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El encanto corriente de Los ilusionistas

En su nuevo filme, Mario Jacob retrata el recorrido de una compañía de titiriteros en escuelas rurales
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18 de septiembre de 2017 a las 05:00
El uruguayo Mario Jacob, cuya carrera cinematográfica se remonta casi 50 años atrás e incluye colaboraciones con sus amigos y colegas Mario Handler y Walter Tournier, estrenó el pasado jueves su nueva película Los ilusionistas.

El documental, que se exhibe en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño, muestra el recorrido por Cachiporra Artes Escénicas –un grupo teatral de más de 40 años liderado por Javier Peraza y Ausonia Conde– por escuelas rurales de Uruguay.

Sobre el trabajo del documental, la labor del grupo –que pone en escena obras con títeres y fomenta la creación de piezas de este arte por parte de los alumnos–, el director conversó con El Observador.

En el final de Los ilusionistas un texto explica que lo visto es una experiencia que se realizó entre 2008 y 2009. ¿Por qué se demoró tanto su estreno?


Tenemos un problema con esa frase. Quizás no está bien expresada porque lo que dice es: "esta película recupera una experiencia de 2008 y 2009". Lo que hicimos fue tomar la experiencia previa y hacerla nuevamente para la película que se filmó en 2014. Ellos (Cachiporra Artes Escénicas) planteaban ir a una escuela a hacer lo que muestra la película, establecer una relación y un monitoreo a través de la maestra y regresar una segunda vez y eventualmente una tercera vez. (En 2008-2009) nunca lo pudieron hacer. Les planteamos repetirlo pero hacerlo de acuerdo a sus propósitos y objetivos originales.

Uno de los elementos interesantes en el trabajo de Cachiporra es romper la ilusión de su arte y mostrarle a los alumnos cómo se construye una obra con títeres.

Es parte de la experiencia de lo que ellos plantean. Lo que hicimos fue enfatizar ese detrás del retablo (un escenario pequeño en el que se usan los títeres). Filmar títeres durante muchos minutos es bastante cansador para un espectador. Es algo que lo tenés que vivir. No quisimos detenernos en eso porque nos pareció muy interesante y conmovedora la parte actoral y manual que los tipos despliegan en una función. Esa fue la razón con ese vaivén entre niños, función y retablo.

Los integrantes de la compañía no son presentados formalmente como uno podría esperar en un documental más clásico, con entrevistas y textos señalando su nombre y función.

Nos pareció interesante que se fueran conociendo a lo largo del transcurso del documental, por eso abrimos con un prólogo que es un ensayo de una obra, que es Prometeo (estrenada originalmente en 2006 en el Teatro Solís) y mostramos sus discusiones o un fragmento de esa representación. Es una compañía o grupo de artistas que tiene una trayectoria o solvencia como para actuar en salas como el Solís o El Galpón. Son unos artistas, profesionales, que pueden actuar en cualquier teatro pero que tienen una humildad y una coherencia del arte que ellos han abrazado y pueden hacerlo en un teatro de 500 espectadores o ir a una escuela de 14 o cuatro gurises, como muestra la película.

¿Cómo describe la experiencia de filmar en un espacio reducido como puede ser el aula de una escuela rural?

Necesitaba un equipo pequeño. Cámara, sonido, dos asistentes y yo. Era problemático meter más gente. En el momento del rodaje teníamos que darle el espacio y libertad al camarógrafo y sonidista. Ellos (Cachiporra Artes Escénicas) necesitaban el espacio para armar su parafernalia y nosotros no teníamos que movernos. Mucha gente se ha preguntado si fue filmado a dos cámaras.

Los niños tampoco parecen estar conscientes del equipo de filmación.


Hicimos viajes previos. Hablamos, conocimos a los niños. Ellos sabían que iba a pasar algo. Cuando llegan los titiriteros generan una empatía brutal. Los niños no nos dieron pelota. En todo el material filmado no hay una toma en donde un niño haga una macacada o mire a la cámara. Estaban absortos y compenetrados, primero con la función y luego cuando ellos mismos empiezan a manipular los títeres.

¿Qué experiencia previa tenía usted con el teatro de títeres?

Yo vivía en Young y una vez llegaron unos tíos de Buenos Aires. Un primo mayor de allí se le ocurrió hacer una función de títeres. Lo ayudamos a hacer los muñecos y se hizo la obra. Yo tendría 8 o 9 años.

¿Por qué cree que estos niños, que no son ajenos al mundo digital, experimentan un impacto inmediato con los títeres?

Pasa lo mismo cuando vas a una función de teatro. Hay una diferencia de participación. Se crea un clima de vivir lo que estás viendo. Si no, el teatro no seguiría existiendo. Esos niños tienen tabletas, están conectados. Pero también vislumbraron la posibilidad de que podían actuar ellos y crearon un clima bellísimo.

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