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La salida a esta crisis tan destructiva

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19 de marzo de 2020 a las 05:03

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¨El lunes 9 los mercados financieros vivieron un día de pánico... a medida que los inversores vendían activos riesgosos y se refugiaban en activos seguros, se vivieron fluctuaciones en los precios que no se veían desde la crisis financiera de 2008", escribí en mi columna publicada el jueves 12 en El Observador. Ese 12 de marzo los índices bursátiles registraron una caída aún más pronunciada, la peor desde 1987. El lunes 16, con el índice S&P desplomándose 12%, se volvió a romper esa marca. Una destrucción meteórica de valor en medio de gran volatilidad y, en algunos casos, iliquidez.

El mercado esta internalizando la situación que transitamos: la mayor crisis sanitaria y de salud en un siglo, que está derivando en una crisis económica y, de no mediar medidas, un colapso económico y financiero y una ruptura en la cadena de pagos que derivaría en una depresión. Es un shock sin precedentes, un infarto masivo a la economía global.

¿Que pasó?

El 2020 se encaminaba a ser un año bueno para la economía global. Y llegó el coronavirus que, en una economía globalizada e interconectada, se expandió rápida y ferozmente por el mundo.

Para contener el virus, los gobiernos están tomando medidas radicales que incluyen suspensión de clases y de eventos masivos, hasta cierre de fronteras y cuarentena. Medidas de distanciamiento social y aislamiento que, si bien son fundamentales para salvar vidas, solo empeoran las cosas para la economía. Así, las compañías aéreas se quedaron sin pasajeros, los hoteles sin huéspedes, los restaurantes sin comensales. Se generan despidos, envíos a seguro de paro, suspensión en compras y pagos a proveedores y acreedores en una cadena que, como un efecto dominó, voltea lo que encuentra a su paso. No hay plan de contingencia en el sector privado para este escenario extremo. Los ingresos se desploman mientras que gran parte de los costos se mantienen incambiados y el acceso al financiamiento se limita fuertemente.

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La disrupción causada por este virus es especialmente destructiva y dañina porque afecta, simultáneamente, a la oferta y la demanda. Es algo que puede ocurrir, por ejemplo, en países frágiles como Haití cuando se enfrentan a un desastre natural. Pero es totalmente desconocido para la mayoría de los países y más aún en los desarrollados.

Gobiernos y bancos centrales alrededor del mundo están sacando todas sus municiones para contener el daño y prevenir que una recesión se transforme en una depresión. Hemos presenciado una sucesión de anuncios de autoridades monetarias bajando tasas de interés y aplicando otras medidas para dar liquidez al sistema. Anuncios de gobiernos con reducciones o aplazamiento en el cobro de impuestos, subsidios, transferencias y asistencia financiera.

La vida a la que estamos acostumbrados cambiará por un tiempo

Sabremos que hemos pasado lo peor cuando el coronavirus logre ser contenido a través de medicación e inmunidad (y, por supuesto, una vacuna, pero esta no estaría disponible por al menos un año).

La acción conjunta de gobiernos, empresas e individuos puede limitar el daño y la duración de esta crisis y contribuir a una recuperación que puede ser muy rápida.

Pero es probable que el mundo que emerja sea diferente. Empresas fundidas. Horas de clase perdidas. Familias quebradas. Gobiernos más endeudados. Menor globalización, redefinición de las cadenas de producción y de consumo.

Este no es un shock permanente. Vamos a superar esta situación. Pero mientras tanto, la vida tal como la conocemos, cambiará. Transitaremos un camino que, en el mejor de los casos no será fácil y, para muchos, traumático.

Un fuerte sentido de responsabilidad colectiva es necesaria para navegar esta crisis. Para que nuestros comportamientos no empeoren una situación que ya es dramática y colaboren con su resolución. Y que la recuperación sea más rápida.

 

Sin hoja de ruta para los mercados financieros

Lo que pasa en la bolsa es un reflejo del colapso económico, amplificado por lo incierta y sin precedentes de esta situación. Seguramente también fue exacerbada porque inversores, sedados por la complacencia de mercados que subían de la mano de abundante liquidez y en busca de rentabilidad asumieron más riesgo del que era razonable para su perfil y sus objetivos financieros.

Estamos navegando aguas desconocidas, no tenemos una hoja de ruta que nos guíe. La incertidumbre abunda, el rango de escenarios posibles en el corto plazo es muy amplio. Momentos de gran turbulencia llaman a la calma y a la cautela.

Cuando inversores que me preguntan ¿es momento de comprar? ¿debo vender?, les contesto que eso depende críticamente de su situación individual y trato de dar herramientas para que puedan tomar una decisión informada.

En el corto plazo hay muy poca visibilidad. No se sabe lo que puede pasar.

Los inversores que armaron un portafolio en función de sus objetivos financieros, diversificado y atentos a que lo inesperado puede pasar, pueden continuar navegando esta aguas sin la necesidad de realizar ajustes –más allá de los contemplados cuando se diseñó la estrategia.

Aquellos que no pueden dormir de noche por sus inversiones o tienen un portafolio que no es apropiado para sus objetivos financieros y tolerancia al riesgo y realicen ajustes, deberán hacerlo con mucho cuidado. Si venden hoy, es posible que realicen pérdidas que nunca recuperen.
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