Estamos en octubre de 1982. La situación en Uruguay era insostenible desde bastante antes y en determinado momento el país se hundió sin vuelta de hoja. En el matutino donde trabajaba hubo una noche siniestra para decenas de empleados. Los despidos fueron masivos. La notificación enviada a los damnificados era para todos la misma. Lo único que variaba era el nombre de quien quedaba en la calle. Quiso la mueca del destino, que en ese momento de la historia del país, yo tenía un problema bastante más serio, por lo que había aceptado con estoicismo la sombría posibilidad a la vista, pues era parecida en contundencia emocional a la que vivía a diario, fuera del diario.
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