Javier Milei cometió un grosero error. Quizá el más grande desde que asumió. Pero una cosa es eso y otra asegurar, sin pruebas, que es un estafador. O un chorro. Es más: mi impresión, después de entrevistarlo varias veces, es que no se hizo elegir presidente para hacerse rico. Que no es ese su propósito, o el motor de su vida. Aún así -y esto hay que decirlo, también, sin ambigüedad- todo lo que sucedió desde que subió el tuit más visto de los últimos días, debería ser investigado.
Es más: si de veras quienes lo rodean quieren ayudar a Milei, en vez de consentirlo, le deberían estar dando, en este momento, las dos noticias que jamás hubiera querido escuchar. Una mala y una buena. La mala: a partir del viernes a la noche, los mismos que se robaron varios PBI, generaron un nivel de pobreza escandaloso y pusieron sobre las espaldas de millones de argentinos una deuda que terminarán de pagar nuestros hijos y nuestros nietos, tendrán un argumento verosímil para hostigarlo. Le colgarán el cartelito de estafador, aunque no lo puedan probar. Pedirán su juicio político de manera insistente. Le recordarán el escándalo de por vida. Igual se sabe: no tienen ni la más mínima autoridad moral ni la más mínima credibilidad para levantar el dedo ni acusar a nadie.
La buena: esta “piña”, parecida a esas que te dejan al borde del knock out, le debería servir a Milei como el primer gran aprendizaje de su gestión. Debería ser tomada como la primera gran lección que debería asimilar de manera urgente. Y adoptar, ya mismo, las siguientes decisiones: No usar sus cuentas personales de X y de Instagram para cualquier cosa y cada cinco minutos. No usarlas de ninguna manera, para una acción que se pueda interpretar como favoreciendo a una organización privada o un negocio, por más interesante que este negocio parezca.
En una entrevista que pusimos en el aire de La Cornisa el primero de septiembre del año pasado, le manifestamos al presidente nuestro desacuerdo con el uso intensivo de sus redes personales. Le comentamos que, aunque aparecía diferenciada de las comunicaciones de la Oficina del Presidente, el peso de la palabra de un jefe de Estado era desproporcionado, si se lo compara con el de cualquier ciudadano de a pie. Le dijimos:
-Cuando usted tuitea o retuitea lo está haciendo un presidente, aunque sea su cuenta personal.
- Lo que hago cuando hago un RT es informando a la gente lo que piensa otra persona. Lo que pasa es que yo tengo más visibilidad. Y nosotros no tenemos trolls. Tenemos militantes.
-Militantes que a veces putean un poco demasiado.
-Es la vida. ¡Si no se bancan el formato de las redes que no usen las redes! Si te gusta el durazno, bancate la pelusa. Cuando usted hace un RT lo que está haciendo es citar usted a una persona que dice terminada cosa. Nada más.
-Pero una cita es una convalidación.
-No necesariamente. A mí lo que me interesa de todo esto es que le quede bien en claro a la basura de la política tradicional, y a los periodistas el desprecio que la gente tiene por ellos. Lo que pasa es que antes como funcionaba el monopolio del micrófono, entonces, los políticos arreglaban y transaban con los periodistas, o los periodistas extorsionaban y llegaban a un acuerdo, las cosas no se veían. Ahora como la información está disponible y la maneja cualquiera, patalean.
-Puede ser. Para mí el tema de la asimetría sigue existiendo, tratándose de un presidente.
-No. El peso de mi palabra antes y después de ser presidente es equivalente. Es más: antes no tenía plata para hacerlo. Y ahora tampoco uso la plata del Estado. Es más. ¿Usted se fijó que dice mi cuenta de twitter?
-¿La personal?
-Sí. Economista dice.
-Sí. No dice presidente. Pero también tiene la cuenta de la Oficina de la Presidencia.
-¿Y se fijó cómo se maneja la cuenta de la oficina de la Presidencia? No tiene la misma lógica.
-Bueno. Es peor. Porque tiene dos herramientas de comunicación, no una.
- ¡Pero a una yo a la mía la manejo como se me da la gana! De vuelta: ¿usted cree que yo tengo menos derecho que usted de usar mu cuenta de twitter como se me da la gana?
-No, usted tiene todo el derecho del mundo. Yo no hablo de derechos.
-Ah. ¿Entonces es (solo) un problema de preferencias?
-Sí. De opinión.
-Está bien. Ningún problema. ¿Sabe que aburrido que sería el mundo si todos fuésemos iguales?
Bien. Esta vez, la lógica de Milei para usar sus redes personales lo llevó a un aparente callejón sin salida. Decimos aparente, porque la salida política, a Milei, se la podría estar aportando, ahora mismo, una vez más, el peronismo. O para ser más precisos, Sergio Tomás Massa.
Es muy interesante el tuit de nuestro colega, Manu Jove, subido el sábado, a las 20:34: "En un día realmente muy difícil para el Gobierno, el favor mas grande se lo hizo el peronismo con el pedido de juicio político apresurado. Dicen que fue motorizado por Sergio Massa. Lejos de tener los dos tercios necesarios para avanzar, le regalaron a los libertarios un discurso y una herramienta de “ellos contra nosotros” en horas en las que estaban totalmente perdidos. Además, seamos buenos, no creo que junten muchos diputados que sepan lo que significa blockchain".
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¿Massa todavía no asimiló la derrota y se prepara, entre las sombras, para ofrecerse como una salida racional, en el caso de que el asunto se ponga peor? ¿Tiene a empresarios amigos que están detrás de la movida? Esta hipótesis es todavía mas verosímil que la sospecha de una presunta estafa en la que el presidente de la Argentina pudo haber sido utilizado.
Pero también hay que decir: además de dejar de usar sus redes personales de manera intensiva y sin la correspondiente verificación de un posible error y de sus consecuencias, Milei debería ser menos confiado. Pensar más de una vez con quiénes se junta. Evaluar, con mucho detalle, la trayectoria de quiénes se están aprovechando y se podrían seguir aprovechando de él. Para todo esto sí, debería aplicar, urgente “la guillotina”. Como también debería aplicar la “guillotina” a los funcionarios y asesores que convalidaron o no le advirtieron sobre semejante error.