Pancho Perrier

Lamentablemente estamos bien

Uruguay sufre el coronavirus, pero no mucho; cayó en recesión, pero menos que el mundo; y no padece el frenesí del vecindario, salvo un poco

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19 de junio de 2020 a las 15:29

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Leila Macor es una periodista venezolana que hace más de dos décadas se afincó en Montevideo y trabajó para la Agence France Presse (AFP). También fue columnista de El Observador entre 2005 y 2008. Entonces publicó algunas pequeñas joyas sobre la idiosincrasia de los uruguayos (más de los montevideanos que de los uruguayos), un país de carne, mate y dulce de leche; y de cierto bienestar culposo, pesimismo y mirada provinciana.

Un montevideano bienpensante de entonces debía fundamentar muy bien por qué había comprado un par de buenos zapatos, o un automóvil, o vivía en un lindo lugar. Casi que debía lamentar que le fuera bien, observó Leila Macor, quien provenía de las antípodas: una cultura expansiva, de exuberancia tropical.

Su columna estrella, que luego dio título a un libro, se llamó “Lamentablemente estamos bien”: una síntesis de ese carácter atormentado y pueblerino que apreciaba en derredor, de base religiosa o ideológica.

Pues bien: en medio del tifón coronavirus, y sus tremendas secuelas económicas, y a pesar de los pesares, los uruguayos podrían volver a decir: Lamentablemente estamos bien. 

Claro que es un bienestar harto relativo y deprimente, surgido más de una comparación con los vecinos y el mundo que por su calidad intrínseca; pero bienestar al fin.

En pocos días Uruguay puede quedar sin casos activos de coronavirus, cual cáscara de nuez que navega mares procelosos entre Brasil y Argentina, azotados por la pandemia, locura política y cuarentenas interminables.

El privilegio uruguayo es precario y revocable, como lo demuestra el caso de Nueva Zelanda. Ese próspero país del Pacífico sur, de cinco millones de habitantes y economía agroindustrial, pasó 25 días sin caso alguno de coronavirus. Pero dos viajeras provocaron al menos tres contagios. El gobierno de la primera ministra Jacinda Ardern, ni corto ni perezoso, puso al ejército a controlar las fronteras y a las personas en cuarentena.

El aislamiento es imposible incluso para una isla del fin del mundo, pues depende de los modos de vivir y de producir modernos.

Ha habido otros rebrotes turbadores, desde Pekín a Israel, pasando por Alemania o Chile.

Ahora Uruguay goza de un estatus relativamente confortable, casi ileso, en medio de un mar de miserias y ansiedades. Podrán registrarse retrocesos parciales, sobre todo en la frontera con Brasil; pero la situación sanitaria permitió un reencendido gradual de la economía, y de actividades de importancia crucial, como la enseñanza pública.

La economía uruguaya, que venía trastabillando desde 2015, entró en recesión entre fines de 2019 y principios de 2020, antes de que la pandemia pegara de lleno. Seguramente las cifras serán mucho peores para el trimestre abril-junio, con caídas cercanas a 10%, por el lockdown y el arribo pleno de los vendavales de la región y del mundo.

Solo en abril la industria disminuyó 20%. En los primeros cinco meses del año las exportaciones, medidas en dólares, se redujeron 18%. Ocurre por menores ventas en casi todos los rubros, particularmente carnes y celulosa, debido a menores compras de China y Europa. El cuadro desolador se completa por el quiebre del turismo, por la situación económica de Argentina y el encierro.

Y si ahora se abrieran las fronteras, los uruguayos saldrían en tropel hacia Buenos Aires a comprar baratijas, más que ellos hacia esta Banda, debido a la gigantesca brecha cambiaria.

La producción uruguaya (PBI) caería entre 3 y 5% este año: una cifra ciertamente fuerte, la peor desde 2002, aunque no tan mala en el contexto regional y mundial.

Uruguay y el mundo pasan por la peor crisis de empleo desde la Gran Depresión de los años ’30, aunque entonces no había la profusión de estadísticas de ahora.

El PBI de Argentina podría caer hasta 10% y el de Brasil tal vez un poco menos. Brasil es un gran comprador de productos uruguayos, solo superado por China. Y Argentina provee dos de cada tres turistas.

La economía de Argentina ya estaba por debajo de 2008 antes del coronavirus. Brasil estaba un poco mejor: igual que en 2011. Ambos países sufren una nueva “década perdida”, como se denominó a la de 1980, cuando las crisis de la deuda y de la hiperinflación.

Se espera que la recuperación uruguaya sea fuerte el año que viene, gracias a las agroindustrias exportadoras, siempre que el mundo no enloquezca.

El déficit en las cuentas del gobierno aumentará, por un mayor gasto y una menor recaudación. El efecto será más endeudamiento del sector público, además del privado, y un presupuesto austero.

Sólo caben esperar intervenciones selectivas y eficaces del gobierno, como hasta ahora, inclusive en asuntos de salud pública, o de estímulo a la inversión. En el mejor de los casos, esas acciones oficiales deberían ser pocas y acertadas, en contraste con el frenesí, los excesos o la incoherencia de los vecinos.

La decadencia relativa de Uruguay en la segunda mitad del siglo XX encaja a la perfección en la regla enunciada por el británico Hugh Thomas, a propósito de Roma o del Imperio Español: la historia enseña que la causa de la decadencia suele ser que el Estado nacional trató de hacer demasiado, no demasiado poco.

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