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Japón: casos en alza, los Juegos a la vuelta de la esquina y la gente cansada del quedate en casa

La determinación política de Japón de seguir adelante con los juegos está en desacuerdo con el entusiasmo del público

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11 de mayo de 2021 a las 13:56

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Leo Lewis

El viernes pasado, debido a la combinación del aumento del número de infecciones por covid-19 y la inminente celebración de los Juegos Olímpicos, el gobierno japonés se vio forzado a prolongar el estado de emergencia para Tokio y otras regiones hasta finales de mes.

En virtud del decreto ampliado, los negocios funcionarán bajo restricciones confusas y el lánguido programa de vacunación seguirá frustrando a una nación con muchos deseos de trabajar y relacionarse de forma segura. Se les pedirá a los ciudadanos de la ciudad más poblada del mundo que no hagan ningún viaje "innecesario" fuera de sus casas. Para un gobierno y un pueblo que han invitado a los atletas del mundo a correr, saltar y sudar en Tokio en menos de 11 semanas, mucho depende de esa palabra.

Desde que comenzó la pandemia el año pasado, el gobierno japonés ha dejado en muchos sentidos la interrogante de lo que constituye "innecesario" a la interpretación de cada persona y del sector privado. En los primeros y más aterradores días de la crisis, confió correctamente (y con éxito) en que se aplicaría la interpretación más estricta, lo cual creó un rápido cambio a políticas de trabajo desde casa y delineaciones precisas entre, por ejemplo, la compra de alimentos y la compra de sombreros.

Casos de covid en Japón

Desde entonces, esas líneas se han desdibujado. Los actuales esfuerzos del gobierno implican un intento de reafirmar la antigua interpretación con la esperanza de que haga descender el número de infecciones durante el tiempo suficiente para recuperar la reputación de Japón de control de la enfermedad. Si hay suerte, eso podría ocurrir antes de que decenas de miles de atletas y sus equipos pasen por inmigración.

El problema — y, posiblemente, una de las razones por las que el nuevo estado de emergencia no está funcionando tan bien como los anteriores — radica paradójicamente en los preparativos para los Juegos Olímpicos. La determinación de seguir adelante viene con la implicación de que estos juegos, y todas las contorsiones necesarias para que se realicen de forma segura, caen inequívocamente bajo la categoría de "necesarios".

El público, acosado con amonestaciones diarias desde altavoces en las calles, debe sentir angustia sobre si el picnic de un niño o el viaje a la librería son, estrictamente hablando, necesarios. El gobierno no parece haber tenido esa dificultad para definir los torneos simultáneos de doma, surf y ping-pong como actividades vitales. Todo el mundo, independientemente de su entusiasmo por el evento en sí, puede ver problemas en ello.

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Las calles vacías en Tokio

Se destacan tres problemas estrechamente relacionados. El primero es que, al insistir en la necesidad de celebrar las Olimpiadas durante una pandemia, Japón se está apoyando considerablemente en la idea de que su papel como anfitrión está definido por el deber y el destino. Esta idea, potente en las manos adecuadas, fue explotada brillantemente por el gigante publicitario Dentsu para convencer a las compañías japonesas de que aportaran US$3.1 mil millones en concepto de patrocinio olímpico. Pero las reservas públicas de entusiasmo son escasas después de un año en que todos han sido pisoteados por un demonio invisible.

¿Podría un carismático líder japonés persuadir a la población, cuyo 97 por ciento sigue sin vacunarse, de que es su deber, y no el de una organización supranacional como el Comité Olímpico Internacional, absorber los riesgos del evento?

¿Podrían persuadir a cientos de médicos y enfermeras de que sus habilidades se despliegan mejor al servicio de los juegos que del público en general? Quizás, pero Yoshihide Suga, el primer ministro, necesitaría hacer acopio de mucho más brío y arte de vender de lo que parece que puede o quiere hacer.

El segundo problema es que el gobierno se arriesga a crear un déficit de credibilidad que podría persistir mucho después de que se haya ido la antorcha y la prioridad política vuelva a ser completar la vacunación de la población más anciana del mundo. Esta pandemia ha obligado a los líderes de todo el mundo a tomar decisiones de clasificación excepcionalmente difíciles. Los dirigentes japoneses se arriesgan a pasar los meses y años futuros intentando convencer a los votantes de que, independientemente de la impresión que se hayan llevado, siempre fueron más importantes que el waterpolo y el salto con garrocha.

Pero el tercer problema, y quizás el más desmoralizante, de tratar los juegos como algo necesario es que se convierten en eso: una tarea sin alegría en lugar del festival de logros, ambición y unión que los Juegos Olímpicos pueden llegar a ser en su mejor momento. El lenguaje de los preparativos — con sus solemnes compromisos en materia de seguridad, la elevada probabilidad de que no haya espectadores en vivo y las onerosas limitaciones a los atletas que visitan una de las ciudades más emocionantes del mundo — parece redactado sin ninguna explicación de cómo se va a disfrutar de todo esto.

Más allá de las brutales dificultades de organización, la decisión de celebrar los juegos en este momento representa una exigencia asombrosa para la paciencia, la valentía y el espíritu público de Tokio y Japón. Sin un compromiso claro con la diversión — y el hecho de que todo esto está ocurriendo precisamente porque la humanidad se nutre de lo innecesario — esa exigencia puede resultar excesiva.

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