Camilo dos Santos

Siete puntas sobre la transformación curricular

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13 de diciembre de 2021 a las 05:01

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El debate educativo a escala mundial pone crecientemente el acento en la imperiosa necesidad de transformar la educación y los sistemas educativos con la mira en contribuir a cimentar y sostener sociedades que logren congeniar sostenibilidad, inclusión, justicia y equidad. Asimismo, esa transformación no se plantea en términos de temas, enfoques y áreas de intervención fragmentados sino en la búsqueda de conectar las piezas educativas bajo una visión unitaria y sistémica. Una de las vías para lograr dichas conexiones radica en posicionar al currículum como enlace entre las políticas y las prácticas educativas tejiendo las sinergias entre el para qué y el que educar y aprender, con el cómo, dónde y cuándo de hacerlo. Identificamos siete puntas para posicionar la transformación curricular en el cerno de los sistemas educativos que, en modo alguno, constituye un ejercicio exhaustivo. 

En primer lugar, resulta clave asumir la magnitud, profundidad e implicancias de la transformación curricular en la era pospandemia ya que el rol del currículum podría ser el de ambientar, gestar, concretizar y evidenciar los aprendizajes requeridos para un mundo cualitativamente distinto al actual, en cuanto a su sostenibilidad. Se trata de apropiarse de un concepto multidimensional de la sostenibilidad que no solo implica una dimensión ambiental, pero, asimismo, incorpora aspectos vinculados a la economía, la cultura, la política y la sociedad que están inextricablemente relacionados entre si. La sostenibilidad se imbrica en un concepto comprehensivo de ciudadanía que comprende dimensiones vinculadas a las múltiples alfabetizaciones que son claves para desempeñarse competentemente en la sociedad a diversos niveles.  

En segundo lugar, se trata de reafirmar una visión del currículum como una construcción y un desarrollo glo-local evolvente que implica varios aspectos interrelacionados (UNESCO-IBE, 2021; Opertti, 2021). Por un lado, la convicción que resulta posible congeniar el apego a valores y referencias universales con el debido y saludable reconocimiento de valores particulares que reflejan diversidad de culturas y afiliaciones. Por otro lado, se reafirma una cultura de colaboración, complementariedad, solidaridad y aprendizaje entre países, que permea los contenidos educativos en su globalidad y especificidad ya sea que se expresen en términos de principios, competencias, temas, áreas de aprendizaje y/o asignaturas. Asimismo, las miradas glo-locales, que en modo alguno son uniformes, se distancian de visiones pretendidamente globalistas o localistas a secas, así como de toda tentativa de importar o de modelizar ideas, enfoques, estrategias y prácticas.  

En tercer lugar, el punto de partida de la transformación curricular podría ser el de reconocer la diversidad y la especificidad de cada uno de los alumnos en un sentido incluyente y respetuoso de sus contextos y circunstancias de vida, culturas, afiliaciones, tradiciones, capacidades y estilos. La diversidad no implica “sumar” disciplinas y factores que es de esperar inciden en el involucramiento y el desempeño de cada alumna/no, sino de integrar con sentido conocimientos de diferentes disciplinas – por ejemplo, de filosofía y ética, neurociencias de los aprendizajes, psicología cognitiva, ciencias de la educación y inteligencia artificial – y descifrar la interacción de factores que influyen en cómo cada uno de los alumnos se compromete con sus aprendizajes.  

La contraparte de apuntalar la diversidad de cada alumno es diversificar las maneras de enseñar, aprender y evaluar de manera de atender la diversidad de sus expectativas y necesidades de forma personalizada. La enseñanza no puede partir de apriorismos, prejuicios y determinismos sobre el potencial de aprendizaje de cada alumno sino, inscripta en una visión potente y clara sobre los propósitos de la educación, su razón de ser y valoración yace en que facilite la consecución y el logro de aprendizajes relevantes y sostenibles para cada alumno / na por igual. La enseñanza se sostiene pues, por un lado, en una visión de la educación y por otro, en los aprendizajes que logra cimentar y generar. 

Al igual de reconocer que cada alumno como persona es un todo indivisible y que se requiere de un repertorio amplio de estrategias pedagógicas para responder efectivamente a que cada una de ellas sea entendida como un ser especial, también es necesario tener en cuenta que los procesos de aprendizajes tienen rasgos comunes con independencia relativa de las características de cada alumno. Sumariamente estos rasgos comunes refieren a: (i) la necesidad de contar con una propuesta educativa y curricular que el educador pueda conectar con el alumno y sus experiencias vitales de aprendizaje sustentado en relaciones de cercanía y de entendimiento mutuo entre ambos; (ii) la retroalimentación empática, a tiempo y de calidad del educador al alumno; (iii) la consideración del error como fuente de aprendizaje enmarcado en la consideración de la evaluación como aprendizaje; y (iv) la observancia de los tiempos y los procesos de decantación y consolidación de los aprendizajes (Dehaene, 2018).  

En cuarto lugar, la transformación curricular implica un reacomodo profundo de los roles en dos planos complementarios contribuyendo a ensanchar las miradas comunitarias sobre la educación. Por un lado, se trata de asumir el desafío de posicionar a los alumnos y a los educadores como co-agentes y co-desarrolladores de la propuesta curricular implicados y responsabilizados mutuamente, alternativamente a asociar el rol del educador a solo transmitir conocimientos, y al alumno a ser un recipiente pasivo de lo que se transmite. Por otro lado, los padres y madres podrían tener un rol más activo en contribuir a sostener los aprendizajes de sus hijos/as lo cual implicaría por lo menos tres aspectos interrelacionados: (i) oportunidades y espacios de sensibilización y de formación sobre qué y cómo aprenden los alumnos; (ii) maneras renovadas de relacionarse con los educadores potenciadas por el uso combinado de diferentes tecnologías; y (iii) colaborar con los educadores en la función de orientar a los alumnos en sus procesos de aprendizaje.   

En quinto lugar, la transformación curricular tiene el impostergable desafío de transversalizar la hibridación como un eje fundamental de los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación. En efecto la hibridación supone combinar e integrar diversidad de elementos a escalas complementarias: (i) hibridación programática que implica darle un sentido unitario a diversos contenidos disciplinares a la luz de entender mejor los temas que sustancian la educación de las nuevas generaciones; (ii) hibridación institucional que supone que las ofertas formales y no formales se complementan y trabajan mancomunadamente para que cada alumno/na pueda disfrutar de un currículum personalizado; (iii) hibridación curricular y pedagógica de los modos educativos que se sustenta en la complementariedad entre los espacios de formación presenciales y en línea para ampliar las oportunidades y los procesos de aprendizaje así como contribuir al logro de resultados sostenibles y relevantes; e (iv) hibridación tecnológica  que se basa en la apropiación de las tecnologías con propósitos educativos claros y robustos. La hibridación es, pues, un concepto multidimensional que impacta en las maneras en que se entiende la educación y los aprendizajes. 

En sexto lugar, la transformación curricular implicaría conectar los enfoques y las piezas disciplinares e interdisciplinares para que efectivamente los alumnos dispongan de los marcos de referencia y de los instrumentos requeridos para actuar competentemente frente a desafíos individuales y colectivos que plantea un mundo glo-local esencialmente disruptivo. La actuación competente implica como en los hechos, cada alumno jerarquiza, combina, integra y da sentido a valores, actitudes, emociones, habilidades y conocimientos (Jonnaert, Depover & Malu, 2020). Uno de los principales desafíos yace en cómo las definiciones abstractas de competencias tales como pensamiento autónomo y crítico, creatividad y resiliencia, son apropiadas e incorporadas por los alumnos. Lo que genéricamente se conoce como compromiso y apropiación de los aprendizajes por cada alumno (Vidal, 2021). 

En séptimo lugar, la transformación curricular supone consolidar una cultura de la triangulación de evidencias en términos de enfoques, políticas, procesos y resultados, que efectivamente nos oriente en cómo se gestan, se concretan e impactan los aprendizajes. Esto implicaría el fortalecimiento de miradas interdisciplinares que conecten los hallazgos de la psicología cognitiva, la biología, las neurociencias de los aprendizajes, las ciencias humanas y sociales, las ciencias de la educación y la inteligencia artificial. Entre otros ejemplos, se podrían mencionar las relaciones de ida y vuelta entre el cerebro, las culturas, los ambientes, los estímulos generados por políticas y programas, y los aprendizajes; o bien, afinar el “lápiz” para experimentar, escalar, evaluar y evidenciar los impactos de intervenciones educativas en áreas tales como la lecto-escritura entre los sectores socialmente más vulnerables. Ciertamente una cultura interdisciplinar de las evidencias podrá dar luz sobre cómo mejorar la calidad de las oportunidades, los procesos y los resultados de los aprendizajes. 

En resumidas cuentas, la transformación curricular empieza a ocupar a escala mundial un lugar de relevancia en las agendas educativas de cara a los desafíos que nos plantea la pandemia y la pospandemia. Primeramente, se trata de argumentar en torno a la magnitud y profundidad del cambio que trasunta la idea que la educación es un fenómeno esencialmente ciudadano y societal. Asimismo, la transformación puede sustentarse en una visión glo-local del currículo que, congeniando una mirada colaborativa, solidaria y abierta al mundo, y reconociendo que somos parte de un único planeta, se localice en los territorios, en las culturas y en los contextos.  

El punto de partida de la transformación podría ser el reconocimiento de la singularidad de cada alumno, así como el apuntalamiento de sus procesos de aprendizaje como un viaje sin demoras ni interrupciones removiendo las barreras entre niveles y ofertas educativas. La contraparte de priorizar al alumno y sus aprendizajes radica en resignificar el rol de los educadores y de los alumnos como co-agentes de las propuestas educativas, así como comprometer a madres y padres en los aprendizajes de sus propios hijos.  

Una educación de puertas abiertas, con roles y contenidos renovados, asume la hibridación de los modos educativos, de aprendizaje y de evaluación, y se apropia de la idea de aprendizajes sin umbrales ni fronteras. Asimismo, los aprendizajes se sustentan en conectar las piezas disciplinares e interdisciplinares para que los diversos temas abordados tengan sentido y relevancia para cada alumno. Esas conexiones se potencian en modos educativos híbridos donde se multiplican las oportunidades y los espacios para producir, usar y compartir conocimientos provenientes de diversas ámbitos y fuentes. Finalmente, se requiere que la transformación se sustente en triangular perspectivas, enfoques y datos para tener evidencia solida sobre cómo mejor potenciar la excelencia de cada alumno y sus aprendizajes en diversos dominios del saber.  

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