Inés Guimaraens

Talvi por seis

Fue cuando salió del gabinete y encontró censura en vez de apoyo entre sus correligionarios, que el líder de Ciudadanos decidió abandonar la política activa

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31 de julio de 2020 a las 21:48

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"No es lo mío”, dijo Ernesto Talvi, y abandonó la “política activa”. La decisión del candidato a la Presidencia por el Partido Colorado en 2019, y canciller durante los primeros cuatro meses del mandato del presidente Luis Lacalle Pou, ha sido largamente comentada y analizada durante esta semana. Desde mi punto de vista, la brillante, tormentosa y breve carrera política de Talvi se resume en seis palabras que, a su vez, sintetizan otros tantos momentos de su actuación pública.

Talento. No estaría escribiendo esta página si Ernesto Talvi no hubiera sido considerado, desde hace al menos dos o tres décadas, un hombre especialmente talentoso. Brilló en Ceres, presentando todo el tiempo enfoques arriesgados sobre los desafíos del desarrollo nacional. Durante años, su punto de vista fue referencia obligada en la discusión pública. Luego de escuchar sus conferencias y sus incursiones en los medios de comunicación, y más allá del grado de acuerdo con el contenido del análisis, elite y ciudadanos terminaron reconociendo su pasión por los asuntos públicos y su sobresaliente elocuencia. No es raro que el sistema de partidos, que suele practicar la caza de talentos, lo haya reclutado a través de Jorge Batlle.

Renovación. “No sé nada de política, pero aprendo rápido”, dijo Talvi. Su campaña electoral durante el primer semestre del año pasado pareció confirmar su capacidad de adaptación al nuevo rol. El traje de candidato le quedó pintado. El énfasis en los problemas de la educación pública le dio un sabor especial a su bien conocida partitura liberal. Pese a competir con una personalidad tan extraordinaria como la de Julio María Sanguinetti, el recién llegado logró una victoria espectacular. Su desembarco acercó a la política a un conjunto de jóvenes profesionales atraídos por un discurso que supo combinar solidez técnica y pasión ciudadana.

Frustración. Hace un año la pregunta que muchos nos hacíamos era hasta dónde podía crecer la intención de voto al Partido Colorado gracias al soplo renovador de Talvi. Sabiendo que el auto era chico, pedal a fondo, Talvi empezó a pisar la banquina. Fue difícil entender por qué Sanguinetti no fue su compañero de fórmula. Fue más difícil todavía descifrar el veto a Pedro Bordaberry. Aferrado al volante, sabiendo que podía perder votos por la derecha, Talvi siguió virando hacia el centro con la mira puesta en los electores astoristas e independientes. A medida que fue quedando claro que la estrategia centrista no cuajaba, el candidato perdió la sonrisa. No hay que ser demasiado empático para entender que el resultado de octubre le generó una enorme frustración: en 2019, con Ernesto Talvi como candidato a la Presidencia, el Partido Colorado terminó votando peor que en 2014, con Pedro Bordaberry.

Fricción. Recuperado del disgusto, Talvi aceptó uno de los cargos de más prestigio en el gabinete del nuevo gobierno. Hizo lo correcto. Aceptar ser ministro era la manera más clara, más contundente, de respaldar al nuevo gobierno. Como canciller volvió a brillar. Organizó la campaña para hacer posible que los uruguayos “varados” pudieran regresar “a casa” y logró que otro tanto hicieran los extranjeros atrapados por la pandemia en estas latitudes. Al mismo tiempo que las encuestas mostraban que la ciudadanía reconocía, otra vez, su esfuerzo y su talento, Talvi fue acumulando fricciones con actores fundamentales. A fines de febrero, dejó de responder el teléfono a Julio María Sanguinetti. Más tarde, tensó la cuerda con el presidente Lacalle Pou. Se dice que el presidente no ayudó. No tengo cómo saberlo. Puede ser... Pero, hasta nuevo aviso, está claro que con el único ministro que Lacalle Pou ha tenido problemas graves es con Talvi. Me inclino a pensar, dados los antecedentes, que el principal responsable del cortocircuito fue el canciller y no el presidente.

Desilusión. La cuerda resistió cuatro meses, pero se rompió. El desenlace es conocido. El canciller anunció su intención de irse del gabinete antes de fin de año, pero el presidente apuró el desenlace. Supongo que Talvi esperaba que al menos su propio sector, Ciudadanos, se solidarizara con él. Esperó en vano. Si me lectura es correcta, la gran mayoría de los dirigentes colorados no compartieron su decisión. Por el contrario, el portazo de su candidato presidencial los tomó por sorpresa, y les arruinó la fiesta de los “cien días”. Creo que fue en ese momento, cuando miró para el costado y no vio a nadie, que Talvi empezó a entender que no había entendido. Creo que fue ahí, cuando salió del gabinete y encontró censura en vez de apoyo entre sus propios correligionarios, que decidió abandonar la política activa.

Soledad. En estos días ha comenzado a reunirse con dirigentes de Ciudadanos para explicar lo sucedido. En estos encuentros ha venido insistiendo en que quiere aportar a la política desde la generación ideas, organizando un centro de pensamiento similar a Ceres, pero dentro del Partido Colorado. Ojalá pueda hacerlo. Es necesario que los partidos dispongan de ámbitos amplios, confortables, para alojar expertos de su confianza. La existencia de estos espacios califica el proceso de elaboración programática y contribuye a la formación de cuadros de gobierno. Pero no puedo ser demasiado optimista. No le será nada sencillo recuperar la confianza de quienes depositaron tantas expectativas en él. Sospecho que esa cuerda también se rompió. 

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República

adolfogarce@gmail.com

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