Una historia de ceros

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24 de septiembre de 2020 a las 18:00

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La Argentina es como un enfermo que ya consultó a especialistas de peso, y también recurrió a ligeros curanderos: lo maquillaron para disimular heridas y no se pudo tapar las macanas; lo operaron para extirpar males, pero se volvieron a reproducir, lo “santiguaron” para probar, aunque sea por las dudas, y se comprobó que la magia no existe.

Argentina es el país que tropieza mil veces con la misma piedra, y la historia repite crisis, combinadas con espejismos de milagros económicos sin sustento, como cuando vivieron la “plata dulce” de inicio de los ‘80, o cuando se convencieron que su peso podía ser convertible a un dólar para siempre.

Esta vez, es más complejo.

El país salió de un canje de deuda y se supone que una operación de esas da cierto respiro, porque así pasa y ha pasado en todos los países del mundo (recordemos el canje uruguayo de 2003, por ejemplo).

Pero en Argentina es diferente; hicieron el canje, celebraron, y ya están peor. Antes del canje, bonos como “el centenario” que se había emitido en 2017 (a 100 años de plazo), valía 40%.

Los que entraron al canje no estuvieron dispuestos a venderlos a 40 porque les parecía que eso era exagerado, y luego de la operación, cuando se supone que como pasa siempre, el precio sube, en la Argentina baja (y estos días cotizaba a 35%).

La deuda argentina tiene un rendimiento que pocos países arrojan en sus bonos estatales, ni siquiera Nigeria, Líbano, Ucrania, Venezuela…
El dólar en pesos argentinos tiene una cotización “trucha” (falsa), para un país que se ha acostumbrado a lo falso, lo maquillado, lo dibujado.

La “cotización oficial” es de $ 79,5 pero si uno compra (hay límite de 200 dólares por mes) tiene que pagar un impuesto y una retención a cuenta de impuestos, que lleva ese precio a $ 131,175, muy cerca del llamado “dólar blue” (para hacerlo en inglés y que no sea tan grosero como “en negro”).

Eso surge de la medida llamada “súper-cepo” que puso el gobierno para “unificar” el tipo de cambio legal como el clandestino.

La historia muestra por qué los argentinos no confían en su moneda. Veamos lo que pasó desde el nacimiento mismo del país.
- Primero fue el real argentino, orgullo platense para reemplazar las monedas de la corona española tras la Revolución de Mayo. En aquellos tiempos de turbulencia convivieron un tiempo ambas monedas, entre reales, soles y escudos.
 
- En el verano de 1826, surgió el “Peso Moneda Corriente” (o “peso papel”) cuyo signo era “$m/c” y también el “Peso Fuerte”, aunque ambas circulaban más en la provincia de Buenos Aires que en todo el país, porque el interior prefería moneda metálica, como el peso de plata boliviano o algunas de otros países.
 
- A fines de 1881 el Peso Oro Sellado (o$s) reemplazó al Peso Fuerte,
 
Y con aquella famosa Ley No. 1.130 llegó en aquel noviembre de 1881 el Peso Moneda Nacional (m$n), que procuraba unificar un sistema monetario que había sido confuso y enredado, por la cohabitación de diversas monedas. Ese cambio se hacía por esta regla: $m/c 25 = m$n 1.
Vayan anotando la adecuación numérica del tiempo.
 
- Otra ley sería tan famosa en los años setenta del siglo XX, que la moneda quedaría recordada con ese número, y para estar grabada a fuego los billetes llevaban esa marca.  En 1970 surgía el “Peso Ley 18.188” o más simplificado para la jerga de la calle, “el peso ley”.

 La nueva moneda, el “peso ley” equivalía a 100 pesos moneda nacional y a 2.500 pesos moneda corriente. Fue un caos el recambio de billetes: venían con dos valores, uno impreso y otro con un sello para marcar la nueva moneda.

La inflación seguía haciendo su juego y hubo que hacer billetes de “un millón de pesos ley”, por lo que al tiempo habría que comerle más “ceros” y ponerle nuevo nombre.

- En 1983 le quitarían cuatro ceros, y así nacía el “Peso Argentino” ($a).
Cada 10.000 pesos ley, daban $a 1.
Mucha inflación y hubo que repetir la historieta.
 
- El 14 de junio de 1985 se aplicó un plan antinflacionario que llevaba el nombre de la nueva moneda, el “Austral” (₳) del presidente Raúl Alfonsín y su Ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille.
Ahora se quitaban tres ceros y la relación era: ₳ 1 = $a 1.000.
La solución sería temporal y tampoco terminaría bien.
 
- La porfiada inflación obligaría al presidente de la Unión Cívica Radical a entregar el poder a su sucesor, el peronista liberal Carlos Menem, antes de fecha. Y el nuevo gobierno, con Domingo Cavallo como ministro de economía e ideólogo, crearía el Plan de Convertibilidad que implicaría poner un tipo de cambio fijo en “uno a uno”, o sea un peso igual a un dólar.

La ley aprobada en 1991 permitió que el 1º de enero de 1992 surgiera el “Peso” ($), a veces llamado “peso convertible” por la paridad con la moneda norteamericana.
Cada peso equivalía a 10 000 australes.
 
- Aquello fue una fiesta: el peso argentino era igual a un dólar. Pero como siempre, para imponer un valor que no se compadece con la realidad, el gobierno de esa época quiso mostrar fortaleza poniendo en el mercado la fuerza de sus reservas, lo que se puede hacer hasta que la caja se esté por vaciar.

En medio de recesión, inflación, caos social y caída del presidente De la Rúa, la convertibilidad llegó a su fin entre diciembre de 2001 e inicios del año siguiente. El 7 de enero de 2002 se dispuso la devaluación, con medidas de “pesificación” de cuentas bancarias y el dólar en pesos argentinos, subió, subió, subió…

Esta fue otra semana de rumores sobre posibles medidas drásticas, y nadie puede cortar la corrida de esas versiones porque la historia muestra que Argentina ha dejado de pagar deudas varias veces, ha confiscado depósitos (desde el gobierno de Arturo Illia en 1964), ha pasado ahorros de la gente de dólares a pesos; de todo ha hecho.

¿Cómo los argentinos no van a “comprar” rumores de esos, si abuelos, hijos y nietos han sufrido todo tipo de apropiaciones indebidas desde el poder gubernamental?

Nadie sabe cómo sale de ésta el gobierno de Alberto y Cristina, pero todos los porteños asumen que en algún momento de la película, habrá una hiperinflación y que el “peso argento” perderá ceros y será reemplazado por otra moneda, cuyo nombre puede ser muy creativo.

Con una economía que cae 18%, con una pobreza que es de al menos 40%, con un déficit insostenible, una inflación en olla de presión, sin crédito ni confianza, fuga de depósitos y de inversiones, desaliento y desesperanza, y falta de unidad política con responsabilidad, Argentina da pena.

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