Camilo dos Santos

Ponzi y el BPS

Los sistemas de jubilaciones basados en el reparto intergeneracional se parecen cada vez más a estafas piramidales

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31 de agosto de 2020 a las 07:58

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Carlo Ponzi fue un estafador que pasó a la historia por haber ideado y puesto en práctica una de las primeras estafas piramidales (1919-1920). Su impacto fue tal que esa clase de estafas son conocidas hoy como “esquemas Ponzi”. En esencia, un esquema Ponzi consiste en captar un número creciente de inversores y pagar a los primeros inversores con el dinero aportado por los últimos inversores, sin que exista ninguna inversión real que asegure un flujo continuo y suficiente de ganancias. Todos los esquemas Ponzi se derrumban cuando, por la razón que sea (agotamiento de los inversores potenciales, rendimientos decrecientes, descubrimiento de la estafa, etc.), el esquema deja de captar inversiones y no hay modo de seguir pagando a los participantes. Cuando el esquema colapsa, mucha gente (sobre todo las últimas generaciones de inversores) pierde todo o casi todo el dinero invertido. Por supuesto, en el vértice de la pirámide algunas personas terminan ganando mucho dinero.

En un sistema de jubilaciones de reparto intergeneracional los aportes jubilatorios de los trabajadores actuales y de sus empleadores son utilizados para pagar las jubilaciones, no de esos mismos trabajadores, que siguen activos, sino de otras personas, los jubilados actuales. Éstos, mientras trabajaron, sostuvieron con sus aportes las jubilaciones de generaciones anteriores de jubilados. A su vez los trabajadores actuales esperan que, cuando les llegue el turno de jubilarse, sus jubilaciones sean financiadas por los aportes de nuevas generaciones de trabajadores. Este sistema funciona más o menos bien cuando la pirámide demográfica del país tiene realmente una forma de pirámide normal y cuando dicha forma piramidal se mantiene estable en el tiempo, de tal modo que siempre hay un gran número de personas en edad de trabajar y económicamente activas que mantienen a un número relativamente pequeño de adultos mayores pasivos. El problema es que en prácticamente todo el mundo la realidad demográfica tiende a alejarse cada vez más de esa situación ideal. 

Hoy los demógrafos saben que la “explosión demográfica” fue sólo un mito malthusiano y que lo que está ocurriendo en el mundo es una “transición demográfica” basada en la disminución de la fertilidad y el aumento de la longevidad. El envejecimiento de la población va deformando gradualmente la pirámide demográfica, de modo que su base se va achicando y su parte más ancha va subiendo, hasta que la pirámide se convierte primero en un prisma y finalmente casi en una pirámide trunca invertida. En esta fase la situación llega a ser muy peligrosa, porque los adultos mayores de la población en cuestión son muchos más que los jóvenes.

Por ejemplo, según la última proyección oficial de la población del Uruguay (INE, 2013), en 2000-2050 el porcentaje de habitantes en el rango de edad 20-59, comparando los extremos del período, se mantendrá igual (50,5 %). A la vez, el porcentaje de niños y adolescentes (rango de edad 0-19) descenderá de 32,2 % a 21,1 % y el porcentaje de adultos mayores (de 60 años en adelante) crecerá de 17,2 % a 28,5 %. Esa proyección ya está muy desactualizada, porque la caída de la fertilidad en Uruguay se adelantó treinta años: en 2020 la fertilidad es de 1,7 hijos por mujer, el valor estimado por el INE para 2050.

Durante la transición demográfica la relación entre trabajadores y jubilados se va deteriorando de modo que tarde o temprano es necesario reformar el sistema jubilatorio. Si se quiere mantener el sistema de reparto, no hay más remedio que: a) aumentar los aportes jubilatorios de los trabajadores y empleadores; b) aumentar los aportes del Estado para cubrir el déficit creciente del sistema (probablemente mediante un aumento de impuestos); c) aumentar la edad mínima para jubilarse; d) disminuir las jubilaciones; o e) combinar de alguna manera las cuatro medidas anteriores. En cualquier caso, de este modo las perspectivas económicas para la población son malas; y la transición demográfica no se detiene por ello, sino que probablemente se acelere, por lo que más adelante habría necesidad de ulteriores reformas.

La solución, costosa pero inevitable, a ese círculo vicioso es cambiar el sistema de reparto por un sistema de capitalización individual. Esto no implica dejar de aplicar el principio de solidaridad, sino aplicarlo de un modo más razonable, cuando corresponde, por ejemplo, para financiar las pensiones a la vejez, las jubilaciones por incapacidad, complementos a jubilaciones demasiado bajas, etc.

En Uruguay la reforma de la seguridad social de 1995 se hizo a medias (sistema mixto) y se hizo mal (drama de los “cincuentones”). Esto, sumado a algunas involuciones introducidas por los gobiernos del Frente Amplio, hace que hoy sea inevitable una nueva reforma. Pero eso no bastará. La verdadera reforma tiene que darse en nosotros mismos, los uruguayos, para evitar el colapso demográfico del Uruguay a largo plazo. 

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