15 de agosto 2025 - 11:42hs

Brainrot hacktivista, ludopatía y el peor de los servicios de streaming —el de abuso online— son solo algunas de las potenciales amenazas que llegan a nuestros hijos a partir de la independencia tecnológica que les otorgamos. El incremento del uso de tecnología y pantallas en sus vidas, lastimosamente, es en parte patrocinado por nosotros, los mayores: sus padres y cuidadores.

Una sociedad des-educada con altos índices de pobreza económica y cultural, con la cómplice postura reactiva de las redes sociales y plataformas que miran displicentemente hacia un costado, a pesar de ser el canal por el que operan sin control agresores, delincuentes y culturas subterráneas.

Experimentamos como nunca antes una situación endémica que afecta a lo más valioso que tenemos, nuestros hijos, quien hubiera podido avizorar que miles de niños en horario escolar dedicarían sus recreos a apostar online utilizando dinero, si en realidad un adolescente casi es en lo único que piensa, jugar, he aquí un serio conflicto ético. Desinterés, hipocresía, simple lucro o todo eso junto, pareciera que la integridad moral, mental y física de nuestros menores no está entre las prioridades de hoy día.

El cambio de paradigma sugiere que las amenazas y hostilidades tienen, producción y alcance global penetrando en todos los estamentos de nuestra convivencia digital utilizando un celular como vector de agresión, nuestros menores duermen con su dispositivo móvil, con frecuencia el material que comercializan las bandas de pedófilos es autoproducido por menores en un entorno hogareño.

El espectro de amenazas oscila entre el acoso escolar; crisis de llanto y ansiedad en menores de 5 años en “Robar un Brainrot”, una nueva modalidad de Roblox que, al mismo tiempo, refiere que “Bombardino Crocodilo” lanza bombas sobre los niños en Gaza y Palestina, no cree en Alá y ama las bombas; pasando por técnicas de sextorsión basadas en fotos y videos reales o manipuladas artísticamente con IA; bandas organizadas que ejercen grooming en plataformas de juegos; y el impresionante crecimiento del negocio pedófilo, impulsado por la adicción a la pantalla, la ausencia de controles y el desinterés por detenerlo.

El anonimato en internet y la imposibilidad de determinar quién está detrás de la pantalla continúan funcionando como catalizadores del aumento de la exposición. La digitalidad se ha convertido en un campo activo para la industria del abuso de menores y la pedofilia, que crece sin que conozcamos su verdadera dimensión. Proliferan y se reciclan delitos de tipo sexual-digital, cada vez más efectivos y de mejor factura a partir del uso de la IA. Nuevos formatos de engaño y agresión se pronuncian en consolas de juego, redes sociales o WhatsApp: cyberbullying, cyberflashing, upskirting, etc., etc.

Pero también existen serios cuestionamientos, inquietudes y preocupaciones en relación a TikTok, vinculados a historias sobre tendencias virales peligrosas y a las consecuencias físicas y psicológicas que provocan en los menores.

La lista es interminable y la dependencia de la pantalla cada vez mayor: 1 de cada 4 niños pasa más de 6 horas por día conectado a internet. Especialmente en capas de preadolescentes y adolescentes —para quienes lo digital es como el aire que respiramos—, prácticas como el sexting son cada vez más frecuentes y normales, con consecuencias que escapan a su control.

Preadolescentes y niños acceden muy tempranamente a imágenes pornográficas, alrededor de los 9 años, estimulados por bandas de abusadores y pedófilos que operan en TikTok, quienes también naturalizan la generación de contenido para adultos en apps como OnlyFans. Lamentablemente, solo 1 de cada 10 menores se anima a denunciar situaciones incómodas en el ámbito digital. Solo aquellos que hemos sido víctimas de acoso y abuso sabemos de la necesidad de empatía que miles de niños demandan desde la soledad de sus pantallas y el silencio que los embarga al dirimir si son “las víctimas” o “los responsables y culpables”.

Las transmisiones en vivo de abuso sexual infantil y la explotación sexual infantil encuentran en la tecnología de la información y la comunicación un medio para impulsar y expandir este oscuro negocio, gracias, entre otras cosas, a la falta de regulaciones y controles, y en algunas ocasiones a la mirada desaprensiva de las plataformas y de la industria tecnológica. El acoso online no se produce a través de un proceso lineal, sino mediante un abordaje dinámico, propiciado por la motivación y la capacidad del agresor para acceder, manipular, controlar y extorsionar a la víctima.

El ciclo de la industria pedófila incluye tres procesos de negocio: producción, comercialización y distribución. Los proveedores de imágenes de abuso sexual infantil ya no se esconden en la dark web; intercambian links en redes sociales usando como puentes a WhatsApp y Telegram para contactar y “canjear” contenido. Procuran y consiguen mantener el anonimato como barrera de salvaguarda para protegerse, y lo logran, entre otras cosas, usando códigos secretos para no ser identificados.

Además de los ya típicos acrónimos en redes sociales —Club Penguin, Caldo de Pollo o Chicken Soup, entre otros— que esconden mensajes relativos a Child Pornography, han proliferado nuevos acrónimos como GNOC o CU46. Esta serie de expresiones en clave podría alertar a los padres sobre la posible existencia de acoso o riesgos para los menores. GNOC es un acrónimo sexual que se utiliza para acosar a niños y adolescentes, mientras que CU46 (See You for Sex) es utilizado, sobre todo, por otros menores para no ser descubiertos si la conversación es interceptada por una persona mayor.

Existen también códigos de identificación visual: un triángulo azul es el símbolo de los pedófilos que se identifican como Boylovers; un corazón indica interés por las niñas; y una mariposa con las alas azules y rosas significa atracción indistinta por ambos sexos. TikTok se ha establecido como un espacio privado para menores, pero peligroso. La app dificulta la verificación de edad de los usuarios —un problema que atañe a todas las redes sociales—, pero que en el caso de TikTok se agrava debido al alto porcentaje de usuarios menores a la edad reglamentaria. El perfil de víctima más buscado es el de las niñas prepúberes, de entre 11 y 15 años.

Los foros de apología a la pedofilia no exhiben material de abuso sexual explícito, pero son espacios donde se argumenta y justifica esta actividad como una orientación sexual “normal”. En realidad, funcionan como puertas de entrada a comunidades de intercambio y comercialización. Lamentablemente, los controles parentales han perdido eficiencia y el marco de control y seguridad es deficitario. Los padres deben monitorear las redes y los espacios donde los niños navegan, hablar con los menores con las palabras justas e instruirles para que NO respondan a desconocidos.

La educación y la comunicación familiar parecen ser las herramientas más sólidas y realistas a las que podemos apelar. Es mandatorio supervisar el material que consumen, mantener el diálogo y la confianza con ellos, para que, en caso de ser necesario, se animen a exponer sus temores y dolencias, aunque eso los incomode.

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