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Marcenaro: “Ver llorar a Máspoli cuando se despidió tras la eliminación del Mundial nos mató a todos”

El exzaguero de la selección uruguaya y de Peñarol, ganó el Mundialito con la celeste y la Libertadores y la Intercontinental con los aurinegros y ayuda a decenas de exfutbolistas con Nostálgicos del Fútbol
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23 de agosto de 2020 a las 05:01

Nelson Marcenaro fue un zaguero recio, que iba muy bien de arriba y que se destacaba por sus cualidades técnicas en la cancha. Fue campeón del Mundialito o Copa de Oro con Uruguay, en 1981, y aún hoy siente cierta bronca por la falta de reconocimiento no solo hacia él, sino también a sus compañeros. Fue campeón de la Libertadores y de la Intercontinental con Peñarol en 1982, aunque estaba peleado con el técnico Hugo Bagnulo. Hace algunos años, comenzó con la idea de una movida solidaria, Nostálgicos del Fútbol, y consigue ayuda para exfutbolistas que atraviesan situaciones económicas complicadas. Llegó a atender a más de 80 y hoy lo hace con unos 40 que buscan soluciones en su idea.

¿Cómo llegó a Progreso?

Me vino a buscar un directivo, amigo de mi padre, para jugar en la Quinta. Tenía 13 años y no quería ir. Me encantaba jugar al fútbol pero en el cuadro de barrio. Como que me llevaron a prepo. Y empecé, salimos campeones y con 15 años estaba en Primera y debuté. En esa época, en los picados del barrio había tipos de 40 y pico de años y gurises de 12, y ahí estaba metido yo. Y capaz que dribleabas a alguno y venía un veterano y te pegaba un roscazo. Ahí tenía a mi padre y a mi tío que me defendían. Viví un montón de grescas. Debuté con 15 años en la B en esa época, en 1967. Capaz que Progreso perdía, y los hinchas los tiraban para el Pantanoso para abajo. No había revólveres ni nada, era todo a golpes de puño. Era salado eso. Cuando debuté, no tenía zapatos de fútbol y me los daba el club. Había una bolsa de zapatos y vos elegías el que querías. Yo calzaba 45, y los únicos que me calzaban, eran bota, se usaban más arriba del tobillo y era con las únicas que podían jugar. Porque no había de ese número. Recuerdo que la pelota tenía aquella lengua que salía y si se mojaba y la cabeceabas, te mareaba, te mataba, era muy dura.

¿La familia ya jugaba su papel?

Éramos una familia humilde. Papá trabajaba en una barraca de lana y mamá era costurera. Y con las penurias de esa época. Además de mí, estaban mi hermano (Roland, actual técnico de Cerrito) y mi hermana.

¿Usted ya era zaguero?

No, jugaba de 5, era volante. En el año 1971 me citaron para una selección preolímpica. Gutiérrez Ponce era el preparador físico y Ricardo Zamora como entrenador. Yo era el único jugador de la B que fui citado. Tenía 19 años. Me puso de zaguero izquierdo y desde ahí jugué en ese puesto.

“El fútbol de ahora ya no lo entiendo y el de antes, ya pasó”

¿Qué significó para usted?

Ese fue el salto para Venezuela. El Cata Roque me vio y me llevó para jugar en Portuguesa y fui cinco años campeón. Vino un amigo suyo, me dijo que Cata le dijo que me viniera a buscar. “Usted va a ganar US$ 5.000 de prima y sueldo”. La casa de mis padres era un rancho de lata y con esa plata, le hacía la casa a mis padres. Estaba loco de la vida.

¿Qué significó su familia?

Todo. Imaginate que estuve cinco años y medio en Venezuela y todos los años venía para Uruguay a ver a mis padres. Por eso cuando Peñarol me compró, fue la alegría más grande de mi madre. Nunca la voy a comparar con nada. Aparte de ser hincha de Peñarol, saber que el hijo iba a estar acá, era una doble alegría. Cuando me contrataron de Venezuela, me dieron los US$ 5.000, fui a casa y le dije: “Mamá, mirá”. La vieja agarró la plata y la tiró para arriba de contenta. Me acuerdo que después iba juntando los pesitos del piso por todos lados. Todo el mundo laburador y sabía que con esa plata, al rancho de lata le ponía paredes de cemento.

Marcenaro señala un cuadro en el que se encuentra él cuando defendía a Portuguesa de Venezuela

¿Y qué sintió usted?

Nada. La verdad, nada. Alegría, que mis padres estuvieran contentos. No porque pudieran arreglar la casa, sino por verlos contentos.

¿Cómo vivió en Venezuela?

Había muchos uruguayos y una casa enorme para los que veníamos del exterior. Era un equipo muy potente. Portuguesa compró a Jairzinho, que había sido campeón del mundo con Brasil en 1970. Teníamos un cuadrazo.

¿Cómo era jugar con Jairzinho?

Yo era un gurí. Me hice muy amigo de él, me enseñó mucho, me daba muchos consejos en esa época. Fue el único equipo venezolano en llegar a semifinales en Copa Libertadores y en aquella época (1977) que el fútbol venezolano no era como el de hoy que es un poco más competitivo. Le ganamos 3-0 a Inter y después perdimos la semifinal. Jugamos amistosos contra la selección de Perú, la de Ecuador, vino Cosmos y jugamos contra Pelé, Beckenbauer, Carlos Alberto, el capitán de Brasil campeón del mundo de 1950.

¿Qué significó enfrentar a esos monstruos, sobre todo a Pelé?

No le daba tanta importancia. Te digo más. El día que jugamos contra Pelé, todos mis compañeros se iban a sacar fotos con el negro y yo fui el único que no me saqué una. Yo decía: “Yo voy a ser mejor que este negro”. No llegué a ser mejor (se ríe), pero lo que era la juventud. Yo pensaba “qué me voy a sacar una foto con este”. Algún latazo sí le pegué. Empatamos 1-1. En mi posición, me encantaba enfrentar a Beckenbauer, era una cosa de otro mundo.

¿Le resta importancia a haber jugado con todos esos jugadores?

Está bueno, pero son recuerdos, yo vivo el día a día. Vos me hacés una entrevista y me decís “Nelson, vamos a hablar de fútbol”, no hablo contigo. Hablo de la historia como ahora, del grupo que armamos y la gente que estamos ayudando, me encanta hablar. El fútbol de ahora, ya no lo entiendo y el de antes, ya pasó. Glorias como el Tito Goncálves como el Bombón González, que se nos mueren, que se nos van y veo que así como vinieron se fueron y chau… ya está. Lo que me pasó a mí o lo que viví, uno lo lleva adentro, pero tampoco es para expresarlo: “Ah, mirá, yo jugué con este, jugué con aquel”.

“No peleábamos por plata; ya el hecho vestir esa camiseta, de entrar al Estadio, estar en ese club, para mí era una cosa enorme”

¿Y por qué dice que no lo entiende al fútbol de hoy?

(Piensa mucho). Si vos viste fútbol de antes, no tiene nada que ver con el de ahora. Jugando en Progreso, Peñarol me llamó a practicar con 17 años, después de aquel Preolímpico. Me mandaron a Peñarol y estuve tres días haciendo una prueba. No te miento: para practicar había 80 jugadores. Se hicieron casi 10 partidos en Los Aromos y yo jugué el  último. Era impresionante. Me pusieron de puntero izquierdo, andá a correr allá. Cuando después con el paso de los años, Peñarol me contrató, que estuve cinco años y pico, no me olvido más, Morena ganaba US$ 2.500 por mes y me dijeron que yo iba a ganar US$ 2.000. Solo el hecho de estar jugando en ese equipo, era algo espectacular para mí. Cuando me fui en 1983, tenía un año más de contrato y yo ni sabía. No peleábamos por plata. Ya el hecho vestir esa camiseta, de entrar al Estadio, estar en ese club, para mí era una cosa enorme. Hoy no existe. Antes vos jugabas por la camiseta, por tu familia, por tus amigos, vos sentías algo. Ahora ves a los muchachos –está bárbaro porque es menos gente que vas a ayudar mañana porque harán algún peso– que juegan acá y mañana se fueron. Ya está. Si te digo decime la alineación de Peñarol de hace tres años o de Nacional de cinco años, no te acordás. Ahora, te pregunto del campeón del mundo de 1982 o de Nacional de 1971 y te acordás, porque casi siempre jugábamos los mismos.

¿Cómo llegó a Peñarol?

Latorre me fue a buscar a Venezuela, a Acarigua donde yo vivía. Estuvo dos días buscándome. Nos sentamos en un café y me dijo para venir a Peñarol. A mí me conocían por los partidos que te dije de la Libertadores.

¿Era un sueño para usted?

Ah, sí. Una alegría enorme. Como te dije que había otras cosas que no sentía tanto, esto sí lo sentí. Aparte estuvo a punto de no salir porque también estaba para venir el Quico Salomón que jugaba en Inter y se quebró la pierna. Ahí arranqué yo.

¿Qué se encontró de distinto en Peñarol?

Nada. Llegué a Peñarol en 1978 un lunes a Los Aromos, el técnico era Dino Sani. Me dijo: “Mire, el domingo usted va a jugar el clásico”. No conocía a mis compañeros. Para mí, jugar en Peñarol era muy importante, y yo tenía una base muy importante a nivel internacional, estaba fogueado por todos los partidos que había jugado en la Libertadores. Entonces, jugar un clásico era más fácil que jugar contra River en el Monumental o contra Cruzeiro en Belo Horizonte. Y salió bien, porque no nos hicieron goles y salimos 0-0.

¿Cómo describe al Indio Olivera?

Un amigo. Hasta el día de hoy me llama o me escribe por Whatsapp a cada rato, que le duele la pierna, le duele el ojo, o esto otro y ahí estamos nosotros llevándolo para acá o para allá. Es una amistad, que es lo que queda del fútbol. El fútbol de antes, lo que te dejaba era la amistad. No te dejaba plata. Te dejaba amistad. Como jugador, se quebró como 18 veces y había técnicos que no lo querían, otros que sí. Todos pasamos por esa. Cuando jugábamos un clásico me decía, “andá vos adelante” y él venía atrás siempre. También jugué mucho tiempo con el Bomba Cáceres. Era muy impetuoso. No lo bajabas con nada.

“Se reprochó el Mundialito a nivel dictatorial, de dictadura; en esa época, a nadie le importaba un carajo eso”

¿De los técnicos, aprendió algo?

Aprendí más de dos: Vladimir Popovic que tuve en Venezuela y que jugó en Estrella Roja (y fue técnico cuando fueron campeones de la Copa de Europa y de la Copa Intercontinental de 1991), es ídolo en Cali. Fuimos dos veces campeón con él. Fue con el primero que empecé a entrenar con pesas en las piernas cuando corríamos, con chalecos de arena cuando saltábamos. Un hombre maravilloso, te enseñaba de todo, un gran motivador. El otro fue Roque Máspoli que lo tuve en la selección tres años y era un pan de Dios. Sabía mucho. Hicimos una especie de proceso, como dicen ahora, que terminó mal. Hicimos la Copa América, gira por Europa, amistosos, el Mundialito, las Eliminatorias para el Mundial de España 82. Perdimos esas Eliminatorias perdiendo un partido con Perú, de los últimos 14 que habíamos jugado. No había chance en esa época. Perdías un partido y quedabas afuera. Ahora jugás 18 partidos y perdés tres, capaz que podés remontar. Antes no remontabas.

¿Cómo vivió el Mundialito o Copa de Oro que ganaron?

Fueron tres partidos y hasta hoy, lamentablemente nadie lo reconoció. ¡Cómo cambian las cosas! El estadio tenía 70 mil personas de capacidad y en todos los partidos, había más de 70 mil personas. Cada vez que salía el ómnibus de Uruguay para el estadio, había columnas de gente y gente por todos lados. Hoy se reprochó el Mundialito a nivel dictatorial, de dictadura. En esa época, a nadie le importaba un carajo eso. Cuando ganamos el Mundialito, la gente fue impresionante lo que festejó. Entonces te da bronca que después de tantos años no haya un reconocimiento –no a mí–, a los muchachos que realmente la ganaron.

Nelson Marcenaro junto a Ernesto Vargas, Jorge Barrios y Julio César Morales en el banco de Uruguay en el Mundialito

¿Por parte de la AUF dice?

De la AUF, te diría del Gobierno, de la gente. Esconder una cosa de esas… Si el Mundialito lo hubiera ganado Argentina o Brasil, estarían tirando cohetes por todos lados. Pero lo ganamos nosotros.

De alguna forma le duele.

Ah, sí. Creo que a todos los muchachos les duele. Que una Copa de Oro como esa que ganamos, esté guardada en un banco... ¿Cuánto hace que la ganamos? ¡40 años! Y está guardada en un banco, no está ni siquiera en el Museo del Fútbol, no está exhibida. Hace poco hablé con el señor (Ignacio) Alonso (presidente de la AUF) y me dijo que la va a sacar del banco y la va a exponer en el Museo del Fútbol.

¿Y qué explicación le da para que se mantenga en un banco?

Dice que es muy cara. Ahora, qué es muy caro para ellos, no tengo ni idea.

¿Quién se lo dijo? ¿Alonso?

Y lo decía Wilmar Valdez también. Desde que hicimos una campaña por Twitter, se movió la cosa. Wilmar fue al banco después de 30 y pico de años, la mostró, pero nunca llevó a un jugador de fútbol para que la viera. La vio él y un directivo más que no me acuerdo quién fue, le sacaron una fotito y la guardaron de nuevo. Y ahí sigue guardada. Como para decir, ‘miren, nadie la robó, está acá’. Pero todavía no apareció. Esta directiva de la AUF dice que este año la va a exhibir.

¿Cómo vivió ese momento en el grupo?

Estábamos muy compenetrados. Esa copa fue en plenas fiestas de fin de año. Pasamos en la hostería de San José encerrados y celebramos Fin de Año sin la familia que nos pasó a saludar, pero se fue y no pasó con nosotros. No salíamos y veníamos de casi 30 días antes con prácticas de tres veces por día. Fue una minipretemporada.

¿Qué recuerdo le quedó?

Los amigos. Hasta el día de hoy tenemos un grupo de Whatsapp que siempre nos comunicamos, aunque nunca nos encontramos.

¿Y la camiseta?

La camiseta… Buena pregunta esa. Mi camiseta se la ponía al que te dije (y señala al perro Teddy). Vos te reirás. El valor que le dábamos era muy ínfimo. Nunca pensamos en que una camiseta se podía vender en miles de dólares. Jamás. Mi camiseta de Peñarol se la regalé a un botijita en la calle. Antes de ese Mundialito, hicimos una gira por Europa y jugamos contra Yugoslavia, Italia, enfrenté a Paolo Rossi que un par de años después fue campeón del mundo y goleador. Yo dormía con esa camiseta. La de la Copa de Oro se la ponía al perro porque tenía frío. Hasta que un día, hace un par de años atrás, un tipo me dijo que me daba US$ 2 mil por la camiseta. ¡US$ 2 mil! Revolví todo y no la encontré. Andá a saber dónde fue a parar esa camiseta.

“Te da bronca que después de tantos años no haya un reconocimiento por el Mundialito”

Con Peñarol fue un momento lindo ganar la Libertadores en 1982.

Fue hermoso. Ahí yo tenía problemas con Bagnulo, venía complicada la cosa y en 1982 me la tuve que bancar tranquilo.

¿Qué quiere decir con que se la tuvo que bancar?

El hombre no me quería para nada a mí. En 1981, el año anterior, habíamos salido campeones con Cubilla como técnico y en el último partido me rompí el tendón de Aquiles y estuve tres meses parado. Cuando vino el hombre, me di cuenta que no sé por qué, nunca supe, no me quería. Jamás me llamaron para practicar desde Peñarol. Me fui a practicar esos tres meses solo al Prado, iba a ver al médico del club yo solo. Y me presenté yo mismo cuando me dio de alta. Con Bagnulo en ese año 1982 me presenté y él me dijo: “Mire, yo a usted no lo preciso”. Entonces le dije: “Me voy”. Y me contestó: “No, usted se va a quedar igual acá”. Me quedé todo el año, jugué un partido por esa Libertadores contra Gremio cuando ya estábamos clasificados. Ganamos todo, pero para mí personalmente fue un año complicado. Antes de ir a Japón por la Intercontinental, me desgarré y no fui. Cataldi me dio la medalla. Recuerdo que hace poco la subasté porque precisábamos capital para colocar a Juan Vicente Morales (integrante de aquel plantel) en una casa de salud.

Con todos los alimentos que guarda para los Nostálgicos del Fútbol

Peñarol era muy distinto al de hoy en todo sentido, ¿verdad?

Peñarol me dio un Fiat 128 de 1971 para movilizarme y eso estaba bárbaro. Pero el auto se rompía. Yo me tomaba el ómnibus desde acá, desde La Teja, me iba hasta 8 de Octubre y por ahí pasaba el ómnibus de Peñarol y me llevaba hasta Los Aromos. Y así a la vuelta igual. Éramos campeones del mundo y corríamos todos por el Prado. Y éramos campeones del mundo, y nos tomábamos un ómnibus igual. ¿Vos te pensás que la gente te conocía porque eras campeón del mundo? ¡No! Con los cambios que hay hoy, si jugás en Peñarol, andá a practicar al Prado. Van 200 mil personas. Las redes, la difusión, cambiaron todo. Y eso que no son campeones de América ni del mundo. ¿Vas a ver a un jugador de hoy de Peñarol, Nacional o de la selección que se tomen un ómnibus? ¡No! Spencer iba con el bolsito a la esquina, igual que Obdulio (Varela) a tomarse un ómnibus. Hoy no lo hacen. Pero capaz que no es que no quieran, tampoco pueden. Es tanta la difusión, que no los dejarían tranquilos.

¿Qué significó quedar fuera del Mundial de España 82?

Jugué contra Colombia ya eliminados allá en Bogotá el último partido. Empatamos 1-1. Cuando terminamos ese partido, Roque hizo una reunión con todos los jugadores y nos explicó que terminaba el proceso. Se puso a llorar delante de todos nosotros. Ver a un tipo de ese nivel, llorando delante todos nosotros, campeón del mundo, una persona que fue sensacional con el grupo, que perdimos un partido entre 14 y quedamos fuera del Mundial, a todos nos mató. Lloraba a moco partido. Roque era enorme de estatura y verlo mal fue una cosa fuerte.

“La Copa de Oro la ganamos hace 40 años y está guardada en un banco”

¿Bagnulo nunca le explicó por qué no lo quería?

Nunca lo entendí bien. El hombre era muy especial, no podías encararlo. Yo era joven y muy calentón. Él era veterano y a mí me enseñaron a respetar a la gente mayor. Lo que me chocó mucho fue que ni bien llegué y venía de la lesión y de ser campeón el año anterior, que él me dijera que no me quería. Esas palabras me quedaron en la cabeza todo el año 1982. Recuerdo que al Indio (Olivera) lo suspendieron nueve partidos, los jugué todos, y en casi todos los partidos, uno de los mejores era yo. Volvió el Indio y yo salí. Así me fue tirando para abajo mal. Vos sabías que entrabas y salías. Son las cosas del fútbol y yo las entiendo y más la entiendo porque fue un año que Peñarol ganó todo.

¿De dónde surgió su idea de ayudar al prójimo con esto de los Nostálgicos del Fútbol?

No es ayudar al prójimo. Al principio, fue ayudar a amigos. Empezó con Juan Vicente Morales que necesitaba una mano. Salió en la radio que estaba durmiendo sobre un cartón por el BPS y era mentira. Con Roberto Namús, el padre de Chris, la boxeadora, salimos a buscarlo en su auto por todo el Prado y lo encontramos. Estaba mal. Y justo unos días antes habíamos hecho un convenio con La Española para 10 sociedades médicas gratis, exentas de todo. Fue bárbaro porque enseguida lo encontramos y tenía artrosis en las rodillas. Lo internamos y se curó.

¿Y cómo lo encontraron?

Recorrimos medio Prado, porque nos mandaban para todos lados cuando preguntábamos. Iba a un bar que estaba cerca. Él vivía en un galpón con el hermano que cuidaba ómnibus, pero iba a quedar en la calle. Le conseguimos una jubilación por discapacidad y una casa de salud. No recomiendo una casa de salud, pero si tu familia no se hace cargo, no hay otro lugar a dónde ir.

¿Qué siente con esta iniciativa?

Para mí es algo obligatorio. Cuando vos llegás a cierta edad y tenés la fuerza y las condiciones de dar una mano a los demás, tenés que hacerlo. Yo no tengo un mango. Tengo una jubilación asquerosa y mi mujer trabaja porque alguien tiene que trabajar en esta casa (se ríe). Pero a mí me encanta ayudar. Si tengo la virtud o la bendición de que tengo gente que me da una mano cuando quiero hacer esas cosas, tengo que hacerlas. Si Tenfield me trae todos los meses un camión de comida, tengo que repartirla. Si la Fundación Celeste me trae frazadas, acolchados, estufas, tengo que repartirlos. Si la sociedad médica me da espacio, tengo que darlo. Además, quiero agradecerle a Leonardo Barizzoni porque fue a competir en El Precio Justo y nos eligió para darnos el dinero ganado. Fueron $ 290.000 que nos vinieron de novela, justo antes de que comenzara la pandemia en Uruguay. Con eso pagamos luz, agua, teléfono y por suerte, vamos a tener para varios meses.

Empezó de la nada y creció exponencialmente.

Cada vez que viene una persona a buscar algo, estoy media hora hablando con ella. Capaz que es la única media hora que habla con alguien. Y yo les veo las caras cuando vienen y pensás: “Ojalá que a uno no le pase”. Y mirá que tenemos a más de 40 personas ayudando –llegamos a tener a más de 80– y te llaman y te llaman y vos tenés que estar. El día que vos no estés, se complica. Para ellos es fundamental. Yo me siento bien. Me puedo morir tranquilo.

Hace un minuto hablaba de una bendición. ¿Cree en Dios?

Sí. No soy de la iglesia, no soy de los curas, pero rezo todas las noches.

A su Dios…

A mí Dios. No te olvides que en marzo tuve un ACV a las 4 de la mañana durmiendo. Tengo una sociedad médica y nunca en mi vida fui. Nunca en mi vida tomé medicamentos. Jamás. Y me desperté un día a las 4 de la mañana con un ACV, tirado en el suelo, vomitando. Decir que gracias a Dios estaba mi hija y llamó a la sociedad. Acá no tenés fecha de cuándo te morís.

¿Cómo siguió eso?

Gracias a Dios, bien. El cigarro es el problema que por ahora sigo fumando. Pero en ese momento tomaba alcohol y en estos cinco meses no tomé más. El alcohol lo dejé del todo. El médico me hizo todo tipo de exámenes y no me encontraron nada.

¿Tuvo secuelas?

Nada. Me dio vértigo en el cerebelo y hasta ahora tomo pastillas. Me dijeron que fue un ACV grave y que había que cuidarse.

¿Le dijeron que estuvo cerca de la muerte?

Me dijeron que si no hubiera jugado al fútbol podía haber salido con una silla de ruedas. Le dieron mucha importancia al estado físico de uno. Estuve 40 años haciendo deporte, por más que ahora no hago nada. Según los médicos, eso fue muy importante.

¿Piensa que “su” Dios le dio una oportunidad más?

Sí. Después de lo que me pasó, cada vez que me despierto, agradezco. Si vos estás bien, te sentís bien y no sabés si al otro día te vas a despertar… Yo estuve meses luego de este episodio, cada vez que tenía que ir a dormir, esperaba a las 12 de la noche o a la 1 de la mañana para ver si me podía dormir porque pensaba: ¿Me despertaré? Estuve 20 años sin ir a la sociedad médica, no tomaba ni aspirinas, nada, me sentía bien de todos lados y ¿no sabés si te vas a despertar? Algo hay.

“La camiesta de la Copa de Oro se la ponía al perro porque tenía frío”

¿Y le cambió el pensamiento en algún sentido?

(Piensa). Vivir mejor la vida. Pero depende de cada uno qué es vivir mejor la vida. Para mí no es salir a pasear, es seguir ayudando. Eso es vivir mejor la vida.

¿O sea que con los Nostálgicos le encontró otro sentido a la vida?

Sí, sin querer queriendo, como dijera el Chavito. Sí, le encontré el motivo, realmente. Te sentís bien. Tendrías que estar acá cuando vienen y cómo se van.

¿Qué es la felicidad para usted?

(Piensa). Esto. Tener tu lugar, tu familia, poder estar bien. Yo estoy bien y no preciso plata para estar bien. ¿Entendés lo que te digo? Hay gente que es feliz con tener un auto nuevo o tener tres mansiones. He ido a hablar con gente que tenía mansiones que me han llamado. Entrabas y la sala de estar nomás era como toda mi casa, y a los 20 o 30 minutos me tenía que ir a hacer otra cosa, y me rogaban que me quedara. Esa persona, millonaria, con tremenda mansión, capaz que contigo era con quien podía hablar. No había más nadie en esa casa. Vos te das cuenta. Entonces, acá en La Teja, lo que vos quieras, pero hay gente todo el día, acá vienen a cada rato, traen, llevan, viene mi hija ahora y trae amigos, siempre hay movimiento en la casa. Más feliz que esto, imposible. Con eso me alcanza y me sobra.

¿Se arrepiente de algo?

(Piensa mucho). Es una buena pregunta. Tengo casi 68 años. Siempre hay momentos para arrepentirse, pero es la vida. Vos te podés equivocar, le podés errar a las cosas, pero siempre tenés otra oportunidad. Hay muchas cosas que decís: “¿Lo haría de nuevo?”. Y no sabés si lo haría de nuevo. Soy casado dos veces, tengo cuatro hijos en Italia. Mirá que cada cual tiene su historia… Mis hijos en Italia están mejor que cualquiera, gracias a Dios, no precisan nada, están todos bien, me comunico con ellos de vez en cuando. Hace más de 20 años que me casé de nuevo, tengo otra hija de 18 años, hice otra vida, siempre en la misma casa y acá sigo.

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