AFP

Una dosis de estoicismo contra el virus, la incertidumbre y un largo distanciamiento

Alguna forma de distanciamiento social llegó para quedarse. Piensen en meses, hasta quizá años, así que todos recordaremos esta época; cada uno tendrá que decidir cómo quiere hacerlo

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20 de abril de 2020 a las 12:33

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Quién está capacitado para predecir, a ciencia cierta, cómo será la “nueva normalidad” a la que todos tendremos que adaptarnos. Nadie. Y eso que científicos de todo el mundo en este momento trabajan para asesorar a sus respectivos gobiernos. 

La ciencia, tan olvidada y hasta denostada por algunos líderes, tiene su tiempo. En el mejor de los escenarios, una vacuna efectiva contra el coronavirus estará ampliamente disponible recién en un año.

Aunque engorroso, fue fácil “encerrar” a la población del mundo en sus casas o exhortarla a que no salga. Mucho más complicado es empezar a abrir la canilla cuando la humanidad se enfrenta a la principal emergencia de salud pública en un siglo. Es impensable pasarnos encerrados hasta que se encuentre una cura, pero el hecho de reabrir la economía a partir de información esquiva es frustrante para quienes tienen que tomar las decisiones. 

“Todos tenemos que tener paciencia —dijo el viernes 17 el director de la OPP, Isaac Alfie—, tenemos que acostumbrarnos a algo distinto a lo que teníamos”. El gobierno espera ir reabriendo el país de forma gradual. Paso corto, chequeo y, si sirvió, otro paso corto: así lo resumió Alfie, quien remarcó que había que confiar en los científicos para validar qué se puede hacer, qué no y cuándo. “No vamos a poder hacer todo rápidamente”, sentenció.

Los gobiernos definen, con la información disponible, lo que creen que es lo mejor para sus ciudadanos. Pero, a fin de cuentas, sin una cuarentena obligatoria la decisión va a estar en cada uno de nosotros. ¿Cómo me comporto en una emergencia de este tipo? ¿Qué priorizo? ¿Cómo aprovecho la crisis? En el mar de incertidumbre en el que el coronavirus nos puso a nadar, una sola cosa está clara: no es momento de aferrarse a certezas. Es momento de adaptarse, de ir con la corriente y ser paciente. 

Lo que sí sabemos es que alguna forma de distanciamiento social llegó para quedarse. No será parte de nuestras vidas por unas semanas. Piensen en meses, hasta quizá años. Este virus arisco estará en la vuelta por un tiempo no menor hasta que la ciencia encuentre una forma de derrotarlo. Y hasta que los gobiernos no hallen la manera de hacer un seguimiento efectivo de los contagiados y de aquellos con quienes estuvieron en contacto, relajar las restricciones de forma desordenada solo garantiza una cosa: el rebrote.

La crisis del coronavirus les ha dado a los Estados una autoridad incómoda sobre sus ciudadanos y todavía deben convivir con una cuestión incluso más dramática: cuántas vidas sacrificar para evitar un colapso económico. Son cálculos que no se dicen, pero que se hacen. Mientras tanto, la vida sigue. En el tiempo que el coronavirus se llevó a casi 170 mil personas, en el mundo hubo 42 millones de nacimientos. 

Por ello, mientras vivimos en la “nueva normalidad”, es válido cuestionarnos cómo vamos a transitarla de la mejor manera. El diario catalán La Vanguardia le preguntó al gurú mundial de los tiempos que corren cómo iba a ser el mundo el día después del coronavirus. Yuval Noah Harari, el historiador israelí, respondió fiel a su estilo: “Somos nosotros quienes tenemos que decidirlo. La actual pandemia no nos empuja hacia un futuro de forma determinista; es más, nos obliga a hacer muchas elecciones. Y elecciones diferentes darán forma a futuros diferentes”.

El autor de varios best-sellers dijo que el virus no era nuestro mayor enemigo sino el odio, la codicia y la ignorancia. Y agregó: “Si en este momento de crisis mostramos solidaridad con otra gente de todo el mundo; si ayudamos generosamente a los más necesitados; si fortalecemos nuestra confianza en la ciencia y en medios de comunicación responsables, será mucho más fácil vencer a esta epidemia, y finalmente viviremos en un mundo mucho mejor”.

El coronavirus va a cambiar cosas, va a acelerar tendencias irreversibles (piensen en el teletrabajo) y no hará más que empeorar otras (la desigualdad). Por ello los Estados intervienen, y tendrán que volver a hacerlo, para evitar que esta crisis se ensañe todavía más con los que ya estaban en una frágil situación. 

Lo que no hizo el coronavirus fue afectar el comportamiento más primario de la gente: en medio de una crisis tan peculiar, la inmensa mayoría hizo lo correcto y sigue haciendo lo que tiene que hacer. No podemos darnos el lujo de hundirnos en el caos. No podemos caer en la desesperación ni en demandas desmesuradas. No podemos controlar lo que sucede. Pero sí podemos controlar cómo respondemos. La máxima de los estoicos debería estar más vigente que nunca. Todos recordaremos esta época. La duda es cómo. Cada uno tendrá que decidir cómo quiere hacerlo. 

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