Las historias detrás del emblemático y particular complejo Arcobaleno

La enorme edificación recibe a miles de veraneantes que se apoderan de los distintos espacios como, décadas atrás, soñaron sus arquitectos

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02 de marzo de 2019 a las 05:03

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Los tres metros que separaban la tabla del agua no eran el problema. Mis pequeños pies, un poco mojados, avanzaban con mucha cautela por la tabla de madera. Abajo, seis metros de profundidad de agua. La vista era hermosa. Un cúmulo de pinos que reposaban tranquilos al sol. Yo intentaba concentrar la mirada en ellos y no en el numeroso grupito de curiosos que se había acercado al trampolín para presenciar mi primer salto. Tenía 10 años, era el segundo verano que vacacionábamos en Arcobaleno y el primero que me animaba a subir. Siempre lo había visto desde la superficie. Y desde ahí, abajo, parecía tan fácil.

Por ese entonces el primer salto de un niño era todo un acontecimiento en la piscina. Y ahí estaba yo, en el medio de la tabla, intentando mirar los pinos y tratando de no pensar en el temblequeo de piernas. No podía dar un paso más. Ni un paso al frente, ni un paso hacia atrás. Me quedé paralizada. Y me paralicé en la mitad del trampolín enfrente a todos. 

Repito, la altura no era el problema. Nunca tuve vértigo, pero sentir mi propio peso a medida que iba caminando me generó una miedo inmediato. Fue una sensación inexplicable. Y en ese momento en que todos me gritaban “dale Silvana, es un paso más” y me alentaban “saltá Silvi, no pasa nada, ya estás ahí”, sin moverme y con los ojos llorosos solté un: “No puedo, no puedo avanzar, que me vengan a buscar”.

Chau emoción, chau foto, chau recuerdo. Bueno, sí quedó recuerdo del primer salto fallido. Y la vergüenza de tener que bajar por las escaleras. Otro día será.

Al día siguiente me subí al trampolín, caminé por la tabla lo más rápido que pude sin pensar y salté. Tan simple como eso. Cinco pasos y un pequeño salto. Esta vez no había fotógrafo. Ni siquiera recuerdo si estaban mis padres. Después perdí la cuenta las veces que me tiré.

Cuando fui a buscar alguna foto que testimoniara ese momento tan importante mi emoción se desmoronó. Tres cajas de álbumes de fotos y nada. Solo encontré, y de casualidad, una foto que es tan patética como la situación que viví en aquel verano del 2000. Es una foto en la que estoy a punto de saltar, el momento justo antes, pero no se me ve la cara. Quizás en alguna oportunidad me anime y tenga una nueva fotografía. Mientras tanto el Arcobaleno sigue ahí generando recuerdos en todos los que, como yo y miles más, habitan ese pequeño gran mundo verano a verano. 

El sueño de la ciudad de los cinco anillos

Alfil, Milos, Midas, Pharos, Cóndor, Coral, Ceibal, Kios, Andros son los nombres griegos de los nueve de los 13 edificios de “Copropiedad Ciudad Arcobaleno". Completan la lista actual el Anillo I y Anillo II y el Panorámico I y Panorámico II. Pero en el proyecto original esos nueve edificios no estaban en el plan.

En 1959 Ángel Ferreti organizó un concurso privado para el privilegiado predio ubicado entre las avenidas Martiniano Chiossi, Acuña de Figueroa, y la calle Fort Wayne. Los arquitectos Francisco Villegas Berro y Guillermo Jones Odriozola resultaron los ganadores y así comenzó el sueño de la Ciudad Hotel Arcobaleno.

Archivo Arcobaleno

Arcobaleno: esa palabra extraña que escuché toda mi niñez sin entender qué significaba. Dieciocho años después me entero de que es una palabra italiana, que la trajo Ferreti y que significa arcoíris. El proyecto original comprendía cinco anillos de aproximadamente 160 apartamentos cada uno, aéreas comunes cubiertas (salones, casino, restaurantes, servicios) y descubierto (jardines y espacios libres, canchas deportivas, parrillas, juegos para niños y piscina). Los anillos y equipamientos comunes  se comunicarían con las áreas a cielo abierto por medio de galerías semi-cubiertas y rampas. Ahí están, entonces, los arcoíris. 

La obra comenzó en 1960 y poco a poco se construyó el primer anillo. Luego los problemas financieros que derrumbaron el proyecto y de los cinco solo quedaron dos edificios circulares. Años más tarde se construyeron nuevos edificios que nada tiene que ver con la idea original.

Archivo Arcobaleno

Para mí los anillos nunca fueron los edificios más lindos del complejo. Ni tampoco entendía su gran popularidad. Sí aceptaba que sus formas son atípicas y por eso llaman la atención, pero nada más. Hasta que me crucé con Teresa Chiurazzi, una arquitecta argentina, propietaria de un apartamento del Anillo I que es uno de los pocos que siguen intactos desde su construcción. Chiurazzi formó parte del equipo de cuatro arquitectos –junto a Aldo D´Agosto Caselli, Helena Fortes y Walmor Fortes–  que solicitó a la Intendencia de Maldonado la declaratoria del bien con carácter de “Patrimonio Histórico Departamental”.

Chiurazzi habla de la edificación con admiración: “Lo que se confirma en Arcobaleno es que es una ciudad donde la heterogeneidad convive, se privilegia el recorrido y las propias formas arquitectónicas ayudan a esa convivencia”. Y agrega: “Es un lugar donde la gente se saluda aunque no se conozca. Esto confirma un poco los efectos de la arquitectura. Una arquitectura que genera un efecto que es saludable para la vida del hombre y muestra que hay un modo de habitar que respeta esas cosas”.

La accesibilidad, la diversidad, la heterogeneidad, la vivienda mínima a favor del espacio común colectivo; Arcobaleno es un rincón privilegiado donde se promueve salir, usar el exterior, compartir con otros. “Además los niños no necesitan estar vigilados por los adultos. Eso es lo que te hizo disfrutar a vos y esto es lo que hoy la ciudad, la escuela, los espacios están limitando" comenta Chiurazzi. 

“Arcobaleno se circunscribe a los principios del Movimiento Moderno con la particularidad de tener una adecuación a lo regional”, afirma Chiurazzi. Con esto quiere decir que además de cumplir con los cinco puntos del movimiento –planta baja libre, planta libre (estructura independiente), fachada libre (ídem anterior), fenêtre longueur y toit jardin– tiene la particularidad de tener una adecuación a lo regional. No hay esquematismo ni réplica ni mecánica. La declaración de patrimonio era, entonces, necesaria. Para así protegerlo, reconocer a sus autores y cuestionar la noción tiempo-antigüedad-vigencia.

Marcelo Umpierrez

Un gran barco para timonear

Todos los días Raquel Pereira tomaba un ómnibus hacia su trabajo en la galería Carnaby. De camino a la península pasaba por la avenida Acuña de Figueroa y contemplaba por la ventana la atípica construcción de Arcobaleno. “Era como hoy es el Conrad”, afirma Pereira. Popular, llamativo, un ícono para Punta del Este. Un lugar en continuo actividad, con shows, fiestas en la piscina, desfile de modas. Pereira soñaba con trabajar allí. Recuerda especialmente el desfile de las mallas Giovanna –marca trajes de baño de la época–, que se filmó en la piscina y salió por la televisión fernandina. Arcobaleno era un espacio con acontecimientos de lujo que estaba en su pleno auge.

En el año 1991 entró a trabajar en el complejo como cadete con tareas simples que implicaban mandados, pagos, alguna compra, atención al público en el mostrador de la Administración. A los pocos meses la persona administrativa renunció y Pereira quedó en su lugar. Trabajó mano a mano con el administrador y tuvo que hacerse cargo de facturación de gastos comunes, liquidación de sueldos, relaciones sociales. A pesar de que las responsabilidades aumentaron de golpe Pereira lo recuerda con regocijo: “Fue muy divertido”.

Archivo Arcobaleno

Hoy es jefa de administración. La lista de tareas es amplia como el complejo; son 13 edificios, 644 apartamentos, siete hectáreas. También están las instalaciones: una piscina semiolímpica, los parrilleros, las canchas de tenis, fútbol, básquetbol, frontón, microcine, minimercado, restaurante y lavadero. Y, por último, el personal. Hay porteros, serenos, jardineros, personal de mantenimiento, limpiadoras y administrativos. En temporada baja son unas 60 personas, en temporada alta se contratan unas 20, 25 personas más. Pereira dice que hay que conocer el funcionamiento interno así como construir una buena relación con el personal y los propietarios. En una exitosa temporada de verano hay un promedio de 5 mil personas. Este año el número de ocupantes ronda las 3 mil personas. Las temporadas más fuertes que recuerda fueron durante la primera mitad de la década del '90. “Ahí sí no dábamos abasto”, cuenta.

Marcelo Umpierrez

Una portería dinámica

Un gran bloque circular de cuatro pisos, los inconfundibles toldos a rayas verdes y blancas, las cortinas blancas y los árboles que crecen desde adentro de la edificación hacen que el Anillo I sea difícil de ignorar.

La entrada y salida de personas es continua, sea cual sea la hora. El sonido de un manojo de llaves retumba por las paredes en la calurosa tarde de verano. En el hall se vislumbra la silueta de Juan Mesa, que se mueve un tanto inquieto de punta a punta. Saluda alegremente a cada ocupante que pasa, está atento al teléfono y atiende las solicitudes de algunos.

Conoce a cada propietario e inquilino, ha visto crecer a niñas que hoy ya son madres y extraña a los que ya no están. Se puede decir que vivenció el círculo de la vida de este edificio circular. Este mayo, cuando cumpla 70 años, colgará las llaves del Anillo I después de 24 años al servicio. Siempre puntual, nunca tuvo una falta por enfermedad, Juan Mesa es el portero que custodia la popular construcción en el turno desde las dos de la tarde a las 10 de la noche.

Confiesa que nunca fue a la piscina, no puede elegir el lugar favorito del complejo y aunque ansíe su cercana jubilación, remarca que el calor de la gente es lo que más va a extrañar. “Algunos no quieren que me vaya”, cuenta.

Mesa es inquieto. Ese rasgo de su personalidad es lo que lo convierte en el perfecto portero para este edificio. La portería del Anillo I es bastante particular, son 160 apartamentos, no hay ascensor y hay un movimiento continuo; subir y bajar las escaleras, sacar la basura, ayudar a la gente que llega, atender el teléfono, atender a las cámaras, abrir el garage para las bicicletas, controlar el ingreso de los vehículos; Mesa no tiene tiempo para estar sentado.

El Anillo I es su casa. Es el único edificio en todo el complejo en el que trabajó durante todos estos años –algunos porteros a veces rotan–. Recuerda de memoria el 1º de febrero de 1994, el día que llegó listo ya para trabajar.

Arcobaleno es hortensia 

Las hojas son grandes y simples. Las flores pueden ser blancas, rosadas o azules. Florecen en primavera y verano. La hortensia es la planta típica de la costa uruguaya. El mito de las hortensias sostiene que en las casas donde se plantan, las hijas solteras nunca se casarán. Lo sé porque, supersticiosa o no, la mamá de mis amigas Sofía y Paula, cuando nadie la observaba, cortaba todas las que podía del jardín de su apartamento del Anillo II. 

A Fabián Barragán no le gustan las hortensias, pero es lo que más le piden plantar en el complejo. “Arcobaleno es hortensia”. Hortensia, hortensia, hortensia, repite sentado a la sombra del gran parque.

Marcelo Umpierrez

Barragán es el encargado de la jardinería del complejo. Es el guardián de las ocho hectáreas de pasto, los canteros con flores y de la gran variedad de plantas y árboles. Es uno de los empleados con más antigüedad, entró en 1993.

La estrella del complejo es el pasto. Esa gran alfombra verde es la mayor preocupación del equipo de jardinería. Para mantenerlo lo mejor es cortarlo y regarlo. A Barragán le gusta que se luzca y, después de los 25 años de trabajo, ya sabe cuál es el momento justo de cortar. Pero no solo del pasto vive este espacio, también están los pinos; son los árboles más viejos que hay plantados, están desde que se construyó el parque. Junto con el liquidámbar –que es autóctono-, son las dos variedades que más abundan.

El corazón del complejo

Estaban los que preferían el pasto para descansar. Los que no se bañaban nunca y los que religiosamente nadaban todos los días a la misma hora. Los que se peleaban por las reposeras y los que preferían una simple silla de verano. Recuerdo los que se sentaban en ronda enfrente a la puerta del baño, algo que nunca entendí. Siempre estaban las señoras que jugaban al rumi canasta y el grupito de amigas que vendía pulseras. No faltan los novatos que intentan tirarse del trampolín y los niños que pasan toda la tarde subiendo escaleras y saltando de la tabla.

La piscina de Arcobaleno es un micromundo de historias; hay lugar para todos los personajes. A pesar de los años todo sigue igual. La piscina es la exacerbación del concepto de comunidad de la Ciudad Arcobaleno. 

Marcelo Umpierrez

El gran proyecto arquitectónico estaba pensado desde el origen. Comenzó a funcionar cuando se inauguraron los anillos en 1966 y era administrada por la empresa Ferreti Sudamericana. Más tarde un grupo de 50 propietarios decidió comprarla. Los primeros años se llenó con agua de mar. Cuando mejoraron la Avenida Acuña de Figueroa se encontraron los caños que iban hasta la parada 16.

Años atrás, allí, se realizaban desfiles de moda, conciertos –varios de la Orquesta Municipal de Maldonado–, campeonatos de esgrima, conferencias. También se utilizaba para hacer competencias de nado profesional nacional y departamentales. La piscina de Arcobaleno es la única al aire libre que cuenta con 25 metros de largo –dimensiones semi olímpicas– en Uruguay y que, además, cuente con dos trampolines. La profundidad varía dependiendo de la zona, lo más profundo son 5.90 metros. En verdad debería ser de 6 metros, pero por temas de seguridad ya no la llenan hasta la superficie, como la recuerdo de niña.

El desafío para los guardavidas de esta particular piscina implica mantener la atención para controlar un espacio tan monumental, con varias áreas de recreación –trampolines, tobogán, aro de básquetbol, zona de nado– y distintas profundidades –5.90, 2.20, 1.80 y 1.20–. Por eso siempre hay dos guardavidas por turno. Si bien no ha habido víctimas o riesgos fatales, sí han hecho alguna asistencia a niños que se quitan los flotadores o adultos que sin querer terminan en la parte más honda y no saben nadar.

Marcelo Umpierrez

La fila para tirarse del trampolín siempre está. Hay niños que se tiran más de 20, 30, 40 veces en una tarde. Yo volveré este año una vez más a subir al trampolín.

O quizás el año que viene.

Quizás algún día me vuelva a animar.

Una sala para recuperar 

El Convention Center es una sala de teatro ubicada en el núcleo de Arcobaleno por la que pasaron numerosos artistas (Carlos Perciavalle, María Martha Serra Lima, Aníbal Pachano, el coreógrafo y bailarín Jean Francois) en el apogeo del complejo. La sala que tiene en el entorno de 250 butacas irá a remate por la deuda de contribución inmobiliaria y gastos comunes que tiene acumulada hace años.
La intendencia de Maldonado tiene la intención de ejecutar el bien con el fin de recuperar la sala para realizar espectáculos culturales. Si no surge ninguna otra oferta, la intención es cancelar la deuda que tiene con el gobierno departamental e incorporarla al circuito cultural de la intendencia, afirmó el director de Cultura de la Intendencia de Maldonado, Jorge Céspedes.
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