Qué semanita la de Donald Trump: de resolver el tema de los rehenes en el punto más caliente del planeta, un problema que llevaba dos años, a quedar enredado con la fragilidad económica de la Argentina, un país que le suma o le resta bastante poco. De una u otra manera, el personaje demostró que es la persona con más poder de la Tierra, pero no solamente por ser presidente de los EE.UU. —lo han sido otros que resultaron menos influyentes— sino por algo de su personalidad. Como a todo millonario, populista y de derecha, no le faltan personas que lo odien, dentro y fuera de su país. También están los incondicionales que, como todos los fans, suelen ser las personas menos interesantes del planeta. Y quedamos después aquellos a quienes nos provoca cierta gracia y curiosidad, sentimientos que no excluyen el miedo y la desconfianza.
Como suele suceder, uno de los atractivos que tiene es que irrita a gente que a mí me complace que esté irritada. Los conductores de los late night shows norteamericanos —no todos—, gente presuntuosa y sobrevalorada si los hay, enloquecieron con su irrupción política. Los medios progresistas tradicionalmente más equilibrados, como The New Yorker y The New York Times, se convirtieron en pasquines tendenciosos, pero, sobre todo, monotemáticos y maníacos. Los actores de Hollywood, bueno, ni hablar de esa gente. Lo odian por demás personas que me caen mal, pero claramente eso no alcanza para redondear una buena opinión sobre su figura. El primer período de su presidencia me dejó tan intrigado y con veredicto abierto como lo estaba en el momento en que asumió.
Estuve estos días, como buena parte del mundo, pendiente de los secuestrados por Hamas el 7/10/2023. Así fue como el lunes le presté especial atención al discurso de Trump ante la Knesset, el parlamento israelí, horas después de que los 20 rehenes sobrevivientes se reencontraran con sus familias y su país. Fue la del parlamento una ceremonia muy interesante y reveladora, no solo del funcionamiento de la democracia israelí sino de la personalidad del presidente de los Estados Unidos. La actitud corporal, el tono y el contenido de su alocución podrían haber sido los que hubiera desplegado en una entrega de premios del Rotary Club. Había una cierta condescendencia en sus chistes, como pensando "Estuvo un poco aburrido, pero ahora los voy a entretener yo". Era claramente el discurso de un vendedor, pero un vendedor tan seguro de sí mismo y de su método que no da pie a dudas o a inquietudes, al menos mientras está hablando. Es uno de esos vendedores de tiempo compartido que cuando te querés dar cuenta ya estás tan comprometido con su relato que sentís que dar marcha atrás o plantear dudas es una traición.
El esquema de pensamiento de Trump
No era difícil entender según sus palabras cuál es su esquema de pensamiento y de negociación. "Los iraníes quieren sobrevivir", dijo confiado, cuando hablaba de la destrucción del programa nuclear de Irán. Y las referencias al futuro de Gaza llevaban la promesa de una inyección de dinero fenomenal (proveniente fundamentalmente de Qatar y de otros estados árabes, interesados en estabilizar la región), de convertir esa estrecha franja de desierto junto al mar en un paraíso de negocios. La idea básica, no enunciada directamente, es que los habitantes de la región van a tener mejores condiciones de vida y eso va a tranquilizar la situación. Y si no la tranquiliza y sigue la violencia, bueno, seguramente querrán sobrevivir. Plata y bala, diría alguien.
Carezco de información e inteligencia como para saber si esa idea funcionará o si estamos ante una población que privilegia otros valores por los cuales vale la pena secuestrar, torturar, morir y matar. Ni siquiera estoy juzgando moralmente la idea de Trump. Me impactó sí la confianza infinita que tiene en la prepotencia del dinero y en su poder persuasivo. No en vano sus dos negociadores, a quienes celebró en la ceremonia en la Knesset, Steve Witkoff y Jared Kushner, no tienen ningún vínculo histórico con las relaciones internacionales sino que son expertos en bienes raíces el primero y en movimientos bursátiles el segundo. De Witkoff, un hombre aparentemente cordial y de buenos modos, festejó el hecho de haberse reunido durante cinco horas con Vladimir Putin, sin tener demasiada idea de política exterior. "¿De qué hablaste durante cinco horas con Putin?", le había preguntado Trump a su amigo cuando fue el hecho. "De cosas interesantes", le contestó. No es difícil imaginar entonces la misma charla de vendedor de tiempo compartido que va ganando la confianza de su interlocutor mientras finge estar interesado en su vida.
kushner
En el Knesset, saluda Jared Kushner, su yerno, aplaude a su derecha Steve Witkoff. La señora rubia de atrás es Miriam Adelson (¡80 años!), viuda del magnate Sheldon Adelson, filántropa instalada y muy influyente en Israel largamente destacada en el discurso de Trump
Desde ya que Trump es un excelente showman: su discurso fue atrapante, claro, lleno de humor, repartiendo guiños a diestra y siniestra, de un optimismo muy contagioso y convincente. Los parlamentarios israelíes, tanto del oficialismo como de la oposición (salvo los dos representantes árabes que quisieron introducir en un cartel la palabra "genocidio") estaban encantados. Fue un evento casi reaganiano aunque Donald esté muy lejos de la gracia y el carisma de Ronald Reagan. Pero la referencia es interesante. Igualmente desdeñado por la intelligentsia de las costas, objeto de burlas y acusaciones, Reagan, inventor de una derecha más desvergonzada y ambiciosa, logró nada menos que el fin de la Guerra Fría y el brusco y definitivo desmantelamiento de su enemigo. Su logro es todavía incomparable, de la misma manera que sus chistes y anecdotario superan al de cualquier otro político showman de la actualidad.
El "inmobiliarismo" como método
El estilo espectacular, sin embargo, aunque lo emparienta con su antecesor, no es el rasgo más importante de la personalidad de Trump. Es definitivamente su formación como hombre de negocios. Como dijo Niall Ferguson en el título de su nota para The Free Press: "How Real Estate-ism Got the Deal Done in Gaza". Es decir, cómo el "inmobiliarismo" resolvió el conflicto en Gaza. Y la bajada de la nota: "Los críticos de Trump añoran la diplomacia a la antigua. Pero Jared Kushner y Steve Witkoff triunfaron donde fracasaron los profesionales de seguridad nacional de Joe Biden".
En otra nota, en ese caso del Wall Street Journal, Ferguson dice otras cosas interesantes:
La Constitución de los Estados Unidos define al presidente como el Comandante en Jefe. Es una responsabilidad solemne y extenuante. Quebró a Lyndon Johnson, volvió canoso el cabello de Barack Obama y aceleró el declive de Joe Biden hacia la senilidad. Muchos votantes finalmente emitieron su voto por el candidato que parecía el Comandante en Jefe más plausible. Yo fui uno de los muchos que tuvo dificultades para imaginar a Kamala Harris en ese papel. Digan lo que quieran sobre Donald Trump: mandar le resulta natural. No solo prospera ante las exigencias implacables del cargo. Va más allá. Este año ha surgido como el "Perturbador en Jefe". Su enfoque de "El arte de la negociación" —la oferta inicial escandalosa, seguida del regateo y las transacciones— ha producido resultados transformadores tanto en el país como en el extranjero en el transcurso de nueve meses; el acuerdo sobre Gaza de esta semana incluso logró silenciar brevemente a su legión de críticos. Pero hasta qué punto continuará la racha de éxitos de Trump depende en gran medida de cómo maneje lo que, con diferencia, es su mayor desafío: una China cada vez más asertiva, liderada por un disruptor no menos ambicioso. La Constitución de los Estados Unidos define al presidente como el Comandante en Jefe. Es una responsabilidad solemne y extenuante. Quebró a Lyndon Johnson, volvió canoso el cabello de Barack Obama y aceleró el declive de Joe Biden hacia la senilidad. Muchos votantes finalmente emitieron su voto por el candidato que parecía el Comandante en Jefe más plausible. Yo fui uno de los muchos que tuvo dificultades para imaginar a Kamala Harris en ese papel. Digan lo que quieran sobre Donald Trump: mandar le resulta natural. No solo prospera ante las exigencias implacables del cargo. Va más allá. Este año ha surgido como el "Perturbador en Jefe". Su enfoque de "El arte de la negociación" —la oferta inicial escandalosa, seguida del regateo y las transacciones— ha producido resultados transformadores tanto en el país como en el extranjero en el transcurso de nueve meses; el acuerdo sobre Gaza de esta semana incluso logró silenciar brevemente a su legión de críticos. Pero hasta qué punto continuará la racha de éxitos de Trump depende en gran medida de cómo maneje lo que, con diferencia, es su mayor desafío: una China cada vez más asertiva, liderada por un disruptor no menos ambicioso.
Creo que esa confianza en los negocios y en la plata es lo que lo diferencia de Javier Milei. Una infancia apaleada contra una niñez en donde la compra y venta de terrenos y rascacielos era el comentario de todos los días. La práctica del capitalismo contra su teoría. Hay una seguridad relajada en Trump que te lleva a pensar que quizás valga la pena comprar lo que te quiere vender. Si logra empaquetar a Putin y sacarlo de Ucrania en el plazo de un año, no solo tendrá su ansiado Premio Nobel de la Paz, sino un lugar notable en los libros de historia.