Hay camino por delante

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04 de julio de 2020 a las 05:00

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Muchas cosas bien hizo Uruguay hasta ahora respecto a la pandemia del coronavirus. Actuó rápido. Actuó bien. Testeó rápidamente y mucho. Recomendó el famoso “quedarse en casa”, pero sin apelar a esas cuarentenas forzadas que generan mucho daño en la economía, tienen una eficacia cuando menos discutible y de las que después es muy difícil. Y apeló a la responsabilidad ciudadana, que respondió de forma excelente.

Los efectos de las cuarentenas se ven en Estados Unidos, por ejemplo, donde las medidas son estaduales y se observan estados que abren y luego tienen que retroceder. Los efectos de la apertura son muy positivos y por ello en Estados Unidos en junio se crearon 4,8 millones de empleos y el desempleo bajó del 13% al 11%. Pero el rebrote de fines de junio opaca estas espectaculares cifras. Lo que sí confirman es que el mercado de trabajo está vivo y que con la proverbial flexibilidad americana se podrán recuperar los 10 millones de empleos que se perdieron tan pronto como se contenga la diseminación del virus. Y en eso Estados Unidos, pese a su enorme potencial económico y científico, no hizo un buen papel por el rol jugado por el presidente Trump, que perdió semanas que hoy resultan de oro por negarse a aceptar la realidad, por calificar al virus como “algo extranjero” y por demorarse en aplicar el distanciamiento físico y el uso de tapabocas. Y por eso Trump está perdiendo terreno frente a Biden y sus probabilidades de reelección se van reduciendo dramáticamente de cara a noviembre.

En Uruguay, el buen manejo pagó dividendos a nivel internacional. No solo el buen manejo de la crisis interna sino también la ayuda humanitaria que permitió dar soluciones a extranjeros varados en Uruguay y auxiliar a pasajeros de cruceros a los que nadie quería. Uruguay, además, será menos afectado en la marcha de su economía por haber mantenido los motores encendidos. Y por ello pudo realizar una exitosa colocación de deuda. Ahora, según destaca la agencia Bloomberg, los bonos uruguayos cotizan a mejor valor que bonos de países con grado inversor comparable, como Colombia y México. La agencia especializada en temas económicos cita al economista jefe del Barclay’s diciendo que Uruguay está “separado del resto. Y solo habrá un moderado impacto en el frente fiscal y la menor contracción económica en la región, debido a una situación sanitaria bajo control que hizo innecesario ir a un cierre completo de la economía”.

Es agradable oír estos comentarios e incluso los últimos que nos dedica el Financial Times. Hablan más que de economía: hablan de sentido común, hablan de apostar a la libertad responsable, hablan de no tener peleas políticas internas sobre el manejo de la crisis sanitaria, hablan de fortaleza institucional.

Queda, no obstante, mucho camino por recorrer. Estamos expuestos a los problemas sanitarios de Brasil, aunque los brotes de Rivera y Treinta y Tres se trataron con rapidez y eficacia para encapsular el posible contagio.

Ingresamos a esta crisis con la economía debilitada: cuatro años de estancamiento y recesión al final del período del anterior gobierno, un déficit fiscal muy alto con una trayectoria de deuda insostenible, un mercado de trabajo también en franco deterioro, alta inflación (nunca se logró, salvo contados meses, entrar en el rango meta del gobierno pese a que este era holgado). Y, lo que fue peor, el desaprovechamiento de la mayor bonanza externa que gozó Uruguay en más de medio siglo para realizar reformas estructurales.

Si todo sigue bien, si el gobierno apunta a mantener liquidez en el mercado, si continúan los controles sanitarios y se respeta el distanciamiento físico, es probable que el 2021 nos agarre mejor parados. Pero nos devolverá a niveles de actividad de 2019.

Y Uruguay tiene que aspirar a mucho más que volver a los niveles de 2019. Esos niveles son inaceptables. Ya lo eran en 2019 con la economía estancada y perdiendo empleos. Más lo serán a fines de 2021. Y no es consuelo pensar que estaremos mejor que el resto de América Latina. Es con nosotros mismos que debemos compararnos. Por eso es preciso desregular la economía, potenciar la educación y apostar a un crecimiento sustentable que no esté a merced del precio de las materias primas, como ocurrió a principios de este siglo.

Hay camino por delante en dos sentidos. Uno, que se ve la luz al final del túnel. Y dos, que es preciso hacer mucho para que la realidad de Uruguay se acople a su imagen internacional. Y que esa imagen nos ayude a no detenernos. 

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