"Dejar los trabajos actuales obsoletos, no es lo mismo que dejar a los trabajadores obsoletos"

El tecnólogo argentino habló de las trampas tecnológicas, el aceptar la actual realidad laboral y cómo prepararse para la transformación

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08 de septiembre de 2019 a las 05:00

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El argentino Santiago Bilinkis es tecnólogo, estudió economía pero también le gustan las ciencias sociales. Se puso una prueba de fuego cuando a los 11 años cuando se dispuso a entrar al Colegio Nacional de Buenos Aires, eso moldeó su carácter.  

Bilinkis pertenece a Mensa -una organización fundada en 1984 que nuclea a las personas con alto coeficiente intelectual- pero no le gusta hablar de ello. Cree que genera un preconcepto en la gente, más allá de asegurar haber aceptado su “nerditud”. 

Es un referente en materia de tecnología y ya tiene dos libros, Pasaje al futuro y Guía para sobrevivir al futuro. En este último habla de algunos factores de la vida humana que se relacionan con la tecnología pero pone el foco en el futuro del trabajo, cómo se debe estar preparado y qué oportunidades hay. Bilinkis estuvo hace pocos en Montevideo para participar de una charla sobre la actitud emprendedora que se tuvo lugar en el IEEM el pasado jueves. 

En entrevista con El Observador habló de su formación, del emprendimiento que lo marcó a los 25 años y cómo ve el ámbito laboral en el corto plazo.  

¿Estamos muy desorientados en materia de tecnología?

Sí, y por dos razones. La primera es que a casi todos el árbol nos tapa el bosque y el hecho de andar mandando todo el día mensajes de WhatsApp nos hace sentir que somos todos tecnológicos, cuando en realidad entender los efectos tecnológicos requiere de un proceso mucho más complejo. Y eso es, desde mi lugar, lo que trato de explicar de manera muy simple pero contando el lado trascendente del cambio.  

La otra razón es que estamos atrapados y estamos atrapados porque alguien nos atrapó. Nos tendieron una trampa. Tenés un grupo grande de compañías que habiendo entendido de manera muy clara cómo funciona nuestra mente, sabe diseñar las plataformas que usamos para producir un efecto totalmente cautivante. Entonces, vos ves que sale una temporada nueva de La Casa de Papel y tenés gente que se queda el fin de semana entero encerrado. O cuando ves que en una cena hay una pareja comiendo tranquilamente y los dos chicos, muy chicos, están completamente anulados con sus teléfonos. Entonces, todas esas luces amarillas son producto de una intención, no son casuales y no están buenas. En mi segundo libro, tengo una mirada más cauta de este cambio tecnológico. No podemos ser ingenuos ante esto porque la tecnología, como funciona hoy, es un gigantesco mecanismo de manipulación de masas. Hoy estamos haciendo todos lo que les conviene a Facebook, Netflix, Instagram y no lo que nos conviene a nosotros.  

En el libro yo no hago un manifiesto en contra de la tecnología, pero sí intento mostrar cuáles son las trampas y después cada cual decide si pisarlas o no. 

Estamos atrapados y estamos atrapados porque alguien nos atrapó. Nos tendieron una trampa.

A nivel regional, ¿las personas son conscientes de cómo va a impactar la tecnología en la vida de los trabajadores?

En el libro, la segunda mitad, es cómo esto está afectando el mundo del trabajo y cómo esto va a dejar a una proporción muy grande de los trabajos actuales obsoletos. Dejar los trabajos actuales obsoletos, no es lo mismo que dejar a los trabajadores obsoletos y eso dependerá de los trabajadores. Si tu trabajo está camino a desaparecer y el proceso no es inmediato, tenés un tiempo que requiere un diagnóstico de tu parte de cuáles van a ser los trabajos más demandados en el futuro y cuál es la brecha entre tus capacidades actuales y las capacidades que hacen falta para ese trabajo del futuro. Eso es lo que trato de hacer desde el libro. Además, tiene una guía para que los adultos puedan aprender online y cerrar esa brecha.  

Pero ¿hay consciencia al respecto?

Creo que estamos empezando a ser conscientes. El año pasado, en el G20, me invitaron a dar una charla en el L20 donde están los ministros de Trabajo de las grandes potencias a nivel mundial, entonces saqué dos conclusiones: todos tienen el tema finalmente en agenda pero ninguno sabe bien qué es lo que tiene que hacer. Ni siquiera en el mundo más sofisticado.     

¿Y transformar la educación?

Es un desafío colosal. Requiere de 30 años de políticas consistentes y sistemáticas. En países como los nuestros que constantemente vienen partidos distintos y cambiar de gobierno implica, muchas veces, un giro de 180 grados es poco imaginable. Pero es el desafío que tenemos. 

¿Hay gente que va a perder?

Todo cambio genera ganadores y perdedores. Lo que tenemos en esta ocasión es que el cambio es anunciado. Tenés tiempo de decidir de qué lado querés quedar. Pero el problema es que esa decisión implica un esfuerzo grande ahora y a nadie le gusta cambiar. Si vos venís trabajando como cobrador de peaje y te digo, “ahora no vas a cobrar más peajes, vas a tener que usar un drone y filmar en realidad aumentada”, la persona puede ponerse a hacerlo, puede no querer saber nada y hacer un paro y romper todo o -en un escenario intermedio- puede querer hacer el cambio pero no poder hacerlo. Entonces, nos encontramos que adquirir habilidades nuevas se le vuelve muy difícil por distintos factores que pueden ser, por ejemplo, la edad. La reconversión de por sí es un proceso muy traumático, que mucha gente quiere hacer pero no puede y otra que, directamente, no quiere. Y cómo manejar eso como sociedad va a ser uno de los desafíos más grandes. 

¿Las clases medias y altas tienen más ventaja?

Tienen un resto pero tampoco tanto. No siempre la capacidad de cambiar va de la mano de la formación que adquiriste. En algún sentido, dejar de trabajar para algunas personas es dejar de ser quienen son. Yo diría que, en una de esas, las clases más bajas quizá hasta se entusiasmen más con las perspectivas de mejora. Vuelvo al ejemplo del peaje. Esa persona odia su trabajo pero no quiere que la saquen de ahí porque está convencido de que nadie más se va preocupar por él o por ella y que nunca más va a conseguir un trabajo. Entonces, si pudiéramos hacer entender que le podemos dar un trabajo mejor, agarran todos. 

Pero se necesita un camino de preparación.

Para eso necesitamos un acuerdo social que se tome en serio la situación de los más vulnerables. El funcionario que toma la decisión de automatizar el sistema de peajes, no está pensando qué va a pasar con la gente que está laburando ahí. Necesitamos una mirada más sistémica, donde está todo bien con la licitación pero con esta gente ¿qué vamos a hacer? ¿Tienen las habilidades para un trabajo nuevo? ¿Cómo los puede adquirir? Y eso normalmente no pasa. Es en la planificación de esos cambios que podemos hacer que funcione.        

Usted fue fundador de Officenet, una empresa que vendía productos de papelería, ¿qué tanto lo marcó y cuánto pesó esa compañía para tomar decisiones en lo que después vino?

Comenzamos Officenet con 25 años sin ninguna experiencia. Ninguna experiencia de nada. No solo de la industria en específico, sino también de manejar gente. No sabíamos hacer nada. Pero tuvimos una gran virtud y no es que no nos equivocamos pero nunca cometimos el error dos veces. Cada vez que nos equivocabamos, tratábamos de entender qué hicimos mal y arreglar el problema de manera sostenida para nunca más cometerlo. Y así fuimos, por ensayo y error, construyendo una organización muy robusta. Con una calidad de servicio muy sofisticada para el mundo de hace 20 años y que creció muy por encima de lo que podíamos haber soñado. 

El gran golpe de suerte fue haber ido a Brasil. Y le digo golpe de suerte porque hace 25 años nadie sabía qué era Brasil. Para nosotros, los argentinos, era un lugar al que íbamos a la playa cuando no íbamos a Punta del Este, pero a los 25 años no teníamos una noción del tamaño descomunal de ese país y de la enorme diferencia cultural que tenemos los argentinos y brasileños. Pero bueno, sobrevivimos a esa experiencia en Brasil y se convirtió por lejos en nuestra operación más grande. 

Hoy en día usted se encuentra alejado de los negocios y está metido más en los medios de comunicación y publicando libros, ¿a qué se debe ese vuelco?

De chiquito siempre quería científico e inventor y terminar siendo emprendedor y dedicandome a los negocios fue una fase momentánea de mi vida. No es que lo haya abandonado o que lo vaya a hacer. Así como hay gente que los emprendimientos los llena, a mí no. A mí no me dejaba lleno y había algo de esa idea infantil que siempre estaba adentro mío pidiendo que le haga un lugar.

Cuando terminé con Officenet, me surgió una oportunidad increíble gracias a un amigo uruguayo y conocí Singularity University y me transformó la vida. Volví siendo otra persona. Si bien seguía siendo emprendedor, y todos me conocían por eso, descubrí que ya no podía ser científico y tampoco inventor porque no sé si tengo el talento. Pero podía convertirme en divulgador de tecnología. Y a partir de ese momento tengo dos vidas cuyo objeto común es la tecnología pero cuando estoy en cabeza emprendedora, la mirada del emprendedor es cortoplacista, siempre apagando incendios, pensando en cómo se puede aprovechar tal o cual tecnología de la mejor manera. 

Cuando estoy en la mirada de tecnólogo, trato de entenderla, los procesos son mucho más profundos. Además, las audiencias son muy diferentes porque cuando le hablás a audiencias masivas, tenés que tratar de hacer lo difícil, fácil.  Y me encantan las dos cosas. 

En una entrevista de este año al programa “Hora 25” de Jorge Lanata dijo que tener un coeficiente intelectual alto, muchas veces, no se relaciona con algo positivo para la sociedad, ¿cómo es vivir con ello?

A mí me sorprendió que Lanata fuera a querer hablar de eso porque me parece que genera en la gente un preconcepto de una persona soberbia y arrogante y no me gusta ese lugar. Yo nunca había hablado de eso en las entrevistas pero tampoco reniego. Pero lo que yo traté de explicar es que no es un dato muy relevante por lo menos en cuanto a cómo se mide inteligencia en los tests. 

Yo soy muy bueno resolviendo problemas de lógica en un papel pero nada de lo que hice en la vida requiere esa habilidad.  No conquisté chicas con eso, no conseguí laburo con eso, no resolví los quilombos operativos de Officenet con eso, no conseguí capital para mis emprendimientos con eso, no escribo mis libros con eso, entonces no es un obstáculo ni una gran herramienta. Usé en ese momento un ejemplo de que la inteligencia es como la computadora de abordo que tienen algunos autos, podés tener la mejor computadora de abordo pero si no tenés ruedas, volante y motor no vas a ningún lado. Y eso vendría a ser la capacidad de laburo, la disciplina de hacer lo que tenés que hacer y la capacidad de relacionarte con otros. Interactuando con gente de gran coeficiente, me decían que esto se convierte en un problema cuando perdés la capacidad de empatía o si ese exceso de habilidad, te aísla del resto de las personas. Ahí estás frito. 

¿Se sintió estigmatizado?

Sí, pero no por inteligente, por nerd. Este es un mundo que, ridículamente, si vas a cualquier reunión y decís que te interesa la física o la astronomía, la gente se quiere ir a charlar con otra persona. Ahora ya soy grande, me río y vivo con orgullo mi nerditud. 

Usted dijo que la experiencia de haber estudiado en el Colegio Nacional de Buenos Aires “lo marcó” ¿por qué?

Básicamente por dos cosas, la principal es que entrar es tremendamente difícil. Yo a los 11 años decidí exponerme a algo brutalmente difícil por voluntad propia. Y creo que eso templó mi carácter. Dije, “yo quiero esto y me voy romperme el alma para conseguirlo un año entero” y después quedé afuera. Perdí por un punto pero tuve la suerte de que alguien no se presentó, entonces bajaron un punto y pude ingresar. Viví la decisión de romperme el alma a los 11 años, viví la frustración de que todo haya  fracaso y después tuve el premio de haber entrado. La otra razón, es que estudié en el mejor colegio de Argentina. Creo que por todo eso, por todas las aristas que fueron pasando, soy la persona que soy hoy. Después el último efecto fue que cuando entré a la universidad me resultó tremendamente más fácil que a mis compañeros.    

Siempre estuvo vinculado, de alguna manera, a la tecnología pero ¿por qué estudió economía?

A mí me gustaba mucho la matemática y las ciencias sociales. La economía me pareció que iba a tener algo de humanidades y bastante de matemáticas y medio que me equivoqué y por eso después me puse a escribir.  

¿Tiene la clave del éxito?

Creo que el éxito como la felicidad no es un estado permanente. La última parte de mi libro es sobre la felicidad y trata de contar qué aprendió la ciencia sobre qué nos causa felicidad. Y una de las conclusiones es que nos habituamos a todo, entonces la felicidad y el éxito es momentáneo porque lo mismo que te hizo sentir feliz y exitoso la semana pasada, se volvió tu nueva realidad y no te produce la misma sensación. 

Creo que tengo mis momentos de felicidad y de logros -logro me gusta más que éxito- y montones de momentos que no. También he tenido en los últimos años fracasos muy grandes y a pesar de tener proyectos exitosos en mi haber, cuando te toca fracasar duele como el primer día. No hay antídoto para el dolor del fracaso cuando te toca.     

 

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