AFP

“Loca, orgásmica, desesperada por el poder y yegua”

¿Hay una división entre uruguayos tal, como para replicar la imagen de una fisura profunda en la sociedad, semejante a la rivalidad irreconciliable que hay del otro lado del Plata?

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30 de octubre de 2020 a las 21:26

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Los cargos de confianza política no tienen fecha de vencimiento como un contrato profesional: caducan cuando se pierde la esencia de su relacionamiento: la confianza. El curioso episodio del cese de Erode Ruiz como Jefe de Policía de Montevideo llevó otra vez a extrapolar el concepto que los argentinos utilizan para ilustrar una rivalidad irreconciliable, de una sociedad sin puentes entre bandos.

Ni le quiero nombrar, pero sí, es esa cosa de “la grieta”, una expresión que muestra lo peor de un país enfermo de enfrentamiento irracional, que retroalimenta odio y conspira contra las posibilidades de mejora del país.

Algunos actores políticos y algunos analistas, persisten en utilizar una figura que es propia de otra sociedad, como ya ocurrió con otras expresiones. Hay una inclinación provincial de los que se tientan con mirar lo que pasa en Argentina y trasladar eso como si fueran definiciones técnicas.

Cuando en 2001 el gobierno argentino dispuso la imposibilidad de retirar depósitos bancarios, un creativo porteño lanzó la imagen de “corralito” y al año siguiente muchos lo usaban en Uruguay, aunque las disposiciones no fueran de la misma característica.

Al dólar del mercado negro los argentinos lo comenzaron a llamar “dólar blue” hace unos años, porque la forma de operar el tipo de cambio lo hacían triangulando dinero de compra de acciones conocidas como “las blue chips”. Algunos quieren tomar esa expresión de “azul” para aplicar a lo “negro”, como si los creativos argentos fueran académicos de la RAE y fijaran el vocabulario a utilizar.

Con “grieta” el asunto es más complejo, porque ya no se trata de una simpática figura sino de una expresión que en sí misma retroalimenta odios.

Una cosa es tener un sistema político con dos bloques antagónicos y otra muy distinta es asimilar la idea de dos islas con puentes cortados.

El Uruguay no es la Argentina. La renuncia conjunta al Senado de dos expresidentes con vidas antagónicas no fue una anécdota, ni una puesta en escena caprichosa, sino que refleja un modo de entender la política, con altura ciudadana y convivencia republicana. Es así la historia de encuentros y desencuentros, y es eso lo que se contrapone a la imagen de una grieta, porque la figura argentina se refiere a desencuentros sin chance de encuentros. Ahí radica la diferencia: no es que en Uruguay no haya choques ásperos y fuertes, sino que eso alterna con la calma racional para lograr acuerdos.

 

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La famosa palabrita es un vocablo que viene del castellano antiguo (crieta) y tiene raíz en el latín, por “crepta” y “crepare” que remite a la idea de fractura con ruido. Ruido.

Fue el creativo periodista Jorge Lanata quien lo dijo por primera vez, para graficar lo que percibía del sistema político, abroquelado en bandos incomunicados entre sí, como una especie de Capuletos y Montescos que no podían admitir algún tipo de vínculo afectivo entre esas familias.

Curiosamente, Lanata había usado “la grieta” como título para una columna de opinión que publicó el 16 de abril de 1989, sobre el revisionismo de las dictaduras rioplatenses.

Fue en el diario “Página 12”, por el referéndum de ese día en Uruguay, sobre la Ley de Caducidad (voto amarillo y voto verde) y con la idea de que Uruguay no repitiera la “grieta” argentina.

Tiempo después, con un revival entre peronistas y antiperonistas, entre “K” y “anti K”,  Lanata apeló a la figura de la grieta para graficar el agravamiento de choque político y social.

El disparador fue la “Resolución 125” del Ministerio de Economía y Producción (10-3-2008) sobre impuesto móvil (retenciones) a la exportación de soja y otros granos, que generó rechazo de productores y se sumó a un descontento social y enfrentamiento.

A partir de ahí, los bandos argentinos se distanciaron más y creció la rivalidad, el rencor y el odio.

El Uruguay tiene un sistema de dos coaliciones que defienden ideas distintas y son adversarios que se alternan en el poder, pero no tiene nada que ver con el hedor inmundo de una sociedad agrietada.

 

***

Tras la caída del Jefe de Policía de Montevideo, el principal referente político del Frente Amplio en materia de seguridad, dijo que la decisión de Larrañaga dejaba una “zanja abierta en la institucionalidad”.

La apelación de Gustavo Leal a esa imagen de grieta contrasta con la realidad.

Ruiz se reunió con Leal, que no es “cualquier ciudadano”, y para el ministro del Interior ahí perdió la confianza en el jefe policial.

El vínculo se rompió en ese mismo instante: aunque Larrañaga hubiera preferido mantenerlo un tiempo más en el cargo, la confianza se había quebrado y ese puesto se sostiene en eso.

Larrañaga ha tolerado provocaciones, traiciones partidarias, ironías ácidas, y siempre se ha mostrado como un hombre de diálogo, como lo es la amplísima mayoría de los dirigentes partidarios de este país.

Su decisión de echar a Ruiz puede ser discutible, pero eso no implica destruir caminos de diálogo, sino advertir sobre reglas mínimas para mantenimiento de confianza. Habrá estado bien o mal, pero no es ni zanja, ni grieta.

La Argentina es otra cosa.

En su libro “Sinceramente”, Cristina Fernández de Kirchner se queja del trato recibido por sus rivales: “Me llamaron loca, histérica, orgásmica, desesperada por el poder (…) para los opositores fui la yegua”. Los insultos han sido cruzados de ambos lados, y cuando un vituperio reemplaza a un argumento, adiós diálogo.

La grieta argentina no se mide por el volumen de los insultos sino por la distancia irreconciliable de bandos que se sienten enemigos y no adversarios. Así, no hay paz nunca. Mucho menos progreso.

Uruguay no tiene “grieta” pero si se la invoca tanto, con una frivolidad que desprecia la comparación de una y otra sociedad, se corre el riesgo de aproximarse a una división insana.

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