¿Disminuye el talento como escritor de
  Capote por estos nuevos hallazgos?

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Capote, el genial distorsionador

Nuevos datos descubiertos en Kansas ponen en duda varios pasajes de la célebre A sangre fría, la obra magna de Truman Capote. La cuestión se centra en un discusión sobre cuál es el criterio de verdad
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15 de febrero de 2013 a las 19:50

Cuando Mel Gibson estrenó Apocalypto, su filme sobre los mayas hablado en la lengua de esa cultura del Yucatán, al instante arreciaron las críticas de un abanico de expertos (historiadores, antropólogos, lingüistas y demás académicos), quienes acusaron al director y guionista de la película de filmar falsedades. La intención de Gibson no era hacer un documental sobre los mayas, sino contar una buena historia.

La discusión tiene su pasado y también su presente. Con Argo y Lincoln, dos películas que compiten este año por la mejor película en los Oscars, la polémica se dio porque ambas están basadas en “hechos reales”, aunque luego el contraste con la realidad dijera otra cosa.

La literatura, tanto como el cine, también ha buscado el horizonte de la objetividad, si es que esto es posible. Muchas veces, los problemas que surgen con las obras de arte y su distancia de lo real no tienen que ver con su calidad, sino con los criterios de verdad con que se presentan al público.

A sangre fría, obra escrita por Truman Capote durante seis años (entre 1959 y 1965), es uno de los íconos de un tipo de periodismo extremo, en el que las técnicas de ficción se utilizaron como cimiento para presentar los personajes de un sangriento cuádruple asesinato cometido en una granja de Kansas, en medio de la “América profunda”. Fue una obra fundamental y pionera que marcó el inicio de una escuela y un subgénero literario denominado “no ficción”.

Apenas enterado de los acontecimientos, Capote viajó al pequeño pueblito de Kansas, acompañado de su amiga, la escritora Harper Lee, y se contactó con el Kansas Bureau of Investigation (KBI). Rápidamente trabó amistad con el jefe de este departamento, Alvin Dewey, quien le abrió las puertas a la intimidad de la investigación, al diario íntimo de una de las víctimas, a testigos vergonzosos y a los propios asesinos cuando fueron capturados.

Dewey también le consiguió una libreta de conducir de Kansas e incluso lo dejó asistir a la ejecución de los culpables, en abril de 1965.

La obra, polémica y monumental, recibió muchas críticas a lo largo de los años. Algunas fueron de tenor estilístico, como los palos que le tiró Tom Wolfe en 1976, en su libro Mauve gloves & Clutter & Vine. Allí publicó un ensayo titulado Pornoviolencia, donde acusaba a Capote de regodearse con el morbo de describir de forma milimétrica los horrendos crímenes en la granja Clutter, puesto que el lector ya sabía quiénes eran los asesinos y cómo terminaba la historia.

En todo caso, puede argumentarse que es uno de los mayores méritos de Capote: la capacidad de reconstruir un espacio y el accionar de unos personajes a mucho tiempo de distancia de los hechos. La minuciosa labor de entrevistar a testigos, de llegar a tener la palabra de la gente correcta, de trabar relación con autores de la carnicería, a ganar su confianza, a lograr una apertura de mentes trastornadas y poder volcar todo eso al papel, escribirlo con una fineza digna del aplauso. El propio autor llamó a su libro “inmaculadamente fáctico”. Quizás ese toque de arrogancia típico de Capote haya provocado que a lo largo de los años varios investigadores hayan husmeado en los registros históricos para testear el grado de veracidad de Capote.

Ya en 1966, Phillip Tomkins, un periodista de Esquire que viajó a Kansas a hablar con testigos del caso, había encontrado diferencias sustanciales entre el libro y los protagonistas.

El investigador brasileño Julio Severo, obsesionado con el caso, acusó a Capote de no ser fiel al fondo de la historia: un complejo entuerto por la homosexualidad de los asesinos. La homosexualidad de Capote habría enredado más los tantos.

En 1992, una investigación del Sunday Times británico había descubierto que Capote utilizó hechos verídicos para su libro de ficción Música para camaleones.

Y en estos días el tema volvió a ser foco de una polémica. Una investigación del periodista Kevin Helliker, del The Wall Street Journal, sacó a la luz materiales de archivo del KBI que arrojan nuevas verdades sobre los hechos contados por Capote y significan un viraje en la posición de esta división policíaca, que hasta ahora había sostenido a rajatabla que la versión de Capote era válida.

Como en un nueva película, apareció una vieja caja olvidada y polvorienta, y dentro de ella, documentos fundamentales del caso. Su dueño era un tal Harold Nye, ex policía del KBI retirado que murió hace un año. El hijo de Nye los reclama como propios y los quiere publicar, mientras que el KBI los reclama como propios.

Uno de los primeros cuestionamientos de Helliker es el papel preponderante de Dewey, según Capote. “Luego de 19 días de completa confusión sobre las razones de los hechos sangrientos, cuando llega un informante a la comisaría a denunciar a los asesinos, el KBI demora cinco días en visitar esa granja y no concurrieron esa misma noche, como dice el registro de Capote”, apunta Helliker en su artículo del Wall Street Journal.

Como Capote hace 54 años, Helliker viajó hasta Kansas en busca de la verdad. Allí se entrevistó con Duane West, el fiscal que logró finalmente condenar a los asesinos. “No me sorprende esa demora”, dijo West, quien explicó que cuando el testigo apuntó a Hickcock, el comisario Dewey no creía que fueran ellos. Eso nunca se dice en A sangre fría.

Capote narra que el solitario agente Nye visitó de noche la granja de los padres de Hickock, y que estos le sirvieron café. Pero a través de los documentos su pudo constatar que esa visita, tardía en relación al testimonio del informante, se realizó al mediodía y que a Nye lo acompañaron tres agentes más del KBI.

Por supuesto que a nivel dramático y literario, la visita nocturna y el café con los ingenuos padres de un cruel asesino rinde mucho más. ¿Pero hasta dónde puede llegar la creatividad de un periodista cuando su texto no está justamente “inmaculado” con respecto a lo real? ¿Cuántos pactos implícitos está rompiendo con el lector?

En una entrevista antes de morir, en 1987, Dewey había reconocido que la escena final del entierro no había sucedido como la había contado Capote.

Los documentos de Nye también evidencian las ventajas que tuvo Capote sobre sus colegas, al tener acceso casi exclusivo a los involucrados. La investigación de Helliker llega a sacar algunos trapitos sucios al sol, como que Capote le pidió a Dewey que forzara algunos testimonios con sospechosos que de otra forma nunca hubieran hablado con él, o que le consiguió como pago y agradecimiento a la esposa de Dewey un puesto en la producción de la película que se basó en el libro y que se filmó en 1967.

Consultado por Helliker sobre sus conexiones confabuladas con Capote, el KBI prefirió no hacer comentarios sobre estos asuntos.

Un legado polémico
En dos años, A sangre fría cumplirá 50 años de vida. Y más allá de las polémicas, es opinión generalizada que el libro merece ser recordado por su enorme contribución al periodismo, incluso a pesar de sus faltas. Óscar Wilde había dicho que la realidad siempre vence a la ficción en su complejidad y su irracional capacidad de invención. En buena medida, Capote vendió gato por liebre, pero su gato el más fino pelo de angora. ¿Sus engaños son justificados? ¿Su “embellecimiento literario" es lícito? La respuesta a estas preguntas son la llave del asunto.

A sangre fría es una obra milagrosa,” opina Madelaine Blais, profesora de periodismo en la universidad de Amherst. “Posee una alquimia casi imposible de lograr. Capote transformó la realidad en un tipo de ficción”.

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