GREG BAKER / AFP

La cara más dura del “poder blando” chino

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17 de julio de 2020 a las 05:04

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Desde que Deng Xiaoping puso a China en la rampa de despegue como potencia mundial, que algún día podría incluso disputarle la hegemonía a Estados Unidos, los líderes chinos nos han dicho que no había de qué preocuparse, que su advenimiento como gran potencia sería pacífico, que lo de ellos era un “poder blando”, una cosa casi imperceptible; como el enfermero que anuncia, jeringa en mano, un pinchazo sin dolor.

Este poder blando, nos dijeron, implicaba acuerdos comerciales, multimillonarias inversiones, proyectos de infraestructura –todas cosas buenas-, pero en ningún caso el enfrentamiento o la amenaza militar; muchos menos, la injerencia en asuntos internos, ni la coerción o represalia por posiciones asumidas en el plano internacional. ¡Qué esperanza! El chino sería “el imperio bueno”, debíamos inferir.

Por algún tiempo, así fue; el gigante parecía inofensivo. Pero hoy, con la enorme dependencia mundial de China, cuando casi todos los países la tenemos como principal socio comercial, en un mundo donde China fabrica y los demás consumen, el gigante ya no parece tan bonachón.

Todo ha cambiado desde que Xi Jinping llegó al poder en 2013, dispuesto a ponerle dientes, y muy afilados, a la influencia geopolítica de Pekín. El problema es que China es un Estado totalitario; y así, todas sus relaciones y todo lo concibe en la lógica del Estado totalitario. A fines de junio, le impuso a Hong Kong una Ley de Seguridad draconiana que acaba de facto con la autonomía del enclave –y de paso, con su identidad– y hasta prohíbe terminantemente las críticas al gobierno de Pekín. Las críticas son ahora ilegales; así nomás.

El lector me dirá, bueno, pero es que Hong Kong es parte de China, desde que el Reino Unido le reintegró la soberanía a Pekínen 1997, y puede hacer allí lo que su gobierno decida. Es bastante más complicado que eso. Pero aun si así fuera, en lo que hace a acallar críticas y voces disidentes, el gobierno chino aplica la misma receta a algunos países socios. Hace apenas unos días, Australia sufrió un brutal ataque cibernético, dirigido a sus servicios públicos, empresas privadas e infraestructura crítica, por haber osado pedir una investigación sobre el origen del coronavirus.

Y no solo a países alcanza el largo brazo de la censura china. En los últimos meses ha puesto a temblar a verdaderos imperios deportivo -comerciales como la NBA y la Premier League, a las que el gobierno de Pekínles ha hecho perder miles de millones de dólares con la censura de partidos por cuenta de simples y, más bien tímidas, críticas -de un ejecutivo en un caso, y de una estrella del fútbol inglés en el otro-. Y a fines de marzo, hasta al Nobel Mario Vargas Llosa, le descatalogaron la obra y le retiraron todos sus libros de los servidores chinos, minutos después de que El País de Madrid publicara una columna suya crítica de Pekín.

Nada de ello se acerca, empero, al tenor que han cobrado en los últimos meses la coerción y las amenazas militares del gobierno chino a sus vecinos Vietnam, Malasia e Indonesia por el largo diferendo que sostiene con estos países en torno al Mar Meridional de China. Las presiones y maniobras agresivas de Pekínse han extendido peligrosamente incluso a potencias regionales, como Japón y la India, con las que también sostiene disputas territoriales.

La sangre llegó al río la semana pasada en el Himalaya, cuando soldados chinos e indios se enfrentaron a más de cuatro mil metros de altura, a lo largo de una línea fronteriza en disputa. Pero el enfrentamiento fue -por bizarro que parezca- a puño limpio, entre varias decenas de combatientes de un lado y otro que finalmente acabaron en una batalla campal con palos y piedras y decenas de muertos que lamentar. Del lado indio, una veintena de soldados perdieron la vida en el altercado, mientras que el gobierno chino se niega a reportar sus bajas, y el Ministerio de Exteriores se ha referido al incidente como “fake news”. Pero es solo una muestra de hasta dónde pueden escalar las tensiones cuando China se empeña en su afán de hacer valer sus reivindicaciones territoriales.

Como sea, el principal temor ahora entre observadores diplomáticos y expertos en la región es que Taiwán pueda seguir el mismo camino de Hong Kong. De momento, se ve improbable una incursión china en la isla; pero vista la casi nula resistencia internacional que enfrentó en su represión de Hong Kong, a Pekínse le podría hacer el campo orégano en la vieja Formosa, que en su día albergó al gobierno nacionalista chino del Kuomintang encabezado por Chian Kai Shek.

A todo esto, el miércoles, el presidente Donald Trump le retiró a Hong Kong el estatus comercial preferente, en represalia por la nueva Ley de Seguridad impuesta desde Pekín, reanudando las tensiones y desatando una nueva guerra de declaraciones entre Washington y Pekín.

Tal parece, y como era de esperarse, que el anunciado poder blando chino se ha endurecido ya a un punto de no retorno bajo la égida de Xi. Nunca el ascenso de una potencia hegemónica ha sido inocuo ni totalmente pacífico. Ahora solo nos queda cruzar los dedos para que sus agresiones, represalias o coercitivos reclamos de lealtades no se vuelquen pronto hacia estas orillas.

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