Esperar a que Trump deje el poder es riesgoso: los aliados de EEUU deberían prepararse para lo peor

Hasta el día en que murió, Barbara Bush -la esposa del presidente George H.W. Bush- mantuvo un reloj al lado de su cama que contaba los días hasta que Donald Trump dejaría la presidencia. La medición del tiempo de la ex primera dama era optimista: ella dio por sentado de que sería una presidencia de un solo mandato. La mayor parte del mundo está en el bando de la fallecida señora del presidente Bush. A juzgar por la ausencia de iniciativas diplomáticas, el Occidente también está contando los días para que Trump deje el cargo. Lo mismo ocurre con el EEUU no Trumpiano. Como Joe Biden, el favorito demócrata, continúa expresando, Trump es una "aberración", como si el tiempo se hubiera descarriado brevemente. Todo lo que necesitamos es esperar que se acabe el tiempo en el reloj y luego ponerlo en cero.

Existen dos problemas con esta perspectiva. El primero es que no se puede recuperar el tiempo perdido. El mundo no volverá al momento preciso en donde estaba antes de que Trump asumiera el cargo. Una derrota para Trump representaría una mala noticia para Arabia Saudita, para Rusia y para Corea del Norte. Trump ha licenciado el aventurerismo saudí; ha validado la visión del mundo de Vladimir Putin; y le ha dado a Kim Jong Un una inolvidable fiesta de ‘presentación ante el mundo’. Pero no está claro si la salida de Trump representaría una gran diferencia para China. El más sorprendente cambio que ha ocurrido desde que él asumió el cargo es la velocidad con la que Washington ha acogido la llamada nueva guerra fría. El sucesor de Trump probablemente tendría su misma visión de China como el principal rival estadounidense.

Europa, Japón, Canadá y Australia también deben tener cuidado. Aunque la partida de Trump anunciaría un gran cambio en el tono, habría continuidad en la sustancia. El sucesor demócrata de Trump sería igualmente impaciente con los bajos presupuestos de defensa europeos. Las encuestas que muestran que la mayoría de los estadounidenses están a favor del libre comercio son engañosas porque no presentan la intensidad de la oposición. Las facciones decisivas en ambos extremos del espectro se oponen vehementemente a los nuevos acuerdos, con aliados o con otros países. En el pasado, los presidentes demócratas podían depender de que los legisladores republicanos aprobaran sus acuerdos comerciales. Esos días probablemente ya se han terminado. El paso lógico para que cualquier presidente estadounidense contenga a China sería volver a unirse al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) de Barack Obama. Sin embargo, incluso Obama no pudo persuadir a los demócratas para que votaran a favor del TPP. Es dudoso que Elizabeth Warren o Kamala Harris como presidentas siquiera lo intentaran. La política exterior de Warren ha sido llamada "Trumpismo con un lado humano".

La excepción a esperar a que la presidencia Trump se termine es Irán. La semana pasada, su líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, descartó cualquier idea de negociar con Trump. La implicación debería haber sido que Irán esperaría hasta que EEUU eligiera a alguien menos errático. Sin embargo, Irán está ignorando la recomendación de Europa de permanecer dentro del acuerdo nuclear, y planea comenzar a exceder sus límites de enriquecimiento de uranio este fin de semana. Independientemente de los peligros de un conflicto entre EEUU e Irán, la situación no puede volver al pasado. Irán estará en guerra con EEUU cuando el próximo presidente asuma el cargo, o un año y medio más cerca de ser una potencia nuclear. Posiblemente ambos. Ese reloj no se puede volver a cero.

El segundo problema con la facción que cree en la "aberración" es que Trump pudiera ganar un segundo mandato. La historia ha demostrado que los presidentes estadounidenses son reelegidos si la economía está creciendo. Los únicos presidentes de un solo mandato durante los últimos 100 años fueron George H.W. Bush, Jimmy Carter y Herbert Hoover. Cada uno de ellos estaba lidiando con una recesión. Trump puede que sea una excepción a esa regla. O la economía estadounidense pudiera caer en picada. Apostarle a cualquiera de estos escenarios sería imprudente.

Mientras tanto, lo más probable es que el oponente de Trump haya acogido suficientes posiciones extravagantes como para mejorar sus perspectivas de reelección. En los debates demócratas de la semana pasada, numerosos candidatos prometieron abolir una ley que penaliza los cruces ilegales de la frontera. El público estadounidense es generalmente proinmigración. Pero se opone firmemente a las fronteras abiertas. Tres de los principales candidatos expresaron que querían abolir el seguro de salud privado. La mayoría también apoya un proyecto de ley que les brindaría a los niños transgénero la opción de escoger qué baño usar. Éstas son las posiciones que Trump quiere que su oponente apoye.

Lo cual deja en un dilema a la multitud que está esperando a que se acabe el tiempo. Por un lado, es posible que el mundo tenga que lidiar con él hasta 2025, en cuyo caso se habrán perdido cuatro años apostando a que EEUU se había equivocado. Por otro lado, la derrota de Trump no recrearía el mundo que los miembros de esta multitud creen que recuerdan. Como dice el dicho, no puedes entrar dos veces en el mismo río. De cualquier manera, los aliados estadounidenses deberían esperar lo mejor, pero trabajar mucho más arduamente en prepararse para lo peor.