Se cumplen 20 años de Casi famosos, la película que nos enseñó a sanar a través del rock

Cameron Crowe se basó en sus vivencias como cronista musical de la Rolling Stone para esta producción, que con cada año que pasa se vuelve más entrañable

Tiempo de lectura: -'

29 de septiembre de 2020 a las 05:00

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

Filmar lo infilmable. Querer contar lo que no se podía contar ni en palabras, ni en imágenes. Intentar que una sensación, un sentimiento, alcance un grado físico, palpable. De todo esto le advirtió el músico Peter Frampton a Cameron Crowe cuando le contó que estaba pensando hacer una película con sus correrías como cronista de rock en la revista Rolling Stone. “Querés capturar lo que no se puede capturar”, le dijo, horrorizado ante el proyecto con el que lo invitaba a colaborar. Crowe, de alguna manera, entendía el aviso de su amigo: sin ir más lejos, ellos dos se habían dedicado durante años a estar tirados en un sillón, despotricando y riéndose de los pobres ilusos que habían querido retratar la escena del rock de los setenta en la ficción. Ahora él estaba cambiando de bando y de manera consciente.

El cineasta, de todas formas, tenía buenas intenciones. Y crédito en el banco. Su película anterior, Jerry Maguire (1996), había sido un bombazo. Más de US$ 270 millones recaudados, cinco nominaciones al Oscar –entre ellas a Mejor película– y un premio para Cuba Gooding Jr. Las garantías se las daban de ojos cerrados. Entonces, ¿por qué no podía mirar hacia atrás, al momento en que, siendo un adolescente, se codeó con la crème del rock en su mejor etapa? Así lo hizo. Y filmó lo que, para Frampton, era imposible: el amor por la música. Casi famosos.

Es difícil encontrar a alguien que no se haya cruzado alguna vez con esta película que cumplió, el pasado 13 de setiembre, veinte años. Hubo una época que el cable se había enamorado de su presencia y la emitía hasta de revés, como si de una manifestación del culto que se generó a su alrededor se tratara. Casi famosos se volvió, así, una presencia casi constante en la mente de una generación entera, que se mantuvo y se mantiene embobada por su encanto etéreo y naif, así como William Miller, su protagonista, lo está con la groupie de la banda Stillwater, Penny Lane. Casi famosos, además, ganó mucho con el tiempo: a medida que el paisaje musical que retrata se queda cada vez más atrás en el tiempo, la nostalgia lima sus asperezas y la impregna de un aura mágica. Porque así, al menos, la define gran parte de sus entusiastas: como una película mágica. 

La historia, se sabe, lo dijimos, es la del propio Crowe. O, al menos, basada ligeramente en ella. Como William, Crowe fue un precoz cronista de la icónica revista creada por Jann Wenner, y pasó su juventud de escenario en escenario, compartiendo backstage y hasta viajes por la carretera con los integrantes de Led Zeppelin, The Allman Brothers Band, Joni Mitchel, David Bowie y varios más. Fue un tipo con suerte.

Puntualmente, Casi famosos pone a su alter ego, un muchacho de quince años, al frente de una misión que le cae casi que de la nada: escribir una crónica para la revista de la gira de Stillwater, una banda que si bien ha ganado fama, gritos y la atención de la prensa, parece no terminar de asentarse como las leyendas del rock que aspiran a ser. Es el año 1973, están, quizás, en ruta a serlo, pero no es suficiente y la mediocridad se cierne sobre ellos, amenazante. 

La gira es, para William (Patrick Fugit), un viaje de aprendizaje, de iniciación y, también, de desencanto. Limitado por una madre que ve en el rock la perdición –Frances McDormand dando cátedra, para variar–, William comienza el viaje convencido de que ha alcanzado el paraíso; el velo inocente se correrá poco a poco, a medida que el kilometraje avance y él entienda la complejidad de esa pandilla de músicos inestables y de la extraña relación con las mujeres que los rodean. Se sorprenderá, de la misma manera, ante el sonido que hacen los ídolos al caer; también, cuando le muestren que son tan humanos como él. La paradoja de todo esto es que, a medida que las fantasías que tiene sobre el rock y su mundo se resquebrajan, William entiende que ese es el lugar al que pertenece. El sitio donde encaja. 

Pero antes debe encontrar un equilibro entre tres poleas que lo zarandean de acá para allá y lo desnortean: el primero, Lester Bang, el crítico musical que, por teléfono y con el aplomo del gran Philip Seymour Hoffman, lo guía periodísticamente; después Russell Hammond (Billy Crudup), el guitarrista y líder de Stillwater, un tipo que parece estar convencido, en el fondo, de que es el mesías del rock; y por último Penny Lane (Kate Hudson), la representación de las groupies y su mito, el interés platónico, una especie de ángel con tapados de piel que no para de sonreír ni cuando está rota por dentro.

La herencia

Detrás de Casi famosos hay varias historias curiosas. Por ejemplo, que Crowe le mostró la película a Robert Plant y a Jimmy Page en privado, y que a los Led Zeppelin les encantó y rieron, sobre todo, cuando en la escena de la fiesta Russell se tira del techo a la piscina y grita “¡soy un dios dorado!”. Dicen que eso mismo hizo Plant. Pero hubo algo en que los músicos no transaron: no había manera de que Stairway to heaven estuviera en la película. Stairway to heaven no se tocaba. 

También vale recordar que Brad Pitt iba a ser el encargado de ponerle cara a Russell antes de Crudup. ¿Cómo hubiese sido la película con él? Otro que iba a estar y al final no estuvo es Neil Young. El músico interpretaba al padre del guitarrista de Stillwater, pero al final su papel no cuadró.

A Casi famosos no le fue muy bien cuando se estrenó. Parece curioso, pero a una película que se ubica específicamente en el año 1973 la venció un reestreno que acaparó todo esa misma semana y que originalmente se había estrenado ese año: el de El exorcista, de William Friedkin. De todas formas, no fue un fracaso total y el tiempo le dio su premio.

Es interesante notar que, en determinados aspectos, la película sí peca de ser demasiado indulgente con un universo que tenía bastante más sombras de lo que acá se muestra. Como señalaron algunos críticos en su momento, en la película las drogas solo son divertidas, el sexo carece de reversos oscuros –recordemos: la costumbre de tener groupies tenía bastante de reprobable, sobre todo por cómo eran tratadas por los músicos y los constantes coqueteos con el abuso y el acoso sexual– y todo resulta más amable de lo que uno, en principio, pensaría que fueron los reventados años setenta. Pero quizás Crowe, que vivió todo esto de manera real y descarnada –y que después de Casi famosos no volvió a hacer otra película rescatable–, prefirió no enredarse en cuestiones penumbrosas y enfocarse en lo que sí quería transmitir: el poder transformador de la música.

Así, por ejemplo, lo entiende el crítico argentino de música Martín Zariello, en un artículo publicado en La Agenda de Buenos Aires: “Crowe indica que el rock, para ser asimilado de manera integral, debe pasarse de generación en generación. Por lo tanto Casi famosos es una película sobre el impacto del rock en las relaciones humanas, sobre cómo escuchar una canción o un disco te aleja o te acerca para siempre de una persona, por más que la hayas visto una vez. El rock como forma de detener el tiempo y volver eterno lo efímero. Algunas de estas ideas forman parte de los diálogos, pero lo mejor ocurre cuando están implícitas en las imágenes: el micro alejándose en la ruta; la cara de William después del beso en la comisura de los labios de una groupie; la madre en la casa vacía tirando el tubo del teléfono; Penny Lane haciéndole fuck you a un grupo de chicas que corren al costado de la ruta”.

Podríamos agregar, también, que eso de “detener el tiempo y volver eterno lo efímero” lo tienen el rock y la música, pero también las películas que más queremos. Y por eso Casi famosos es aún más entrañable ahora que hace veinte o quince años. Porque la queremos y porque logra atarnos con un abrazo cálido de familiaridad. Porque nos señala el camino hasta casa. O mejor: nos hace sentir en casa. Ahí está ese instante colgado para demostrarlo, ese momento en el que Tiny dancer vibra en las cuerdas vocales de Stillwater y en las paredes del ómnibus y Penny Lane le dice a William que no se preocupe, que no tiene que apurarse a volver. Que está en casa.

 

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.