Pancho Perrier

Otra semana abrumadora y cierta promesa de redención

Los líderes políticos hacen gracias pero lejos del precipicio

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24 de abril de 2021 a las 05:04

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Cierta resignación esperanzada parece haber ganado el ánimo de muchos uruguayos en estos días melancólicos de otoño, después de las exaltaciones y el miedo de las últimas semanas, cuando pareció que la pandemia arrasaría con todo.

La cantidad de personas enfermas de covid-19 disminuyó a partir del 10 de abril. Luego se estabilizaron las internaciones en cuidados intensivos (CTI), un ominoso cuello de botella. Pero el número de muertos de cada día se mantiene muy alto: un promedio de 61 en las últimas dos semanas.

“Frente al desafío que significaban los pronósticos de la saturación (de los CTI), el sistema hace más de 14 días que está estable y no supera el 75% de ocupación”, dijo el martes el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas.

La cantidad de camas de cuidados intensivos se habrá duplicado para fines de mayo, según los planes oficiales. También disminuyó sustancialmente la cantidad de contagiados en el personal de la salud debido a la vacunación masiva, todo un dique contra el agotamiento.

La alerta se trasladó al nivel primario de atención de la salud, sobre todo en el sector público, después que se denunciaran dos muertes en el litoral norte por una asistencia escasa o nula.

En Uruguay y en el mundo la pandemia mata más a los pobres que a los ricos, a los viejos que a los jóvenes, a los hombres que a las mujeres.

El grupo científico que asesora al gobierno (GACH) informó al Parlamento que la reducción de contagios responde a la menor movilidad de las personas tras las medidas del 23 de marzo, que incluyeron el cierre de oficinas públicas y la suspensión de la enseñanza presencial. Pero advirtieron que los efectos de la vacunación se verán recién en junio. La situación está muy lejos de ser controlada, por lo que deberá continuarse el lockdown parcial, al menos durante mayo.

En el gobierno miden con cautela el regreso escalonado a las clases presenciales de niños y adolescentes a partir de mayo, una manera de mejorar la enseñanza, ya muy afectada por la pandemia, y de aliviar a los padres.

En algunos países con elevada vacunación relativa, como Israel (más del 60% de la población), Reino Unido (50%) o Estados Unidos (más del 40%), caen de manera drástica las muertes y casos graves, pese a que los contagios no desaparecen.

Sin embargo el otoño y el relajamiento de los cuidados parecen haber afectado a Chile, que, pese a haber vacunado con al menos una dosis a más del 40% de la población, sufre todavía un número significativo de contagios y muertes.

Mientras tanto en el vecindario las cosas son algo caóticas, como casi siempre. En un empobrecido Brasil bajan los casos de coronavirus, pero se mantienen muy arriba, y Argentina está en plena escalada, en medio de grandes líos políticos y depresión económica. En ambos países la vacunación es anémica: apenas 12-13% de la población. También realizan relativamente pocos test, por lo que las estadísticas son menos certeras.

Uruguay inició la vacunación en forma tardía, el 1º de marzo. Luego avanzó a toda marcha, en el grupo de cabeza en una comparativa mundial, aunque ahora las vacunas comienzan a escasear.

Se ha vacunado la tercera parte de la población uruguaya con al menos una dosis, y el 44% de los mayores de 18 años. Otro 30% de esa franja etaria, unas 750.000 personas, espera la inoculación con Sinovac entre mayo y junio. El plan es inmunizar al menos al 70% de la población mayor de 18 años en lo que resta del otoño, para obtener cierta protección de rebaño antes de nuevas ofensivas del virus.

En Europa y Estados Unidos hablan de una tercera y cuarta ola, lo que parece una broma siniestra.

Incluso el concepto de inmunidad de rebaño ahora está en cuestión, en este mundo disfuncional, en el que la zanahoria siempre se corre un trecho.

En la medida que al menos la cuarta parte de la población de la mayoría de los países se niega a vacunarse, podrá haber control, pero no una completa liberación colectiva, como ocurrió con la viruela. Además, las vacunas son efectivas pero no durarán toda la vida.

En el mundo se discute la homologación de un pasaporte sanitario, o “pase verde”, que permitiría viajar libremente e ingresar a lugares como oficinas públicas, restaurantes y salas de espectáculos.

Hay otras alertas evidentes, aunque más difíciles de cuantificar.

Algunos de los resultados de esta pandemia son una asombrosa cantidad de personas enloquecidas o deprimidas; el auge de cierta irracionalidad mágica y del radicalismo; o la repulsión que muchas personas han adquirido por las exageraciones, las malas noticias seriales y la industria del bajón.

“Estoy cansado de la pandemia, del tiempo estacionado, del círculo perpetuo. De que estemos metidos siempre en la misma conversación y no podamos salir”, escribió este jueves Emanuel Bremermann, responsable de la crítica literaria en El Observador.

El oportunismo político empuja el mayor histeriqueo que se haya visto en mucho tiempo, y que pone en duda el equilibrio de las élites y de los medios para afrontar crisis de cierta gravedad.

Por estos días el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, recuperó la iniciativa política después de algunas semanas a la defensiva, al son de la escalada de contagios y muertes; en tanto sus socios en la coalición de gobierno hacen piruetas para ser colaborativos y, a la vez, marcar perfil.

Perdura el naufragio de la izquierda en la oposición, y rompe los ojos los desesperados intentos por llamar la atención de algunas de sus figuras y de sus tres intendentes, que también son eventuales presidenciables.

El juego político criollo suele ser bastante obvio y vulgar. Sin embargo, con buen tino, todos los actores parecen frenar antes del punto de no regreso: a prudente distancia del precipicio.

La polarización política que enferma la convivencia en buena parte de América Latina, desde México a Argentina, desde Perú a Brasil, no se reproduce aún en Uruguay. Los dirigentes políticos locales conservan ciertos anticuerpos gestados en los desastres de los años ’60 y ’70, entre vanguardias esclarecidas y salvadores de la patria.

“División, polarización y violencia discursiva, como sucede ahora en México, rara vez son el final del camino, sino el comienzo del descenso a un abismo”, advirtió esta semana en The New York Times el escritor y periodista argentino Diego Fonseca.

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