Resaca mundial

Increíble pero cierto: se acabó la fiesta. Habrá que esperar una eternidad para volver a vivir algo parecido

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22 de julio de 2018 a las 05:00

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Yo sé que existen personas que no son futboleras. Incluso en Uruguay. Para el mundial pasado escribí una nota titulada "Esa estúpida camiseta". Era un puñado de entrevistas con algunos de esos ejemplares que creen que hay cosas más importantes que el fútbol. Uno de ellos me dijo: "Y todo por una estúpida camiseta".

Sé que son más de los que se atreven a confesarlo y que andan por ahí aliviados porque se terminó. Porque volvió la cordura añorada. Porque el mundo ahora puede volver a funcionar otra vez. Se acabó el mundial.

Nadie podría confundirme nunca con uno de ellos. Yo sigo buscando las noticias y leyendo resúmenes: en español, en inglés, en italiano, en portugués y hasta en francés, tratando de entender bien lo que pasó y cómo pasó y qué pudo haber pasado. Que si Cavani hubiera jugado contra Francia, que si Japón les hacía el tercero a los belgas, que si el peruano Cueva hubiera metido el penal contra Dinamarca, que si a Neymar no le dolieran tanto las patadas.

Hace dos o tres o cuatro décadas los no futboleros eran más y se hacían escuchar más. Que el fútbol es la maldición de este país, que Maracaná nos jodió para siempre en todo sentido, que nos creemos algo que no somos, que los mundiales solo sirven para demostrar nuestros verdaderos colores: los de la patada de atrás, el juego sucio, la catarsis de la impotencia, la derrota.

Durante esos tiempos oscuros, después de que Brasil levantara la copa en México 70, un mundial para Uruguay era algo que sucedía cada tanto. Había que esperar ocho años o doce, en vez de cuatro. Y cuando llegábamos era para sufrir más, todavía, de lo que habíamos sufrido en las eliminatorias. "Uruguay es un sufrimiento", se decía en el mundial, después de haber salido del "matemáticamente tenemos chance", típico de las eliminatorias.

Parece todo tan lejano que hasta cierto punto es lógico que retorne también algo de la soberbia que tenían nuestros mayores, aquellos que repetían: "Cumplidos solo si ganamos".

Ahora se empiezan a escuchar las voces que dicen que a ver si de una vez por todas nos ponemos a jugar al fútbol, que no podemos hacer tiempo contra el banderín del córner contra Arabia ni sufrir todo el partido contra Egipto sin su estrella, ni retirarnos del mundial sin dar pelea contra Francia ni que el futuro capitán se ponga a llorar en la barrera cuando faltan cinco minutos, ni que el golero se haga un gol en contra, ni que nos claven dos veces de pelota quieta, ni que se funda en octavos nuestro mejor jugador en el mundial porque corrió como un energúmeno.

Está bien. Para mí está claro que el honor de vestir la camiseta celeste también es una gran responsabilidad. Y ya que abandonamos la costumbre de verlo de afuera o de ir y que nos hagan seis, ahora que competimos con toda la seriedad del mundo, me encantaría que Uruguay se convirtiera en una escuela de fútbol y le facilitáramos más las cosas a los senegaleses y a los congoleños para que emigraran a Uruguay y que volviéramos, por fin, a levantar la copa y a recuperar la tradición de dar la vuelta olímpica. A ver: media pila.

Pero ahora el problema mayor es que faltan cuatro años y medio para el mundial. ¡Cuatro años y medio! Y encima todavía hay que jugar 18 partidos de eliminatorias contra selecciones que, por alguna razón que se me escapa, están agrandadas y todas quieren ir al mundial.

Hay que ponerse a trabajar. Hay que tener un plan con objetivos muy concretos. A ver qué tal este: ganar la copa América en Brasil el año que viene, clasificarnos con luz al mundial y en las últimas fechas de las eliminatorias culminar el desarrollo de un fútbol preciso, rápido, con un ataque exuberante y una solidez defensiva a prueba de todo.

Aunque tal vez surja algún contratiempo, no puedo estar del todo seguro. Lo que sí está claro es que hay que tener paciencia, porque el mundial se acabó, no lo puedo creer, se acabó el mundial y empieza de nuevo el 21 de noviembre de 2022. Faltan unos 1.600 días, un poco más; hay que ir de a poco, no dar nada por hecho, ojo.

Y ese también se va a terminar, aunque será un 18 de diciembre... lindo para festejar, ¿no? Ya lo veo: un desfile de todo el verano, un carnaval celeste.

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