El gobierno celebra que la gente repudie mediante cánticos populares al presidente de la AFA, el Chiqui Tapia. Desde el glamuroso Movistar Arena donde tocaba Andrés Calamaro hasta cualquier cancha en un partido de domingo se escuchó el "Chiqui Tapia botón" haciendo referencia al Afagate que no caprichosamente domina hace días la agenda periodística.
El enfrentamiento obligó a Javier Milei a bajarse del sorteo por los grupos del Mundial 2026 para no encontrarse cara a cara con el dueño del fútbol que hoy parece la mancha venenosa. La consecuencia concreta fue que el Presidente argentino dejó plantado a su anfitrión más codiciado, Donald Trump. Con tal de no aparecer con Tapia al que la gente "le canta" le cedió el protagonismo a la presidenta de México Claudia Sheinbaum. La copa también se va a jugar en México, es cierto. Pero el presidente del país ganador del último mundial eligió no estar ahí, aunque había comprometido su presencia. La gente canta y el gobierno corto de memoria cree que el correlato del repudio popular le da por ganada la pulseada.
Del Movistar a las urnas: cuando los cánticos engañan
No todo es lo que parece. El pasado reciente lo ilustra sin fisuras. En el mismo reducto de moda para cantantes de todas las latitudes, el Movistar Arena, poco antes de las elecciones de medio término el hit tenía como protagonista a la hermana del Presidente. "Alta coimera, Karina es alta coimera", era el cántico que más resonaba en los fans que sin solución de continuidad acudían a ver sus bandas preferidas.
El peronismo tropezó con la piedra del algoritmo. Y preso de sus propias viralizaciones pensó que la pulseada, en términos de la discusión pública, estaba ganada. Las urnas demostraron lo contrario.
El fenómeno de los jingles del canal de streaming Gelatina, que tiene como cara más visible a Pedro Rosemblat, apenas pudo superar sus propias fronteras. Se extendió tan sólo un poco más allá de su propio nicho. Esas certezas comprobables no hicieron mella en un proceso electoral en el que se jugó mucho más que una elección a cargos legislativos.
El pulso de las redes y la realidad a veces van por carriles distintos. ¿La responsabilidad institucional y las decisiones que pueden marcar, por lo menos en lo simbólico, el devenir político, pueden ser condicionadas por una percepción? ¿Un fenómeno efímero y viral basta para inclinar la balanza de la toma de decisiones?
Los ejemplos se pueden extender un poquito más allá de la historia reciente. Los 90, la década adorada y anhelada por el Gobierno puede servir de espejo. Por aquel entonces no era el Movistar Arena, era Obras. No era 2024, era 1994. Menem arrasaba, podía todo. Reforma constitucional y reelección incluidas. Sin embargo, en el templo del Rock y los estadios de fútbol sonaba siempre la misma melodía: "Menem, Menem comprate…".
No había redes sociales, nada era viral. Pero las crónicas de los diarios siempre guardaban algún párrafo de color para destacar los cánticos contra el presidente. La historia es conocida. Menem hasta 1999 y convertibilidad hasta 2001.
El algoritmo manda
A 25 años del nacimiento del menemismo el mundo cambió y la forma de reacción ante las minorías intensas, quizá también. Lo viral y lo masivo se confunden en el mundo de los algoritmos. En ese marco, Milei decide no explicar. No hay comunicado oficial respecto del desplante a Donald Trump, tampoco de su cancelación de la agenda que iba a desarrollar en Noruega hace 48 horas. Solo parece haber decisiones, sin explicaciones por lo menos oficiales.
Como decía el jurista argentino Carlos Fayt: "los hechos son sagrados, las interpretaciones son libres". Milei hace, explica poco, lo quiere y sólo ante interlocutores perfectamente seleccionados. La interpretación, en este caso, se juega en la intensidad de las redes. El algoritmo manda. Así las cosas, no parece pagar costo por lo menos en su propia pecera.
El Gobierno apela a un recurso que parece agotado, pero sigue vigente. Filtra una agenda probable, pero pocas veces la confirma. Por eso, cuando los planes cambian la respuesta fuera de micrófono siempre es la misma: "nunca confirmamos".
Por ahora, pese a las falencias de gestión que se pueden marcar a trazo grueso, nadie puede decir que el Gobierno no maneja mejor que sus antecesores la comunicación, la instalación de temas y la generación de conversación en redes. En ese caso, todo parece marchar acorde al plan.
Siempre y cuando el gobierno sea consciente de lo efímero de los cánticos. En el Movistar o en el subte el electorado vira su ira en cuestión de minutos, y la hace canción.