AFP

Los populistas se revuelcan en la corrupción en vez de eliminarla

Desde EEUU y América Latina hasta Europa, los ‘cruzados’ contra el fraude de funcionarios públicos están perdiendo el control del tema

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20 de junio de 2019 a las 14:42

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Por: Simon Kuper

Donald Trump está luchando para impedir que el Congreso obtenga sus registros financieros y declaraciones de impuestos. Nigel Farage se niega a decirle al Parlamento Europeo por qué no declaró los gastos personales financiados por Arron Banks, el donante del Brexit que está siendo investigado por la Agencia Nacional de Crimen de Gran Bretaña. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, está buscando inmunidad para evitar procesos pendientes por corrupción, fraude y abuso de confianza.

El gobierno de Austria fue derribado por un vídeo de Heinz-Christian Strache, el vicecanciller de la extrema derecha, diciéndole a una misteriosa rusa que podía organizar contratos con el gobierno si ella donaba en secreto a su partido. La ex presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, que ahora se postula como vicepresidenta, está en juicio por presuntamente liderar una organización criminal y recibir sobornos. Y la policía checa ha recomendado acusar por fraude de subsidios al primer ministro multimillonario Andrej Babiš.

Parece haber un patrón. Los populistas que fueron elegidos prometiendo eliminar la corrupción -o "drenar el pantano", como le encantaba decir a Trump -ahora están siendo acusados de propagarla. Peligrosamente para ellos, están perdiendo el control del tema político de la corrupción.

El populismo, en la famosa definición de Cas Mudde de la Universidad de Georgia, contrasta "la gente pura" con "la élite corrupta". Mudde clasifica la "trinidad de problemas del populismo radical" como corrupción, inmigración y seguridad.

Los políticos dominantes fueron demasiado lentos para darse cuenta de que sus pequeñas apropiaciones de fondos podrían derribarlos. Los políticos italianos, por ejemplo, razonaron que sus gordos sueldos palidecían frente a la deuda nacional (actualmente € 2,3 billones). Sin embargo, estas ventajas indignan a los votantes, escribe Giuliano da Empoli, jefe del grupo de expertos italiano Volta.

El auto-enriquecimiento a pequeña escala parece escandaloso porque es a escala humana, por lo tanto, más comprensible que el robo de miles de millones. François Fillon probablemente sería presidente francés si no hubiera aceptado un regalo de €13,000 de un amigo no identificado para comprar dos trajes hechos a la medida; Hillary Clinton podría estar en la Casa Blanca si no hubiera tomado los perfectamente legales honorarios de los grandes bancos por sus discursos; en el Reino Unido, hay una línea irregular que podemos trazar del escándalo de gastos de los parlamentarios de 2009 a la votación del brexit siete años después.

Más allá de Europa, el encarcelamiento del ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, por corrupción contribuyó a la victoria electoral del populista Jair Bolsonaro, mientras que los talibanes de Afganistán han ganado apoyo tanto por su postura de “drenar el pantano” como por su celo religioso.

Era previsible que muchos de los ‘cruzados’ terminarían chapoteando alegremente en el pantano. Las quejas de los populistas sobre los políticos que roban dinero público a veces traicionan su deseo de participar en la acción. Y muchos de ellos están fascinados por los ricos empresarios.

El atractivo del estilo de vida multimillonario puede explicar por qué varios de los miembros del gabinete de Trump renunciaron después de tomar vuelos privados, militares o de primera clase a expensas de los contribuyentes; y por qué Paul Manafort, ex gerente de campaña de Trump, y Michael Cohen, exabogado personal de Trump, están en la cárcel.

Por supuesto, los populistas culpan a la persecución política por estas vergüenzas. Muchos de sus partidarios les creen. No obstante, algo importante está cambiando: los populistas están cediendo el problema de la corrupción a sus rivales principales. En EEUU, los demócratas del Congreso han convertido las finanzas personales de Trump en noticias diarias. Francia, bajo la presidencia de Emmanuel Macron, ha eliminado las donaciones en efectivo a los parlamentarios y ha impedido que los políticos empleen a familiares.

Cuando entrevisté recientemente a los propietarios de restaurantes en París que alimentan a políticos, se quejaron de que su clientela ya no podía permitirse una buena cena. Algunos parlamentarios macronistas se quejan en silencio de la dificultad de vivir en París con € 5.000 euros al mes. Del mismo modo, en el Reino Unido, las normas más estrictas sobre los gastos de los parlamentarios han privado a los populistas de quejas.

El tema de la trinidad de Mudde parece menos favorable para los populistas que en 2016. No sólo están perdiendo con respecto a la corrupción. Las preocupaciones de Europa occidental sobre la inmigración se han desvanecido, de acuerdo con encuestas del Eurobarómetro, y a falta de un gran ataque terrorista, la seguridad quizás no volvería a la agenda política.

Mientras tanto, los votantes más jóvenes se están movilizando en torno al cambio climático, un problema que los populistas no defienden. La corrupción no desaparecerá como un problema político. En cambio, será propiedad de un conjunto diferente de políticos: aquellos que, como los santos católicos medievales, tomen un voto de facto de pobreza.

Los políticos exitosos encarnan su propio mensaje. Predicar la vida limpia es bueno, pero vivir limpiamente es mejor. El estilo de liderazgo frugal y abnegado tiene un linaje peculiarmente latinoamericano. Su representante más famoso es el Papa Francisco, que vive en una casa de huéspedes del Vaticano y maneja un Renault 1984.

Otros ejemplos recientes incluyen a José Mujica, el agricultor de flores que, como el "presidente más pobre del mundo" de Uruguay, conducía con su perro de tres patas en un Volkswagen Tipo 1, o Beetle, de 1987; el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien no posee un automóvil, ha recortado su propio sueldo y vuela en vuelos comerciales; y la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, una ex camarera de origen puertorriqueño quien visibilizó su lucha por alquilar un apartamento asequible en Washington.

Ella es adorada por la base demócrata y los índices de aprobación de AMLO están cerca del 80%. Si los populistas quieren competir con estas nuevas estrellas políticas, es posible que tengan que renunciar a la buena vida.

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