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Tercer mandato de Xi Jinping representa un trágico error

Las dificultades macroeconómicas, microeconómicas y medioambientales de China en gran medida siguen sin abordarse

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06 de octubre de 2022 a las 13:40

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Por Martin Wolf.

En breve, Xi Jinping será confirmado para un tercer mandato como secretario general del Partido Comunista y jefe de las fuerzas armadas. Entonces, ¿es bueno para China o para el mundo su logro de un poder tan indiscutible? No. Es peligroso para ambos. Sería peligroso incluso si él hubiera demostrado ser un gobernante de inigualable competencia. Pero no lo ha hecho. Tal como está la situación, los riesgos son que se produzca un estancamiento en el país y una creciente fricción en el exterior.

Diez años son siempre suficientes. Incluso un líder de primera clase decae después de tanto tiempo en el cargo. Uno con indiscutible poder tiende a decaer más rápidamente. Rodeado de la gente que ha elegido, y protegiendo el legado que ha creado, el déspota se volverá cada vez más aislado y a la defensiva, incluso paranoico.

Las reformas se detienen. La toma de decisiones se ralentiza. Las decisiones insensatas quedan sin cuestionarse y, por lo tanto, permanecen inalteradas. La política de cero Covid representa un ejemplo de esto. Si se quiere considerar un caso fuera de China, se puede ver la locura inducida por el prolongado poder en la Rusia de Putin. En Mao Zedong, China tiene su propio ejemplo. De hecho, Mao fue el motivo por el que Deng Xiaoping, un genio del sentido común, introdujo el sistema de límites de mandato que Xi ahora está subvirtiendo.

La ventaja de las democracias no es que necesariamente elijan líderes sabios y bien intencionados. Con demasiada frecuencia eligen lo contrario. Pero a éstos se les puede oponer sin peligro y se les puede destituir sin derramamiento de sangre. En los despotismos personales, ninguna de las dos cosas es posible. En los despotismos institucionalizados, la destitución es concebible, tal como lo descubrió Khrushchev. Pero es peligroso, y cuanto más dominante sea el líder, más peligrosa se volverá. Es simplemente realista anticipar que los próximos 10 años de Xi sean peores que los anteriores.

¿Cuán mala fue entonces su primera década?

En un reciente artículo publicado en China Leadership Monitor, Minxin Pei, del Claremont McKenna College, juzgó que Xi tiene tres objetivos principales: el dominio personal; la revitalización del Estado marxista-leninista de partido único; y la expansión de la influencia global de China. Él ha triunfado en el primero; ha sido formalmente exitoso en el segundo; y ha tenido un contradictorio éxito en el último. Aunque China actualmente es una reconocida superpotencia, también ha movilizado una poderosa coalición de ansiosos adversarios.

Pei no incluyó la reforma económica entre los principales objetivos de Xi. La evidencia sugiere que esto es bastante correcto. No lo es. En particular, se han evitado reformas que pudieran socavar las empresas estatales. También se han impuesto controles más estrictos a famosos empresarios chinos, como Jack Ma.

Por encima de todo, las profundas dificultades macroeconómicas, microeconómicas y medioambientales en gran medida siguen sin abordarse.

Las tres se resumieron en la descripción por parte del ex primer ministro Wen Jiabao de la economía como "inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible".

Los problemas macroeconómicos fundamentales son el exceso de ahorro; su elemento concomitante, el exceso de inversión; y su corolario, las crecientes montañas de deuda improductiva. Estas tres cosas van juntas: una no puede resolverse sin resolver las otras dos. Contrariamente a la creencia generalizada, el exceso de ahorro se debe sólo en parte a la falta de una red de seguridad social y al consecuente ahorro elevado de los hogares. También se debe a que el ingreso disponible de los hogares representa una parte muy baja de la renta nacional, con gran parte del resto consistiendo en beneficios.

El resultado es que tanto el ahorro como la inversión nacionales superan el 40 por ciento del producto interno bruto (PIB). Si la inversión no fuera tan alta, la economía estaría en una permanente depresión. Pero, conforme el potencial de crecimiento se ha desacelerado, gran parte de esta inversión se ha realizado en improductivas construcciones financiadas con deuda. Ése es un remedio a corto plazo, con los adversos efectos secundarios a largo plazo siendo una deuda incobrable y la caída de la rentabilidad de la inversión. La solución no es sólo reducir el ahorro de los hogares, sino aumentar su participación en el ingreso disponible. Ambas cosas suponen una amenaza para los poderosos intereses creados, y no han sucedido.

Los problemas microeconómicos fundamentales han sido la corrupción generalizada; la arbitraria intervención en los negocios privados; y el despilfarro en el sector público. Además, la política medioambiental — sobre todo las enormes emisiones de dióxido de carbono del país — sigue siendo un enorme reto. Xi ha reconocido, a su mérito, este problema.

Más recientemente, Xi ha adoptado la política de mantener alejado un virus que circula libremente por el resto del mundo. Más bien, China debería haber importado las mejores vacunas mundiales y, una vez administradas, reabrir el país. Esto habría sido sensato, y también habría indicado que sigue creyendo en la apertura y en la cooperación.

El programa de Xi de un renovado control central no es sorprendente. Fue una reacción natural ante el impacto erosivo de mayores libertades en una estructura política que descansa en un poder que no rinde cuentas, excepto hacia arriba. La corrupción generalizada fue el resultado inevitable. Pero el precio de intentar suprimirla es la aversión al riesgo y el estancamiento. Es difícil creer que una organización vertical bajo el control absoluto de un solo hombre pueda gobernar con cordura, y mucho menos con eficacia, una sociedad cada vez más sofisticada de 1.4 mil millones de personas.

Tampoco es sorprendente que China se haya vuelto cada vez más asertiva. La renuencia del Occidente a adaptarse al ascenso de China es claramente parte del problema. Pero también lo ha sido la abierta hostilidad de China hacia los valores fundamentales a los que el Occidente (y muchos otros) les da importancia. Muchos de nosotros no podemos tomarnos en serio la adhesión de China a los ideales políticos marxistas que han demostrado no tener éxito a largo plazo. Sí, el brillante eclecticismo de Deng funcionó, al menos mientras China era un país en desarrollo. Pero la reimposición de las viejas ortodoxias leninistas en la extremadamente compleja China de hoy debe ser, en el mejor de los casos, un callejón sin salida. En el peor de los casos, conforme Xi se mantiene indefinidamente en el cargo, pudiera resultar en algo aún más peligroso que eso, para la propia China y para el resto del mundo.

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