Diego Battiste

"Solo soy Beto": La historia del obispo músico, fanático del cine y de silencios profundos

El younguense Heriberto Bodeant asumió como nuevo obispo de Canelones, luego de más de once años en la diócesis de Melo y seis en Salto

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01 de mayo de 2021 a las 05:02

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Por Gonzalo Martínez

Cada vez que los obispos uruguayos se reúnen, Heriberto Bodeant lleva películas para mirar. El catálogo para el rato de ocio es bien variado: drama, fantasía, acción, comedia. El género es lo de menos.

El cura, que fue designado por el papa Francisco en marzo como obispo de Canelones y asumió ese cargo el 19 de abril, dice que en un filme valora “los momentos donde los personajes toman decisiones importantes”. Su caballito de batalla es Ni uno menos, una película china que le recuerda a sus tiempos como maestro del interior.

“Le gusta el buen cine”, cuenta Pablo Galimberti, el obispo emérito de Salto que cada vez que se cruza con Bodeant le pide una recomendación como si fuera crítico de cine en vez de cura. “Él le hace propaganda (a las películas), pero si no le preguntás se queda callado”, asegura.

Beto —así lo llaman sus amigos— no es de hacer ruido. Quienes lo conocen lo definen como mesurado, austero y de silencios profundos. “Es un poco tímido”, dice Álvaro Márquez, el ecónomo de la diócesis de Melo de la que Bodeant fue obispo durante más de once años.

“Le cuesta mucho ir al encuentro de la gente porque es muy respetuoso”, agrega Walter Aguirre ("Nacho"), un sacerdote arachán que se hizo amigo del obispo a su llegada a Cerro Largo en 2009.

En el escritorio de su nuevo despacho, con un crucifijo y su escudo episcopal enmarcado detrás, Beto, que preside la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal, cuenta a El Observador que recibe su flamante misión en la iglesia canaria con “gratitud, disponibilidad y expectativa”, aunque reconoce que extrañará Melo porque allí ha “echado raíz”.

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Bodeant en su nuevo despacho en Canelones. Detrás, un crucifijo y su escudo episcopal.

En su antigua tierra cerca de la frontera lo pintan como alguien metódico, medido y muy observador. Por su parte, el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, agrega: “Es un hombre sereno con un corazón de pastor”. “Siempre piensa dos veces antes de hablar”, asegura.

Además, “es un gran músico”, apunta el cardenal. En sus recorridas por el interior, Bodeant anima las misas con el canto y la guitarra. Su talento musical “lo ayuda muchísimo” con la gente, cuenta el padre Aguirre, respecto a la versión del obispo cantante.

Él, sin embargo, evita definirse a sí mismo, y cuándo se le pregunta quién es, responde: “Solo soy Beto”.

Entre la pizarra y el altar

“Vengo de todas partes”, dice Bodeant en alusión, precisamente, a la música y una vieja canción. Pero, en realidad, se refiere a la cantidad de lugares en los que ha vivido: Río Negro, Salto, Montevideo, Paysandú, Cerro Largo y, durante un tiempo, Francia. Sin embargo, al recordar su origen, enseguida habla de Young.

Nació en esa pequeña ciudad ubicada en la intersección de las rutas nacionales 3 y 25, a 79 kilómetros de Fray Bentos, en un hogar arraigado en el litoral, pero con raíces europeas. Su padre era nieto de un inmigrante francés, y su madre, española, se mudó al Uruguay cuando tenía 12 años.

En su casa, Dios era una figura presente. “De niño iba siempre a misa”, cuenta. Su compañero de escuela y liceo, Alfredo Nieves, confirma que “era muy de la religión”. Pero él no pensaba en ser cura. Al menos, no por ese entonces.

En clase se destacaba. “El resto remábamos, pero a él le iba bien en todas las materias”, dice Nieves. Le gustaba el fútbol y disfrutaba especialmente de los “picaditos” en un parque luego del liceo, aunque dicen que no era un gran jugador.

De más grande fue mamando de su madre, nurse de profesión y profesora de biología por opción, el deseo de trabajar con tizas y pizarras. “A ella la recuerdo siempre buscando la mejor forma de explicar”, asegura Bodeant. Y agrega: “educar fue mi primera vocación”.

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Comenzó magisterio en Paysandú cuando todavía era un adolescente y se recibió con 19 años, en 1974, en medio de tiempos difíciles para el Uruguay.

El país transitaba por los primeros meses luego del golpe de Estado de 1973 y “el clima era" de estar "todos bajo vigilancia”, recuerda el obispo. Además, comenta que en plena dictadura “no sabías cómo el otro se podía tomar lo que decías”. Esa realidad, efervescente y turbulenta, lo ayudó a encontrar algo distinto en la parroquia a la que siempre había asistido: sentía "un espacio de libertad”, recuerda. “Ahí se nos abría un horizonte que nos permitía soñar”.

Su vocación religiosa se fue decantando de ahí en más de forma espontánea y silenciosa. Pero un día, una pregunta de su párroco catalizó todo: “¿Alguna vez pensaste en ser sacerdote?”. Entró al seminario interdiocesano “Cristo Rey” en 1980 con 25 años. “Fue una vocación tardía”, comenta, entre risas, Galimberti, uno de sus formadores.

Con esa decisión, Bodeant dejó atrás su efectividad como maestro y, también, la posibilidad de salir con una muchacha que lo había “impresionado mucho”, recuerda. “No se hace una elección si uno no tiene para elegir”, le dijeron. “Y yo elegí”, asegura.

De sus años en las aulas guarda recuerdos y aprendizajes, pero, sobre todo, “la perspectiva" de enseñar. Cuando explica algo le suelen decir que se nota que es maestro.

Galimberti destaca la formación seminarista de aquel muchacho silencioso que siempre estaba atento a hacer aportes sobre su tierra y que conservaba, además, algo de su niñez. “Era muy buen estudiante”, recuerda.

El pocito y la ilusión

El 27 de setiembre es una fecha importante para Bodeant. Ese día de 1986 fue ordenado sacerdote en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús de su pago natal. Y unos 17 años más tarde, en la catedral de Salto, “Beto” se convirtió en “monseñor” al asumir como obispo auxiliar de esa diócesis. Era el año 2003.

Desde hacía unos meses sabía que podía ocupar ese lugar porque un cura se lo había comentado, aunque, en teoría, esa información era confidencial. “Fue un cimbronazo”, recuerda. Luego del susto, sin embargo, se ilusionó. Pero el entonces obispo, el jesuita Daniel Gil, le dijo que en Roma “todo estaba muy trancado” y que no habría ningún nombramiento nuevo para la diócesis.

En ese momento se dijo a sí mismo: “Ahora hago un pocito y entierro mi ilusión. Voy a ser cura el resto de mi vida y voy a intentar ser cada día mejor”. Quince días después le comunicaron la designación de Roma. “Cuando renuncié a embalarme, llegó”, recuerda.

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Bodeant fue nombrado obispo en 2003 por el papa Juan Pablo II.

De sus primeros meses en el episcopado atesora las recorridas por la campaña y un encuentro en el Vaticano con el papa Juan Pablo II, al que había visto de lejos en sus dos visitas a Uruguay en 1987 y 1988. "Estaba muy viejito y limitado, pero su mirada transmitía una gran intensidad y presencia", recuerda.

En 2006, el hasta entonces obispo de San José, Galimberti, fue designado titular de Salto en sustitución de monseñor Gil y se reencontró con su viejo alumno, ahora, como compañero de casa y de misión. “Fue un buen y leal colaborador”, asegura, y agrega: “Me ayudó mucho con su buen sentido de ubicación y su prudencia”.

“El Monse”

El cura generalmente convive con la posibilidad de marcharse a otro lugar, pero eso no hace que las despedidas sean sencillas. Cuando Bodeant fue nombrado obispo de Melo en 2009 por el papa Benedicto XVI sintió que era un nuevo comienzo.

Marchó. Y atrás quedó la tierra y la diócesis en la que había nacido su vocación religiosa (la diócesis de Salto abarca a Río Negro, Paysandú y Artigas). Hoy sigue diciendo que asume las mudanzas, más allá de su obediencia, como un llamado de Dios. “Me enseñaron a estar siempre disponible”, confiesa.

Vivió momentos gratos y de los otros. De las buenas puede contar que conoció, como responsable diocesano, tanto a Benedicto XVI como a Francisco, en el marco de las visitas Ad limina donde los obispos se reúnen con el Sumo Pontífice para comentarles sobre las distintas realidades locales. "En esos momentos, el papa me da una gran compasión porque muchos le dice cosas que colocan más peso sobre sus hombros, así que yo solo trato de ser afable", dice.

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Bodeant en la Catedral donde tomó posesión el pasado 19 de abril.

Pero también atravesó situaciones más dolorosas. “El primer tiempo como responsable diocesano recordé mucho a Daniel Gil que me decía: ‘El obispo tiene la culpa de todo, vos no te hagas mala sangre. Hagas lo que hagas, tenés la culpa’”.

En 2016, su diócesis fue una de las más señaladas por presuntos casos de abuso sexual de parte de sacerdotes a menores de edad. Cuatro curas fueron denunciados, entre ellos el párroco de la Catedral de Melo, pero luego de investigar los casos, sólo uno estaba vinculado a menores, y si bien terminó en la Justicia no prosperó porque el denunciante no se presentó. El resto obtuvo sanciones porque se probaron conductas inadecuadas y faltas al celibato (ver recuadro al final de la nota).

“Hicimos el esfuerzo por llegar a la verdad y hacer justicia”, dice sobre aquellos momento. Quienes vivieron esos días con él señalan que “fue como navegar en un mar furioso”. “Lo sufrió en su salud”, cuenta Márquez, el administrador de la diócesis. Aguirre, el cura amigo, agrega que “fue una carga muy fuerte”. “Se le vinieron diez años de vida de golpe”.

Durante el obispado de Bodeant, además, se inauguraron las dos comunidades para varones y mujeres, de la Fazenda de la Esperanza, un centro para la rehabilitación de personas adictas que marcó positivamente la vida del cura y a la ciudad toda. “Ahí me encontré con la dimensión de la fragilidad humana”, recuerda el obispo.

Para Aguirre, a su vez, en la Fazenda “mucha gente cambió la imagen de la Iglesia gracias al trabajo y a la vida de Beto”. En este sentido, la responsable del hogar femenino, Katyuscia Fernandes, define a Bodeant como un “compañero” que “siempre” expresó su cariño “como padre y amigo”. “A él no le gustaba que le dijéramos monseñor”, señala.

Por eso, en ese lugar donde el cura conoció a fondo la fragilidad, surgió su último y más curioso apodo, como abreviación: “El Monse”.

Encuentro

Casi doce años después, la sensación que hoy tiene Beto no es distinta a la de su despedida de Salto en 2009. “Cuesta desprenderse de un lugar al que uno ha llegado a pertenecer”, dice sobre su adiós a Melo.

Hoy, el obispo de 65 años reconoce que, en su nueva tierra, solo tiene un único deseo: “Siento una gran necesidad del encuentro con la gente”.

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El obispo, con la Catedral canaria detrás, dice que siente una gran necesidad de "encuentro" con la gente.

A lo lejos, a 370 kilómetros de la Catedral de Canelones, en Melo, la curia se siente más vacía para Márquez. “Se lo extraña”, asegura. En la Fazenda también lo echan de menos. Pero aún lo pueden seguir, a la distancia, a través del canal de Youtube donde el obispo sube mensajes y reflexiones.

Bodeant dice que su nuevo despacho, ordenado y prolijo, no se parece en nada a su habitación donde aún tiene varias cajas apiladas luego de la mudanza. “No recuerdo haber tenido tantos días de desorden”, confiesa.

El orden le demandará un tiempo y no sabe cuándo podrá dedicárselo porque ahora hay otras cosas más urgentes que le reclaman atención. “Espero haberlo hecho antes de que nombren al próximo obispo”, bromea.

Las denuncias en Melo

En 2018 se denunciaron públicamente cuatro casos de presunto abuso sexual a menores por parte de sacerdotes, sobre los que Bodeant debió investigar. En ese momento, un joven dio su testimonio al programa Santo y seña sobre hechos de años anteriores. Apoyado por una oenegé italiana, lo denunció penalmente en su país porque allí se había radicado pero luego, cuando fue llamado a declarar por la Justicia, el joven no se presentó. El hombre murió en un accidente de tránsito en Uruguay, donde se había radicado por su cuenta. El mismo joven denunció a otros dos curas, uno de ellos estaba radicado en Argentina, por lo que se le comunicó al obispo de su diócesis, mientras que el otro fue suspendido en su ministerio por cometer actos imprudentes, como reunirse con menores a solas, pero no se probó abuso sexual. Bodeant contó que el joven que denunció luego declaró que a él no le hizo nada. Tampoco se hizo denuncia policial o judicial en ese caso. El último caso fue el del párroco de la catedral de Melo, quien fue suspendido por faltar al celibato al vincularse con hombres adultos. Luego volvió al ministerio con la advertencia de ser suspendido definitivamente si reincide.

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