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“Calush”, el grafitero misterioso que pinta los muros de Montevideo

¿Qué hay detrás de esta costumbre cultural urbana que surgió en EEUU y ahora gana la ciudad?
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22 de marzo de 2014 a las 15:52

En el principio, fue el amor. Un día de 1967, en la ciudad de Filadelfia, Estados Unidos, un joven muchacho negro, que se hacía llamar Cornbread (“Pan de maíz”) estaba enamorado de una chica, Cynthia, que no le prestaba mucha atención. Al muchacho no se le ocurrió mejor idea que escribir con aerosol en los muros del barrio: “Cornbread loves Cynthia”.
La chica se enteró de quién era el autor, un muchacho llamado Darryl McCray. Se enamoraron y luego se separaron, pero Cornbread continuó con la costumbre de seguir firmando con su seudónimo por toda la ciudad.

Más allá de la declaración de amor, sin saberlo ese joven estaba creando una forma de expresión cultural urbana que cinco décadas después está presente en la mayor parte de las ciudades del mundo: el llamado tag. La costumbre y la moda emigró hacia Nueva York (donde se popularizó a través de “Taki 183”) y Chicago, y luego se difundió al mundo.
En el lenguaje del los grafiteros, el tag es algo más que una firma. Es la reivindicación de la identidad a través de un nombre que se apropia de un espacio urbano determinado, dentro de ese universo cultural llamado hip hop. De hecho, el grafiti es una de las cuatro patas del hip hop: el canto, a través del rap; la interpretación musical, a través de los dj; la danza, a través del breaking y la expresión visual y plástica, con los grafiti. Tan unido está esto que casi no hay grifiteros que no sean hiphoperos.

En el caso de Montevideo, son muchos los grafiteros que “taguean” sus nombres, sus seudónimos o los colectivos que integran. Uno de los más presentes en los muros, paredes, paradas de ómnibus, contenedores y otros espacios menos convencionales es Calush. Desde firmas en grandes dimensiones, como la que está en la pared de la Biblioteca Nacional, en el muro exterior del Cementerio del Buceo, o en pequeñas firmas esparcidas por diversas superficies y en los lugares menos pensados sorprenden al transeúnte o al pasajero de los vehículos de la ciudad.

Calush ha invadido la ciudad mediante un trabajo de hormiga en que noche tras noche, como un collar de cuentas, sale a estampar su firma y a adueñarse de las calles, compitiendo (y batiendo) a los nombres, los apodos y los apellidos de muchos políticos que compiten en exposición pública.

El Observador intentó contactar a este hombre, pero en el mundo de los grafiteros nada es tan sencillo como tomarse un café cara a cara frente a cualquier otro entrevistado.
A los grafiteros no les gusta dar la cara. Su actividad se parece un poco a la clandestinidad y de hecho lo que hacen es considerado por la ley como falta (ver recuadro). Su carácter, en principio contracultural, los hace manejar un anonimato que se ha hecho más notorio con personajes como el inglés Banksy, que a esta altura generan un ruido en los medios tan importante como el de cualquier otro artista convencional.

Acercamiento

Si uno quiere hablar con un grafitero, dueño este de cierta notoriedad o no, el primer paso es conseguir un conocido del ambiente que puede servir de nexo.

En diciembre de 2013, un festival de hip hop montevideano llamado El Quinto Elelmento premió a varios grafiteros locales, entre ellos a Calush.

En la página oficial del festival hay una dirección de contacto, un tal Reynol Cuevas. Tras escribirle a Reynol con la intención de entrevistar a Calush, respondió: “Como puedes imaginar por la naturaleza de su ‘obra’ (las comillas son de él) llegar a Calush es complicado y entregar sus datos o comprometerlo sin su consentimiento sería imprudente”.

Quizá la mejor forma de acercamiento era una entrevista a través del correo electrónico. Reynol Cuevas derivó a Chili, responsable y conductor de El Quinto Elemento, un sitio web (elquintoelementohiphop.com.uy) que realiza un podcast y que ayuda a difundir esta cultura en Uruguay.

Chili explicó que lo que hace Calush se llama “bombing” o sus firmas se consideran “bombas”. Para Chili, el mensaje de cada bomba depende de cada persona. Cuando surgió el estilo, en la Nueva York de la década de 1970, “reflejaba la alienación y la gente marginada que sentía la necesidad de decir ‘acá estoy, soy parte de esta ciudad’”, dice Chili. “Luego se volvió una toma del espacio público, para embellecer la ciudad”, agregó.
Chili conoce a Calush. A través de él, El Observador le mandó un cuestionario de 10 preguntas que se negó a contestar.

Dentro de un esquema ambiguo de me-muestro/no-me muestro de Calush, quien no dice su nombre en la cédula pero escribe enormes firmas a lo largo de 18 de Julio, hay un video en el sitio web YouTube, subido por una cuenta llamada “Rogelio Lago Calush”, donde se ve entre sombras a un grafitero aplicando spray en una pared de Montevideo, cerca de un muro pintado del Frente Amplio.

De todos modos, Chili lo entrevistó en uno de sus podcasts en noviembre de 2012 y allí aparecen testimonios de este grafitero en las sombras, que integra la crew o grupo RSK (Real Sick Kids).

Allí, Calush confesó que “el bicho le picó” en primero de liceo, cuando un amigo brasileño le enseñó un par de sprays. Calush dijo que eligió “el aerosol porque es la forma más rápida de dejar tu huella”. Dice que siempre admiró a RSK, que fue su “fuente de inspiración”.
“El grafiti te da las mejores amistades, gracias al graf aumenté mi familia. El grafiti empezó como vandal y va a seguir siendo vandal. Es una forma de rebelión y de protesta”, dijo Calush a Chili en su podcast.

Cuando le contó a Chili cómo es su día, dijo que se junta con su crew a bocetar, a fumar “unos churros” de marihuana para buscar inspiración y que le dan mucha importancia a la improvisación.

Pero, como en muchas actividades artísticas, Uruguay tiene un techo para quienes quieren desarrollarse. “Montevideo abre y cierra puertas. Es muy chico. Mi objetivo es viajar por el mundo dejando mi huella y no conformarme con taguear 18 de Julio y creerme que ando bien por taguear 18 de Julio. Eso no es nada. No te da derecho a ser respetado”, agregó.
Acusó a la “mentalidad uruguaya y al conformismo”, que también está presente en el mundo de los grafiteros.

Reconoció que el grafiti consume tiempo y dinero, y que también existe la presión de la familia y lo provinciano en una ciudad donde es fácil conocerse. “(Los familiares) Te empiezan a bardear, porque no les gusta. Te dicen: ‘tengo un conocido al que le rayaste la casa’”, dijo Calush.

De todos modos, por ahora, con 20 y pocos años, Calush vive en Montevideo y debe adaptarse a la ciudad de la manera más armónica posible.

En la Sala Zitarrosa, Calush recibió el premio a mejor bomba del festival El Quinto Elemento. A pesar de existir el premio y un reconocimento crítico, la gente del ambiente hiphopero local se queja de la legislación. “Esto es la aldea de Astérix. Los que hicieron la ley no tuvieron asesores de arte. En el mundo están apoyando el arte urbano, con eventos y convenciones. Ya es una profesión más que aceptada, con subvenciones por parte de empresas. Acá el grafitero se tiene que enfrentar a leyes incomprensibles”, arguyó Chili.

En todo caso, lo que está pendiente es un verdadero debate sobre el uso del espacio público y su definición. Mientras este debate llega a la aldea, los grafiteros como Calush siguen estampando su firma.

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