JIM WATSON / AFP

La pandemia les ofrece a los líderes mundiales la oportunidad de restaurar la fe en la democracia liberal

El camino desde el coronavirus hacia un nuevo contrato social

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30 de julio de 2020 a las 18:01

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Para emplear una metáfora del viejo mundo, ‘se han talado bosques enteros’ para predecir cómo covid-19 cambiará al planeta. Esto ha ocurrido incluso antes de que nadie sepa si, dentro de cinco años, todavía nos estaremos escondiendo del virus o si habrá sido relegado a los libros de texto epidemiológicos por una vacuna efectiva.

Los altos costos de la ronda inicial, tanto humanos como económicos, hablan por sí mismos. Deben medirse en relación con las opciones que se les están presentando a los legisladores. Sin intervención de ningún tipo, la pandemia pudiera empujar a muchas de las democracias ricas del mundo sobre el precipicio populista en el que han estado tambaleándose desde el colapso financiero de 2008. Paradójicamente, también ofrece una ruta para que los líderes políticos restauren la fe en la democracia liberal.

No hay misterio alguno en cuanto al populismo que vio a los estadounidenses votar por Donald Trump para presidente, al Reino Unido respaldar al brexit y a los votantes de toda Europa unirse en masa a los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda. La estabilidad del "antiguo régimen" de la posguerra se basaba en un contrato social que respaldaba aumentos constantes en los niveles de vida. Esto variaba entre las naciones, estaba lejos de ser perfecto y nunca fue universal, pero su legitimidad se basaba en una amplia percepción de "justicia". Las generaciones sucesivas podían esperar ser más prósperas que la anterior.

La confianza colapsó con la crisis económica de 2008 y con la recesión inducida por la austeridad que le siguió. Sin embargo, la ruptura del contrato había comenzado mucho antes con estancados ingresos medios; con el crecimiento de la inseguridad laboral; y con el aumento de las desigualdades de ingresos. Los trabajadores de bajos ingresos y no especializados quedaron rezagados por la tecnología, por los rápidos cambios en la ventaja comparativa, y por la servil devoción a los mercados sin restricciones de los legisladores cautivados por algo llamado el ‘consenso de Washington’.

Una vez que las cosas salieron extremadamente mal, a los populistas no les quedó más que listar una variada selección de enemigos: las antiguas élites políticas, los banqueros y los inmigrantes con salario mínimo. Cuando los votantes dejaron de creer que sus hijos tenían asegurado un mejor futuro, también concluyeron que no tenían nada que perder. Apenas importaba que personas como Trump y como Boris Johnson, el primer ministro británico, fueran producto de las élites.

HANNAH MCKAY / POOL / AFP

El coronavirus ha trastocado aún mas la situación. Si los legisladores hacen poco, el efecto será ampliar más la brecha de desigualdad. Los mayores perdedores hasta ahora han sido los trabajadores de los mal pagados e inseguros empleos de la economía "gig" y sus varias formas de empleos temporales. Ellos también serán los más afectados si los gobiernos responden a los enormes aumentos en los déficits fiscales reduciendo el gasto público futuro.

La pandemia, sin embargo, también ha cambiado el argumento político. La aptitud y la justicia han vuelto a la cima de la jerarquía de las cosas que los ciudadanos buscan en sus líderes. La crisis ha replanteado el papel del Estado y, lo que es más importante, le ha asignado mayor importancia a la confianza. Para adaptar una observación hecha una vez por Margaret Thatcher, la fallecida ex primera ministra británica, a los ciudadanos se les ha recordado que existe la sociedad, y que un gobierno efectivo proporciona el pegamento esencial.

No es casualidad que a EEUU, a Brasil y al Reino Unido les haya ido tan mal en su respuesta ante la pandemia. Trump y Johnson, y el presidente Jair Bolsonaro de Brasil, han aprendido que los engaños y las fanfarronadas no protegen contra un virus mortal. Todos han visto sus índices de aprobación caer bruscamente conforme las tasas de mortalidad han aumentado. Si, tal como lo sugieren las encuestas, Trump pierde las elecciones presidenciales de noviembre, se deberá en gran parte a que los votantes saben que construir un muro a lo largo de la frontera mexicana no protege contra el coronavirus.

Nada de esto significa que los líderes convencionales tienen una fácil tarea por delante. El panorama económico a corto plazo es más que desalentador: una profunda recesión, pronunciados aumentos en el desempleo y masivos déficits fiscales. Sin embargo, la gran diferencia es que el cambio en el estado de ánimo público les ha dado el espacio político para establecer una dirección diferente. Ya no es tan obvio que la respuesta a cada dilema de política económica es dejar que los mercados decidan, reducir los impuestos de los ricos y manipular los mercados laborales en contra de los mal pagados.

EVARISTO SA / AFP

No hay necesidad de reinventar la rueda. Los políticos a veces pretenden que las cosas que llevaron a los votantes a acoger el populismo fueron consecuencias inevitables de la globalización y del cambio tecnológico. La verdad es que también reflejaron las decisiones de los gobiernos al establecer políticas de impuestos, de gastos y de competencia, y al desmantelar las normas laborales. El grado en el que la globalización produjo tantos perdedores fue porque las políticas nacionales estaban yendo en la misma dirección.

Un nuevo contrato social comenzaría con políticas para recompensar la iniciativa empresarial, pero castigaría la búsqueda de rentas, trasladaría la carga impositiva de los ingresos hacia el capital acumulado, y establecería protecciones laborales y de ingresos para impulsar la productividad. Las medidas para reducir el déficit fiscal no pueden ser a expensas de las estrategias de educación y de capacitación para adaptarse a las cambiantes demandas de habilidades. Todos pagamos un precio por tener un sistema que promueve salarios bajos y contratos de cero horas.

Los populistas han prosperado exponiendo agravios reales. El problema de los rezagados no es un invento. La pandemia ha cambiado la ecuación al demostrar que los supuestos ‘remedios’ que Trump y sus secuaces han estado vendiendo no eran más que curas mágicas. No existe una manera fácil de recuperarse de los efectos del coronavirus, pero la pandemia ha presionado el botón de reinicio. Los líderes que pueden ofrecer aptitud y justicia — un nuevo contrato social — tienen una audiencia nuevamente. Es una oportunidad que no deben desperdiciar.

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