El presidente Javier Milei finalmente blanqueó lo que muchos ya sabían sobre Santiago Caputo. El asesor que, en los pasillos del poder, se sabe que tiene más injerencia que el propio jefe de gabinete. A través de un gesto de sinceridad (aunque no exento de contradicciones), el presidente admitió lo que otros preferían callar, abriendo la puerta a una conversación que hasta ahora se mantenía en las sombras.
El rol de Caputo, hasta este momento, había sido objeto de múltiples críticas. ¿Por qué no lo nombraban oficialmente? ¿Por qué la figura de Caputo seguía siendo tan vidriosa? Si bien no ocupaba un cargo formal, nadie dudaba del poder que tenía dentro del círculo íntimo del presidente. Era el tercer vértice de lo que se ha denominado el "Triángulo de Hierro", junto a Karina Milei, secretaria de presidencia, y el propio Javier Milei. La visibilidad de Caputo, incluso sin un cargo oficial, era tal que su influencia era innegable: el hombre que decide los acuerdos políticos en el Congreso, quien juega el papel de mediador y negociador detrás de las cortinas del poder. Es claro que el blanqueo de esta situación era lo más saludable para la política nacional.
Pero la pregunta que surge es: ¿realmente hacía falta que el presidente lo dijese? Mi respuesta es sí. Lo que hizo Milei, al asumir lo que hasta ahora se había ocultado, fue un paso hacia la transparencia, aunque el contexto lo haya hecho incómodo. Por fin se reconoció la responsabilidad real que Caputo que tiene, aunque no esté en el organigrama oficial. De esta forma, aunque no me guste del todo, la sinceridad es siempre mejor que seguir alimentando la mentira. No es lo ideal, claro está, pero al menos es una verdad que podemos aceptar.
El hecho de que Caputo se presentara como monotributista, trabajando bajo una figura contractual poco convencional para ese nivel del Estado, sin tener un cargo formal, para evitar responsabilidades legales, es un error de cálculo político. No hay manera de que un hombre con su poder y su influencia pueda eludir las responsabilidades legales, y si lo cree, está muy mal asesorado. Basta ver causas como Odebrecht, Cuadernos o Vialidad para encontrar que no haber firmado un solo papel no exime de responsabilidad. Si no se han firmado documentos, si se ha tratado de eludir responsabilidades formales, eso no significa que se esté a salvo de las consecuencias. En política, como en cualquier otro ámbito, las responsabilidades se asumen, y aquellos que están en el centro del poder no pueden escapar de ellas, simplemente porque no firmaron un papel. Queda, sin embargo, un interrogante: más allá de que eventualmente no pueda eludir su responsabilidad, la informalidad de Caputo en la estructura del Estado condiciona los mecanismos institucionales por los que se rige el Estado, por ejemplo en el caso de que el Congreso quisiera interpelarlo, como prevé la Constitución para los ministros y el Jefe de Gabinete.
Es cierto que la cuestión de la transparencia de Caputo se convirtió en un tema de debate que, en gran medida, fue desplazado por las estrategias políticas de la gestión. En la práctica, su influencia política sobre el presidente y la gestión de negociaciones con el Parlamento no tenía nada que ver con su estatus legal. Pero al abrir el juego, al dar ese paso de sincerarse y hablar de él en términos de poder real, Milei permitió que la gente, aunque desconforme, viera la situación con mayor claridad.
¿Es Caputo el que hace el trabajo sucio? Probablemente. ¿Es el que mueve los hilos y tiene la ascendencia suficiente para conseguir acuerdos clave en el Congreso? Sin lugar a dudas. Pero la pregunta es si, en una democracia que necesita cada vez más transparencia, este "blanqueo" es suficiente. Es un paso hacia la honestidad, pero todavía queda mucho por hacer. ¿Es este el tipo de política que realmente queremos? ¿Una política en la que la informalidad y el control por los pocos se sigue manteniendo en las sombras?
Mi postura es clara: siempre prefiero la peor de las verdades a la mejor de las mentiras. Es cierto que no me gusta del todo lo que se está mostrando, y que los errores cometidos por el presidente y su círculo cercano son difíciles de ignorar. Pero al menos hoy podemos ver las cosas con mayor claridad. A partir de este "blanqueo", las cartas están sobre la mesa, y como ciudadanos, ahora somos más conscientes de cómo se manejan las verdaderas esferas de poder. Es un paso en la dirección correcta, aunque queda claro que este gobierno sigue arrastrando desorden y falta de institucionalidad interna. De lo que no cabe duda es que, al blanquear la situación, el presidente de alguna manera está sanando un proceso que, de otra forma, hubiese permanecido en la opacidad.