Leonardo Carreño

La grieta uruguaya: el urgente desafío de la post-pandemia

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29 de mayo de 2020 a las 05:04

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Se ha instalado una narrativa de sesgo exitista, acerca de un posible y eventual triunfo en contra del virus, en la que el Uruguay emerge como una virtuosa singularidad en el manejo sanitario de la crisis. Cabe preguntarse, si acaso estamos declarando una victoria anticipada de una batalla pendiente. Se sabe por experiencias del mundo, que el coronavirus posee el rasgo distintivo de su imprevisibilidad, asociado a su efecto explosivo cuando se ensaña con una determinada zona o población. El camino hacia una victoria definitiva es aun largo e incierto, según los científicos.  Pero existe un segundo componente de la nueva agenda, que la pandemia le impuso al gobierno de Lacalle Pou. Se trata del brutal impacto de la parálisis auto inducida a la economía mundial, la cual ya posee vida propia, y sus efectos cobran un creciente ímpetu, mayor que los de un hasta ahora atenuado brote de covid 19 local.

A nivel mundial, se conocen, casi a diario, quiebras o despidos masivos de grandes corporaciones multinacionales, muchas de ellas manejando ingresos o con valores bursátiles equivalentes a un PBI anual uruguayo. La ola que arrasó con el sector turístico global ha desencadenado cierres de empresas de los subsectores que lo integran, sin horizonte claro o cercano respecto a sus reaperturas. En esta debacle, en la que economistas de fuste internacional discuten si una probable recuperación será en forma de una optimista “V” o de una “U” más cautelosa, o la más pesimista como una “L” –como escenario de una segunda Gran Depresión-, surgen factores de amenaza específica para América Latina y para un país pequeño como el Uruguay.En el frente externo, al país se le presentan algunas complicaciones en plena manifestación y otras en avanzada gestación. Una probable versión más aguda y prolongada de la Gran Recesión del 2008/2009, producida por el estallido de la burbuja hipotecaria en los Estados Unidos, tiene ya las capacidades de disminuir la demanda de commodities agropecuarios desde China y Europa, además de presionar los precios a niveles que reducen la rentabilidad, o bien hundirlos por debajo de la línea de costos estructurales. Una segunda tribulación tiene origen en la geopolítica y se presenta por partida doble: en el Mercosur, las dobles crisis de Argentina y Brasil, una, inicialmente financiera-económica, y la otra, por el momento política pero de inminente impacto económico, poseen las capacidades de generar inestabilidades internas que terminarían por espantar a los inversores, con fichas en la mano para seguir arriesgando en el casino latinoamericano. Sabemos que los inversores ven al mundo en bloques, y los emergentes, aun atravesando la tormenta viral con más o menos suerte, enfrentarán la crisis económica con padecimientos similares. Es muy difícil que el Uruguay y sus singularidades positivas sean del mérito suficiente para sustentar excepciones. En consecuencia, las posibilidades de atraer grandes inversiones son, en el mediano plazo –el largo plazo ha quedado postergado- casi improbables. Mientras que China, nuestro principal mercado comprador, puede convertirse en el paria internacional de la pandemia. Una escalada de un conflicto entre Occidente y Beijing convierte al comercio con los chinos en una herramienta de presiones geopolíticas, o en un arma coercitiva, exponiéndonos a sanciones desde Washington o Bruselas, si se instala el maniqueísmo de buenos contra malos. En la Casa Blanca de Trump todo es posible. Pero un triunfo de Joe Biden en noviembre no garantiza el final de un conflicto, que ya tiene su propia vitalidad y al que se le denomina como una “nueva Guerra Fría”.

¿Por qué importa al Uruguay la configuración de este contexto complejo, en el que confluyen agentes disruptivos, propios de una crisis sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial?                     

La primera respuesta a esta pregunta está en el centro de la fractura interna que nos divide frontalmente como sociedad.

Ante un gobierno que se levanta de un golpe en la nuca producido por la pandemia, hoy se observa una relativa calma política y social, como signo saludable de una población que viene tolerando la situación con madurez civil. Pero es probable que tal statu quo sea probado en  fases más agudas de una economía en caída de empleo y actividad. Ante el umbral de mayores complicaciones, esa fractura, basada en dos interpretaciones opuestas y confrontadas sobre un proyecto de país, -aun en estado inconcluso y en frustración crónica-, puede ensancharse y, de ella, pueden surgir impulsos desestabilizadores. En el eje Frente Amplio-PIT/CNT y desde el discurso de sus integrantes, existen elementos proclives a caer en esas tentaciones agitadoras.

Diego Battiste

La convergencia del tránsito parlamentario de la Ley de Urgente Consideración, junto a la agudización de una recesión económica, son motivos suficientes como para que amenazas abiertas o veladas se trasladen al golpe callejero. La moraleja del escorpión y la rana ilustra cómo actúa el ADN de ese poder paralelo de la política, aplicada a la acción sindical combativa. Su terca miopía condiciona al bienestar general por ilusorias conquistas particulares. ¿Ante la escala de esta calamidad mundial, se mantendrá esa naturaleza nefasta del manejo de un desacuerdo esencial, por la vía de lo irreconciliable?

¿O estaremos a la altura de esa narrativa con la que nos ve la comunidad internacional, la de una república estable, predecible y pacífica?

Tal vez la pandemia nos imponga, por sus dolorosos efectos, una obligatoria instancia para cerrar esa, nuestra propia grieta, en la que la injerencia de un Estado, cada vez más voraz e ineficiente en nuestras dimensiones vitales como país, va succionando las reservas de energía productiva que aportan la iniciativa y las libertades individuales. Las secuelas económicas serán duras y prolongadas.

Un Uruguay dividido en dos culturas de país incompatibles y en conflicto, renuncia a la necesaria recuperación y a su viabilidad futura.

No hay libertades políticas ni auténtica democracia al vivir bajo una confrontación de intransigencias y dentro de algo muy parecido a un totalitarismo económico. La pandemia pasará.

Pero está en nosotros que esa persistente y grave fractura se cierre por las buenas, y definitivamente. En ello, la pandemia es una oportunidad histórica.

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