Camilo dos Santos

Tres realidades a las que la pandemia del coronavirus hizo más vulnerables

Los trabajadores informales, los migrantes y las trabajadoras sexuales son algunas de las poblaciones más afectadas por la crisis del covid-19

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03 de mayo de 2020 a las 05:00

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Sobre el placard de una vivienda en La Unión hay una maleta azul enorme que acompañó a Marbelin Morillo desde que salió de Venezuela, hace más de un año. Al lado está la valija de Paul Lima, su novio, un camerunés que llegó hace casi tres años a Uruguay y que era chef en una empresa de comida hasta que lo enviaron a seguro de paro por la pandemia del coronavirus y le informaron que la compañía no volverá a abrir. La pareja, ante esta crisis, decidió emprender: comenzaron a hacer viandas para venderle a los trabajadores de la zona.

La cocina tiene amontonado lo necesario para preparar la “comida gourmet” que ofrecen y que difunden por WhatsApp y las redes sociales: empanadas, crepas, hamburguesas “africanas”. Comenzaron hace dos semanas y, de a poco, van sumando clientes.

Cada mueble y electrodoméstico del hogar tiene un cartel con la traducción del nombre al francés. Así, por ejemplo, en la puerta de la heladera dice frigo y es la forma que Marbelin encontró para aprender el idioma que habla la mitad de su día: además de ser la lengua del país de su novio, es la de los dos niños franceses que cuida.

Leonardo Carreño

Marbelin cuenta que los hijos de una familia de Pocitos la eligieron entre tres mujeres como niñera y que se ganó la confianza de ese hogar. Su tarea consistía en ir a buscar a los chicos al colegio y quedarse con ellos hasta que la madre llegara. Pero con la pandemia ese trabajo ya no es necesario.

Esta mujer venezolana –que se recibió de publicista y relacionista público– se queda en la casa y se entretiene con el emprendimiento gastronómico. Y aunque no está yendo a trabajar de niñera –para evitar cualquier riesgo de contagio del covid-19– la jefa le sigue pagando el sueldo.

Su realidad no es la misma a la de muchos que también se fueron de su país con valijas enormes e ilusionados con nuevos futuros, a quienes la emergencia sanitaria les agravó su vulnerabilidad.

Estado y solidaridad

El chef Paul es uno de los tantos miles de trabajadores que fueron enviados a seguro de paro –en marzo el Banco de Previsión Social (BPS) recibió más de 86 mil solicitudes–. Pero, a diferencia de él, algunos extranjeros no llegaban a los seis meses de trabajo y no les corresponde ese subsidio, explica la responsable de orientación laboral en Asociación Idas y Vueltas, que se encarga de ayudar a los migrantes, María Eugenia Robaina.

“El desafío para llegar al empleo del migrante es tan grande que una vez que lo consiguen la pérdida de trabajo es muy frustrante por las condiciones en las que están viviendo”, lamenta Robaina. Para los extranjeros la vulnerabilidad es mayor porque, dice, no tienen redes de contacto en Uruguay y no saben adónde acercarse para pedir trabajo.

También hay decenas de miles de uruguayos que no tienen un empleo formal y que, por la baja de la actividad en la emergencia sanitaria, dejaron de tener ingresos. Pensando en esta situación, el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) ideó una canasta de un valor de $1.200 a las que accedieron, hasta el 15 de abril, 30.000 personas.

Camilo dos Santos

Karina vive junto a su esposo y sus dos hijos en el fondo de la casa de sus padres, en el barrio periférico de Montevideo de La Tablada. Ella trabaja en negro cuidando a una niña de ocho años y a una bebé de un año y medio. Recién la semana pasada, tras un mes sin trabajar, volvió a cuidar a la niña.

“A mí me dieron la canasta de $1.200. Vi el anuncio, llené el formulario y a la semana me mandaron el mensaje de que me correspondía. Traje fideos, un poco de carne –que era para comer en el momento– azúcar y aceite, que era para lo que te daba”, cuenta Karina. Los ingresos de su marido también bajaron: si bien siguió trabajando como portero, a su sueldo lo complementa con changas, que sí dejó de realizar. 

“El desafío para llegar al empleo del migrante es tan grande que una vez que lo consiguen la pérdida de trabajo es muy frustrante por las condiciones en las que están viviendo”

Además de la canasta del Mides, la familia recibe la ayuda del centro Don Bosco, una obra social del movimiento católico Salesianos que tiene 25 años en el barrio y que estas semanas entrega cerca de 180 canastas a las familias de la zona que lo necesitan, informa el educador Nicolás Arena, director del centro.

El movimiento trabaja con 80 familias de la zona, pero las que necesitan una canasta de alimentos regularmente son 40. Sin embargo, durante la emergencia sanitaria ese número aumentó a 70. Las más de cien restantes que entregan semanalmente se las dan a otras personas del barrio que se acercaron al centro.

“La realidad se complicó”, concluye el educador y pone de ejemplo el caso de Karina, que la primera semana no necesitó una canasta completa, pero en las siguientes semanas de la emergencia sanitaria la pidió.

Camilo dos Santos

El centro de Don Bosco financia esta obra social a través de colaboraciones que llegan a la cuenta bancaria, de las donaciones de la iniciativa solidaria CanastasUy, del Banco de Alimentos –entre las dos organizaciones donaron 300 canastas– y del aporte de frutas y verduras de una cooperativa de Melilla.

Trabajadoras sexuales

“Me gustaría saber cómo están trabajando ustedes, gurisas”, consulta Karina Núñez, la referente de la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras), a las mujeres que se sumaron a una reunión virtual a través de la aplicación Meet. Pasan algunos minutos de la hora 21 del martes 21 y hay seis trabajadoras sexuales del interior del país conectadas. Una de ella atiende la videollamada mientras se maquilla y se coloca una peluca para salir a trabajar.

Núñez recibe las quejas de algunas prostitutas y cuenta en la reunión virtual que le llegó el reclamo de un local que abrió en la emergencia sanitaria y le cobraba una multa de entre $500 y $800 a las mujeres que no ingresaran a trabajar.

Una de las meretrices que participa de la charla relata que en su departamento algunas whiskerías están abiertas, “pero los clientes no van”. Dice que “algo se rescata” y que “por lo menos” tienen “para el pan y la leche del otro día”.

Camilo dos Santos
En las dos primeras semanas de entrega las trabajadoras sexuales de Otras recibieron 415 canastas

"Mucha mierda, mucho laburo", le desea Núñez a una de las mujeres que se retira de la videollamada. 

Los precios que las trabajadoras sexuales cobran por los servicios bajaron. Y también cambiaron las “normas del ejercicio”: “Antes podías decir ‘yo solo trabajo acá’, pero ahora te dicen que tenés que ir hasta el otro del pueblo y, como es el único cliente que vas a tener en la semana, tenés que ir”, lamenta Núñez a El Observador.

Elaine Neres (45), la referente de Otras en Rivera, comenta que no está yendo a trabajar porque no tiene con quién dejar a su hijo. “Voy de vez en cuando, cuando estoy muy apretada”, se sincera. Ella, por ejemplo, no pudo pagar el alquiler de su casa y solo cumplió con una parte de los $6.100 que debía abonar. “Tengo un amigo que me ayuda”, acota. También cuenta que algunas trabajadoras de ese departamento tienen miedo de salir por el riesgo de contagiarse el covid-19.

Algunas de las mujeres acceden a los beneficios del Mides, pero Núñez admite que la mayor donación de canastas fue de Canastas Uy y ellas le agregaron otros productos como preservativos, toallas femeninas y pañales. En las dos primeras semanas de entrega las trabajadoras sexuales de Otras recibieron 415 canastas. 

Camilo dos Santos
Karina Núñez es la referente de la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras)

Canastas Uy recibe las donaciones de empresas y particulares y distribuye los alimentos a las personas más afectadas de la pandemia. La organización sin fines de lucro ya entregó más de 100 mil canastas desde que comenzó la emergencia sanitaria.

En Idas y Vueltas también ayudan a los extranjeros organizando ollas populares dos veces por semana junto con la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU). La orientadora laboral explica que con la emergencia sanitaria y social la vulnerabilidad creció y hay demanda de lo más básico: “Están necesitando para comer”, dice.

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