JUAN MABROMATA / AFP

La “misión imposible” de Sergio Massa en EEUU: recomponer la imagen argentina y destrabar el tema deuda

El tercer socio de la coalición gobernante asume su función de contrapeso por los excesos del kirchnerismo y, con una espinosa agenda diplomática, intenta consolidar su perfil presidenciable

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14 de junio de 2021 a las 05:01

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En la coalición de gobierno peronista, los roles de los principales dirigentes quedaron bien definidos desde el comienzo. Mientras Alberto Fernández trataba de ser el presidente componedor que mantuviera el diálogo con todos, Cristina Fernández de Kirchner mantendría la mística militante del sector más volcado a la izquierda. Y el tercer socio, Sergio Massa, tendría a su cargo la representación del discurso más “a la derecha”: sería el que se encargaría de los temas de inseguridad, el que mantendría el vínculo con las empresas y el que haría de defensor de la clase media.

En definitiva, Massa sería un contrapeso del ala “moderada” para evitar que la coalición se fuera demasiado hacia el discurso radicalizado y antiempresarial del kirchnerismo duro.

Para Cristina no fue fácil aceptar la reconciliación con Massa, no tanto por temas ideológicos sino de índole personal. Tras haber sido “apadrinado” por Néstor Kirchner, se animó a armar una línea opositora dentro del peronismo, aglutinando a los muchos dirigentes que estaban resentidos por la izquierdización de Cristina Fernández y el avance de la agrupación juvenil La Cámpora.

A partir de allí, todo fue tenso entre ambas figuras. Massa se dio el gusto de ganar la legislativa de 2013, pero tuvo una votación mediocre en la presidencial de 2015 y en la legislativa de 2017.

Su postura osciló desde una derecha clásica que pedía mano dura contra el delito hacia un centro-izquierda que se oponía a los “tarifazos” y que denunciaba la corrupción de la gestión kirchnerista.

Y a pesar del indisimulable apoyo mediático que recibía de parte de empresarios amigos –como el multimedios América–, le costaba hacer pie en un escenario político demasiado polarizado como para que un candidato “centrista” tuviera chances. Fue así que Alberto Fernández lo convenció de que su futuro político pasaba por sumarse a la coalición peronista, acumular poder y esperar con paciencia su turno.

El propio Massa le puso fecha: dijo que como él era joven –tenía entonces 47 años– podía esperar a las presidenciales de 2023 para postularse. Ya un aviso para el kirchnerismo, que tiene sus propios planes de candidaturas.

La reconciliación fue un trago duro de pasar, tanto para Massa como para Cristina Fernández. Quedan rencores personales difíciles de superar. Por ejemplo, Massa siempre dijo que un presunto robo en su domicilio había sido en realidad obra de espías que buscaban información que lo pudiera comprometer políticamente. Y Cristina Fernández jamás olvida a quienes la acusaron en alguna de sus causas judiciales.

Desde entonces, en su cargo de presidente de la Cámara de Diputados, Massa aprovechó para acumular poder y aceitar contactos con el mundo empresarial. Logró cambios en la ley de presupuesto, que implicaban mayores ingresos tributarios para organismos dirigidos por políticos de su sector, y también beneficios para determinados sectores empresariales.

Curiosamente, una práctica aprendida de Néstor Kirchner, pero que hoy es mirada con desconfianza desde el kirchnerismo, que recela de su creciente influencia.

Massa completó su estrategia de “buena onda” con la clase media al presentar un proyecto que alivia el impuesto a las ganancias, que afecta a los asalariados de niveles más altos. Fue un proyecto que disgustó al kirchnerismo, porque interpreta que beneficia a un sector que no es el más afectado por la crisis y que, para peor, no tiene ningún punto de contacto con la base electoral K.

Compensar los excesos K

En el marco de convivencia por conveniencia, una de las funciones de Massa ha sido la de equilibrar el alineamiento internacional de Argentina, que cada vez implica mayor tensión con Estados Unidos y una creciente dependencia de Rusia y China. Es algo que se ha visto desde el tema de las vacunas contra el covid hasta en las inversiones en áreas estratégicas como la energía.

Y en este momento Argentina atraviesa un momento particular, en el que no puede darse el lujo de volver a enemistarse con Estados Unidos, principal accionista del Fondo Monetario Internacional.

Hay una deuda de US$ 44.000 millones por refinanciar, y empiezan a aparecer señales de que las negociaciones a nivel técnico –que dirige el ministro de Economía, Martín Guzmán– entraron en un empantanamiento. Por consiguiente, el gobierno quiere que el tema empiece a manejarse a un nivel más alto, el de la estrategia geopolítica.

La misión de Massa, que tendrá una semana en Estados Unidos para entrevistarse con congresistas, lobbistas, empresarios, funcionarios del gobierno y hasta con Bill Clinton para la foto, es la de recomponer relaciones y despejar dudas sobre el futuro de Argentina.

No será fácil, por cierto. El gobierno argentino tuvo actitudes que cayeron mal en el Departamento de Estado norteamericano. El primero fue el retiro del Grupo de Lima, que se completó con el abandono del apoyo argentino, en la Corte de La Haya, en el caso contra Venezuela por violaciones a los derechos humanos. En otras palabras, se empezó a percibir a Argentina otra vez como un aliado del régimen de Maduro.

Además, en el reciente conflicto palestino-israelí, Argentina incurrió en otro gesto que cayó mal, al votar en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas a favor de una investigación sobre posibles abusos de Israel.

Estas situaciones explican por qué en la agenda de Massa se incluyen encuentros con referentes de la comunidad judía, como el American Jewish Commitee, el American Jewish Congress y legisladores del “caucus” de legisladores judíos.

En lo que respecta al caso de Venezuela, las explicaciones de Massa serán dadas a Juan González, asesor especial del presidente Joe Biden para temas latinoamericanos y, además, director para el hemisferio occidental del Consejo de Seguridad Nacional. Colombiano de nacimiento, González ha calificado a Maduro como “un dictador que ha perdido toda legitimidad por el sufrimiento que le ha infligido al pueblo venezolano.

En ambos casos, Massa tratará de limar asperezas y argumentará que no cambió su política internacional sobre derechos humanos sino que intenta volver a su postura tradicional, que había sido alterada por cierto alineamiento automático de la gestión macrista hacia la postura estadounidense. Todos saben que, en lo personal, Massa concuerda con las críticas a Maduro y no comparte el castigo a Israel, de manera que su desafío político pasa por hacer entender en Estados Unidos las peculiaridades de la política argentina y que ciertos gestos simbólicos son concesiones al ala radicalizada del kirchnerismo, pero sin mayores consecuencias reales.

También Massa se reunirá con empresarios, por naturaleza más pragmáticos, que lo que quieren saber es si contarán con garantías para invertir en áreas como la explotación de litio o de shale gas en el yacimiento de Vaca Muerta, sin riesgos a sufrir cambios de reglas de juego, tanto en materia impositiva como de regulaciones cambiarias.

Massa va, además, con la misión de explicar que el reciente “coqueteo” argentino con la Rusia de Vladímir Putin y las frases de Alberto Fernández sobre el “fracaso del capitalismo” no cambian el panorama sino que implican apenas una reivindicación del rol del Estado como estimulador de la actividad empresarial. Lleva como prueba de ello los elogios que Cristina Fernández hizo sobre el discurso de Biden ante el Congreso, en el cual hace una fuerte defensa de las políticas “keynesianas” de intervencionismo estatal.

Momento clave con el Departamento del Tesoro

El verdadero desafío de Massa será destrabar la negociación con el FMI –y, de paso, con el Club de París, al que Argentina le dejó impago un vencimiento de US$ 2.400 millones–, para lo cual aspira a reunirse con funcionarios del Departamento del Tesoro, el área clave de la administración Biden.

Desde el punto de vista estadounidense, Argentina viene mostrando señales contradictorias. Por un lado, la política fiscal de Guzmán es del agrado del FMI: en lo que va del año, los ingresos fiscales subieron 66%, el doble de lo que aumentó el gasto público.

Pero cuando se pone la lupa en la política, la retórica kirchnerista es agresiva y plantea la imposibilidad del pago de la deuda. Hubo una reciente proclama en ese sentido, firmada por legisladores y funcionarios de alto perfil, lo que implica que tiene el visto bueno de la propia Cristina Fernández.

En realidad, la exmandataria no plantea el default, sino que pide algo que nunca se ha hecho en la historia del Fondo: que se apruebe una refinanciación a larguísimo plazo –20 años como mínimo–, con un período de gracia y, además, con una fuerte rebaja en la tasa de interés. Pero, además, sin que se incluyan las clásicas condiciones sobre reforma tributaria, laboral y jubilatoria.

No es una misión fácil, pero Massa se toma esta gira –que tendrá vasta cobertura mediática– como un nuevo escalón en su sueño presidencial hacia 2023.

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