Las aguas populistas están agitadas

Hay dos clases de derechos: los que violan los gobiernos de izquierda y los que violan los gobiernos de derecha. Los primeros no se condenan, mientras que los segundos sí. Al menos para la Unasur

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15 de febrero de 2015 a las 00:00

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El viernes 13 de febrero la respetada organización Human Rights Watch (HRW) condenó duramente el violento ataque que sufrió el encarcelado líder opositor venezolano Leopoldo López “por parte de hombres encapuchados y fuertemente armados, que irrumpieron esta madrugada en su celda con el único objetivo de intimidarlo y castigarlo. Destrozaron sus pertenencias, lo agredieron y se lo llevaron por la fuerza a una celda de castigo, donde permanece aislado, sin acceso a su familia ni a su abogado”.

HRW hace responsable al gobierno de Nicolás Maduro “por la vida y la integridad corporal de Leopoldo López, quien se encuentra injustamente detenido hace casi un año en una prisión militar”, y demanda “a la comunidad internacional, en especial a los Estados miembros de Unasur —los cuales, salvo contadas y recientes excepciones, han mantenido un silencio cómplice— que no traicionen sus obligaciones jurídicas internacionales, y de una vez por todas se pronuncien sobre los abusos cometidos en Venezuela y exijan la inmediata e incondicional liberación de López y de otros presos en similares condiciones”.

Obviamente, la Unasur en su conjunto y sus países individualmente no se han pronunciado por este nuevo ataque a los derechos humanos en Venezuela. Parecería que hay dos clases de derechos: los que violan los gobiernos de izquierda y los que violan los gobiernos de derecha. Los primeros no se condenan, mientras que los segundos sí e inmediatamente.

Más preocupada debe estar la Unasur por la denuncia de Maduro, un día antes, de que se procuraba llevar a cabo un golpe de Estado por parte de grupos opositores apoyados por Estados Unidos. Maduro, y su mentor Chávez antes, viene denunciado “golpes” desde EEUU hace ya varios años. Pero tales presuntos golpes no se materializan. Solo sirven de justificación para reprimir a la oposición, para autorizar el uso de armas de fuego en las manifestaciones y para realizar nuevas detenciones. ¿No se da cuenta Maduro de que si alguien tuviera interés en cambiar su gobierno no haría falta dar un golpe de estado y quizá ni siquiera esperar a las próximas elecciones? Bastaría dejarlo que se caiga de “maduro” por su propia incompetencia para manejar la espantosa crisis económica en que ha sumido a su país, el inefable socialismo del siglo XXI, con recesión, creciente inflación y desabastecimiento de productos básicos, excepto la gasolina barata y brutalmente subsidiada.

Maduro, además, tiene el triste honor de haber llevado a Venezuela en picada en el Índice de Libertad de Expresión que elabora Reporteros Sin Fronteras (RSF). Con 21 puestos perdidos, Venezuela cayó al lugar 137 del mundo y solo se mantiene por encima de México (148) y Cuba (169). La responsable para América de RSF, Claire San Filippo, destacó las agresiones sufridas por los periodistas que cubrían manifestaciones, pero también mencionó las amenazas y detenciones arbitrarias de muchos de ellos por las fuerzas del orden. “La Guardia Nacional Bolivariana disparó a periodistas en las manifestaciones aunque estuvieran claramente identificados como tales”, denunció RSF.

En Argentina, mientras tanto, la presidente Cristina Fernández de Kirchner y su canciller Héctor Timerman han sido imputados formalmente de encubrimiento en el tema AMIA. CFK denuncia también un complot para “destituirla”, y dice que si muere “miren al norte y no al este”, en clara alusión a EEUU y no al polvorín de Medio Oriente. Pero la presidenta no precisa que nadie la destituya: se está destituyendo sola con su penoso manejo del caso Alberto Nisman, el fiscal que la acusó y terminó muerto.

Argentina y Venezuela son países cuyos presidentes han surgido de las urnas pero cuyos gobiernos han desconocido el estado de derecho, la separación de poderes, el respeto de la libertad de expresión y las garantías individuales. Nada de ello parece preocuparle a la Unasur, que seguramente está más inquieta por la baja internacional del petróleo, que priva a países como Venezuela, Ecuador y Bolivia de importantes fuentes de ingresos para financiar el “socialismo del siglo XXI”. También les preocupa que la diplomacia iraní, a la que apoyaron en los últimos años, les está generando muchos dolores de cabeza.

Sin duda, las “aguas están agitadas” en países populistas, pero quienes las agitan son aquellos a los que los países republicanos de América han apoyado. Es hora de exigir pues el respeto irrestricto de los derechos humanos y de las instituciones democráticas en todos los países sin distinción y de acabar con fantasiosas aventuras diplomáticas. Y se verá cómo las aguas vuelven a su cauce.

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