Verdadera amenaza para el liberalismo surgirá después de Trump

No es seguro que éstos sean los últimos meses de Donald Trump en la Casa Blanca. El déficit del presidente de EEUU en las encuestas nacionales y estatales es desalentador pero recuperable. Su oponente, Joe Biden, se ha beneficiado de un perfil inconspicuo que no puede durar hasta las elecciones de noviembre. Solo hace falta una conmoción externa, una escaramuza militar, o una vacuna covid-19, para cambiar la dirección de esta contienda y no sabemos a favor de quién.

Dicho esto, no es precipitado reflexionar sobre el futuro del partido republicano después de Trump; y pensar que su amenaza al liberalismo ha sido una versión novata de lo que está por venir.

Ha quedado bastante claro que los sucesores de Trump retendrán la esencia de sus puntos de vista y que incluso los endurecerán. Una base que todavía está hipnotizada por su nativismo rechazará demasiadas desviaciones de este enfoque. Sin embargo, si surge algo nuevo, será un énfasis en la competencia gubernamental. Su ausencia ha sido la salvación de los liberales en los últimos años.

Antes de la pandemia de coronavirus, la impaciencia de Trump con los detalles y el proceso burocrático tuvo resultados benignos. Le impidió construir el muro en la frontera de México, derogar Obamacare y poner fin a la ciudadanía por derecho de nacimiento. Estos y otros proyectos requerían interés en la mecánica de la gobernanza que Trump tiene dificultades incluso para fingir. Y así, fuera de la política exterior, donde el presidente tiene una mano más libre, poco de su populismo sobrevivió el primer contacto con Washington. Con ambas cámaras del Congreso a su lado, su "golpe de estado" legislativo fue un recorte de impuestos más cercano al conservadurismo del lado de la oferta que a su variante más estatista. Los demócratas podrían incluso mirar hacia atrás y considerar a los años de Trump como un desastre evitado, más inquietante en su intención que en su legado tangible.

Es la próxima iteración del populismo lo que debería preocuparles. Los candidatos que se espera que se postulen por la candidatura republicana en 2024 comparten la inclinación de Trump, pero no sus antecedentes. Con raras excepciones (el presentador de Fox News Tucker Carlson es uno), ninguno es una celebridad o un neófito político. Son senadores estadounidenses (Tom Cotton de Arkansas y Josh Hawley de Missouri); jefe de inteligencia convertido en miembro del gabinete (Secretario de Estado Mike Pompeo); y ex gobernadores estatales (Nikki Haley, que una vez dirigió Carolina del Sur y el vicepresidente Mike Pence, congresista y gobernador de Indiana). La mayoría son más conservadores culturalmente que el presidente y todos están mejor equipados para convertir sus instintos en ley. Incluso aquellos que no emerjan como líderes del partido ayudarán a dar forma a la oposición a una Casa Blanca de Biden.

Esto, mucho más que Trump, es la pesadilla liberal: una agenda populista en manos de personas de la clase dirigente política. Mientras las figuras excéntricas fueran las que defendieran estos puntos de vista –Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska, era un ejemplo gracioso– eran más o menos contenibles. Sin la astucia para navegar por los controles y equilibrios de Washington, los populistas estarían, como parece ahora estar Trump, en el cargo pero no en el poder.

El problema comienza cuando aquellos con conocimiento institucional adoptan el mismo programa. Y ese problema se está acercando. Los senadores Cotton y Hawley, los dos representantes más jóvenes en esa cámara, constituyen la vanguardia. Si te digo que Hawley, quien desea abolir la Organización Mundial del Comercio, es el que tiene una postura más suave, entonces te darás idea del celo de estos políticos. Cotton no quiere que los jóvenes chinos estudien ciencias duras en las universidades estadounidenses (Shakespeare está bien). El mes pasado, causó un alboroto en el New York Times con una columna incendiaria sobre las protestas raciales, convirtiéndose en un héroe popular de la derecha.

Estas payasadas tal vez parezcan muy consistentes con el estilo ruidoso pero ineficaz del presidente. La diferencia es que tanto Cotton como Hawley tuvieron carreras tradicionales (las fuerzas armadas y la ley) antes de ingresar a la política profesional. Sus armas son la legislación copatrocinada y el trabajo diligente de comité, no tuits. Están inmersos en las instituciones que proponen transformar. Y éstos son quizás los candidatos menos experimentados entre los contendientes para una carrera republicana en 2024. Los liberales estadounidenses no han tenido que lidiar con la fusión de ideas populistas y experiencia e inteligencia operacionales. Parece improbable que esa suerte dure.

A medida que se debilita su mandato, Trump puede contar con algunos republicanos moderados entre sus torturadores. Grupos como Right Side y Lincoln Project están haciendo campaña por una victoria de Biden en noviembre. Las encuestas sugieren que tendrán éxito. Reclamar lo que quede del Partido Republicano, que podría perder el Senado, no sólo la Casa Blanca, es el desafío más grande. La historia podría registrar que el papel de Trump fue encaminar a su partido hacia un conjunto de ideas que podrían perdurar durante una generación. Ponerlos en práctica siempre sería un trabajo mejor realizado por figuras menos espectaculares pero más disciplinadas. Desgraciadamente para los liberales, ya existen.