera línea, como Rodríguez Larreta, decidieron querellar. La diferencia, claro está, es que mientras para Cristina no hay duda de que Macri era la mano que manejaba todo el aparato de espías, los dirigentes del macrismo afirman tener confianza en el ex presidente.
 

“Verdura” prendió la mecha

En todo caso, lo que salió a la luz fue la forma autárquica e impune con la que los agentes de inteligencia se manejan, y su connivencia con el mundo del delito.

Todo empezó porque un imputado por narcotráfico, conocido por el sobrenombre de “Verdura”, declaró ante Villena que un agente de la AFI lo había extorsionado para que colocara un explosivo –que no explotó, de manera que no está claro si era un atentado real o un amedrentamiento- en la casa de otro ex funcionario de inteligencia, llamado José Luis Vila. La situación era confusa, y surgieron versiones de que el objetivo de ese hecho era intimidar a Vila, que como funcionario del ministerio de Defensa tenía a su cargo la decisión de compras a proveedores.

La cuestión es que, a partir de allí, “Verdura” dio datos sobre el modus operandi del espionaje, incluyendo nombres de agentes. Y quedó así al descubierto un grupo que en Whatsapp se autodenominaba “Super Mario Bros”, compuesto por una veintena de espías que seguían los movimientos de una larga lista de personalidades.

En las primeras indagatorias, varios de ellos confesaron la autoría de los actos de espionaje.

Lo extraño es que nadie escapaba a la intromisión de los agentes. De manera que así como se hacían seguimientos de Cristina Kirchner, también se hacía lo propio con Florencia Macri, hermana del entonces presidente. Y se hacían escuchas de periodistas del diario La Nación, uno de los principales sostenes mediáticos de la gestión macrista.

Llegó incluso a rumorearse –aunque no está oficialmente confirmado- que el mismísimo Papa Francisco podría haber sido escuchado de manera clandestina, dado que hay un obispo entre los personajes objeto de espionaje.

Interpretaciones contrapuestas

Es ahí donde el tema inevitablemente se politiza. Porque surge la pregunta obvia de para qué se espiaba y quién daba la orden. ¿Qué sentido tenía espiar a quienes eran adversarios del gobierno pero también a sus principales aliados? ¿Cuánto de lo que ocurría era del conocimiento de Macri? ¿Y cuánto puede confiarse sobre la veracidad de lo que ahora declaran los espías?

Desde el punto de vista del kirchnerismo, la cosa parece muy clara. Macri ya tenía antecedentes de espionaje desde sus tiempos de jefe de gobierno porteño, e incluso había llegado a ser procesado por ese tema. Y su visión es que si se llegó a espiar a periodistas del diario La Nación y a altos dirigentes políticos del propio gobierno fue, en parte, por una guerra interna de la AFI, donde se disputaban espacios de poder, y en parte porque el celo del ex presidente por conocer todos los detalles de la vida privada de los actores de la vida nacional no tenía límites de índole político ni familiar.

En la vereda de enfrente, en cambio, hay una tendencia a dejar a Macri fuera de las acusaciones, y se prefiere pensar en que el aparato de inteligencia había venido degenerando, ya desde el gobierno de Cristina Kirchner de tal forma que se distorsionó por completo su cometido natural. De hecho, en estos días muchos recordaron que la agencia de inteligencia había sido sospechada por la muerte del fiscal Alberto Nisman, lo cual había obligado a la propia Cristina, en aquel momento, a reestructurar el organismo.

En todo caso, desde el macrismo se denunció que el kirchnerismo quiere aprovechar ahora esta situación judicial para poner en marcha un “operativo venganza” de la ex mandataria.

Para empezar, hay sospechas sobre la imparcialidad del juez Villena, a quien sindican como una de las personas de confianza de Cristina para realizar una reforma del poder judicial que mine su independencia. Entre otras cosas, indican que Villena, que es de la provincia de Buenos Aires, no tiene jurisdicción sobre la causa del espionaje, porque ya otro juez de Capital estaba investigando el tema y tiene competencia natural.

Pero, sobre todo, lo que se plantea es que con la excusa de la investigación se están produciendo atropellos a las garantías constitucionales. Un grupo de dirigentes de Juntos por el Cambio, la coalición que gobernó con Macri, señala la gravedad de que se haya secuestrado la agenda del ex presidente.

A medida que los involucrados declaran ante el juez o ante la comisión parlamentaria que sigue el caso, hay varios que aprovechan para “limpiar” su imagen. Entre ellos destacan Hugo Moyano, poderoso líder de la CGT disidente, y su hijo Pablo, que dirige el sindicato de camioneros. Ambos habían sido objeto de duras críticas por parte de Macri, que los sindicaba como integrantes de una mafia.

Los Moyano son, desde hace años, objeto de investigación judicial, sospechados de manejos irregulares de dinero en el sindicato de camioneros, así como de vínculos con la barra brava del club Independiente, del cual Hugo es presidente. Y ahora, al develarse que eran objeto de espionaje, no dudaron en plantear que todo era un plan macrista para perseguir a quienes se oponían al “modelo neoliberal de ajuste”.

Pablo Moyano planteó explícitamente que esta causa debe terminar con la detención del propio Macri. Dijo, textualmente, que el expresidente debería llegar al juzgado del juez Villena “con casco y chaleco antibalas”. Esa era la forma en que se llevaba a declarar a los empresarios o ex funcionarios kirchneristas acusados de corrupción.

Cautelas, silencios y arrepentimientos

Sin embargo, en el círculo más cercano a Cristina hay una sugestiva cautela a la hora de cargar culpas contra Macri.

Por caso, Graciana Peñafort, una de las principales asesoras de Cristina Kirchner en asuntos judiciales –es quien le “cuida la firma” en el Senado- declaró que “formalmente, Macri es jefe de la AFI, pero una cosa es ser el jefe y otra es tener conocimiento cabal de todo lo que se hace”.

Fue un argumento que, casualmente, se usó cuando arreciaban las acusaciones contra Cristina: en los casos en que las pruebas sobre corrupción de sus ex funcionarios eran contundentes, la defensa de la ex presidente es que ella no estaba al corriente de todo lo que hacían las segundas líneas del gobierno, que se manejaban con un grado de autonomía.

De manera que, por extraño que parezca, esa línea argumenta del kirchnerismo aparece, de alguna forma, como una defensa del propio Macri.

En todo caso, la atención de los próximos días estará puesta en la aparición de posibles “arrepentidos” entre los muchos agente de la AFI que deberán prestar declaración indagatoria sabiendo que se juegan su libertad.

En este contexto, el silencio más sugestivo es el del presidente Alberto Fernández. Que probablemente sienta que tiene más para perder que para ganar si se pronuncia públicamente sobre hechos que involucran a otro poder del Estado.

Pero, sobre todo, la sospecha del ámbito político es que el presidente, en medio del desplome económico y la ola de malas noticias que implica la cuarentena, encontró en la saga del espionaje un factor de descompresión interna: le da a sus socios más radicalizados un tema de alto impacto político, con lo cual compensa la impaciencia kirchnerista por su avance lento en reformas económicas.

¿Macri busca fueros?

Mauricio Macri mantiene su bajo perfil a rajatabla. Apenas cortó su mutismo para comunicar en las redes sociales que había tenido una reunión con Elisa Carrió,
“Hablamos del momento que vive nuestro país y compartimos nuestra preocupación por los atropellos institucionales que estamos viendo”, escribió el ex presidente, en una alusión que todos vincularon a la causa del espionaje.
Lo cierto es que el tema generó inquietud dentro de la ahora coalición opositora. Si bien delante de los micrófonos todos dicen que creen en la inocencia de Macri, el enrarecimiento del clima interno es inocultable, y han trascendido críticas en los grupos de Whatsapp integrados por dirigentes políticos.
A esta altura, ya se habla abiertamente sobre si Macri decidirá postularse el año próximo en las elecciones legislativas, posiblemente como diputado porteño. Sería, como ya es tradición de los políticos con problema judiciales, una forma de garantizarse fueros ante una posible embestida judicial.
No está tan claro si eso sería factible, dado que el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, del mismo espacio de Macri, figura como querellante en la causa del espionaje por la cual tendrá que declarar el ex presidente.
En todo caso, no deja de ser otra gran ironía de la política argentina el hecho de que Macri podría terminar adoptando la misma estrategia que en su momento eligió Cristina Kirchner, que encontró refugio en el Senado cuando empezaron los pedidos de prisión preventiva por parte de los jueces federales.
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