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2019, la disrupción movimentista

Si bien cada conflicto presentado durante 2019 obedece a connotaciones propias, todos aparecen como movimientos antisistema en cuanto interpelan valores, instituciones y lógicas económicas
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08 de enero de 2020 a las 22:27

Por Julio Echeverría*

Las movilizaciones y los conflictos que se han presentado durante 2019 dejan una sensación de sorpresa y perplejidad; sorprenden por su contundencia, por su carácter contestatario, por su violencia y radicalidad. El aparecimiento en cascada en distintas ciudades y regiones del mundo ubica la escena global como el teatro de los acontecimientos: ¿Estamos frente a un nuevo ciclo de intensificación de la globalización?, ¿La radicalidad de los conflictos anuncia el ingreso a una nueva fase de mas intensa integración global, a pesar de los reclamos de los nacionalismos y localismos de muchos procesos sociopolíticos? ¿Son estas expresiones, nuevas formas de resistencia hacia algo que no se logra aún entrever con claridad y que expresa esta nueva tendencia?     

Si bien cada conflicto obedece a connotaciones propias, todos aparecen como movimientos antisistema en cuanto interpelan valores, instituciones y lógicas económicas. Sus agendas son diferenciadas: en unos casos, se trata de resistencia frente a ajustes en la economía (Ecuador); en otros, a demandas de justicia distributiva (Chile); a reclamos por autonomía territorial (Cataluña); o de transparencia en el funcionamiento de las instituciones democráticas (Bolivia); su explosividad aparece en distintas y distantes latitudes, Hong Kong, Líbano, Turquía, París. Se trata de movilizaciones que aparentemente no se identifican por sus agendas, pero si por sus formas de impugnación y por sus desenlaces; todos parecen ser conflictos que no tienen soluciones viables en el corto plazo y que podrían regresar a estados de latencia prolongados; sin embargo, se percibe también que podrían retornar con igual o mayor intensidad. Es probable que estemos frente a un ciclo de movilizaciones globales, cuyos perfiles aún no logramos identificar con claridad.

La recurrencia global del conflicto nos aboca a la necesidad de reconocer líneas comunes, nos enfrenta a un escenario de cambio de época que está fuertemente relacionado con realidades emergentes como la innovación tecnológica o la gravedad de la crisis ambiental, que inciden fuertemente en esta escala o nivel.

Dos líneas de reflexión se vuelven necesarias: la primera, atiende a sus determinaciones causales, la segunda, indaga sobre las motivaciones de los actores, sobre los sentidos y las semánticas que se derivan de estos cambios de estructura.

Las determinaciones causales tienen que ver con transformaciones inducidas por los intentos de conducir la economía global en un contexto de grave crisis ambiental y de colosal traslación tecnológica que redefine los procesos productivos mediante innovaciones en la automación, robotización e inteligencia artificial; una tensión a la sobreacumulación de capital en los sectores financieros, que encuentra serias dificultades para acoplarse a economías que transitan con dificultad hacia la consolidación de estas nuevas tendencias; dinámicas que en su conjunto generan exclusión de amplios segmentos de fuerza productiva, o los condenan a tareas altamente precarias y tendencialmente prescindibles. Son las clases medias globales las principalmente afectadas; sectores que acusan relativamente altos niveles de preparación profesional, pero que no encuentran canales de inserción en mercados laborales que tienden también a redefinirse radicalmente.

La innovación tecnológica en los campos de la información y de la comunicación funciona como ‘dinámica estructurante’ de esta nueva globalización; es el motor de las demás innovaciones; no solo vuelve más eficientes los procesos productivos, sino que acelera los flujos de politicidad y de comunicación.

La segunda línea de reflexión nos conduce a pensar cómo está siendo enfrentada, consumida, asimilada esta transformación tecnológica; aquí nos topamos frente a una enorme ambivalencia; el actor social se encuentra en una nueva plataforma comunicacional que condiciona sus dinámicas de percepción y elaboración discursiva; vive la comunicación como un efecto de inmediatez y de aceleración que le permite ‘estar con los otros’, compartir percepciones, emociones, pero al mismo tiempo exacerba su narcisismo, una tensión que contrasta con la simulación de comunidad que las redes sociales anuncian y que termina por producir insatisfacción y desencanto; el conflicto derivado de la alta exposición a la comunicación tecnológicamente inducida, emerge como indisposición a la comunicación, justo cuando la comunicación con el otro finalmente parecería estar al alcance, lo cual produce un efecto de ‘retorno a las calles’, al escenario del contacto efectivo y real, a la realización en la ‘comunidad efectiva’.

Las redes sociales son ahora el principal medio de comunicación, de movilización, de creación de narrativas, de falsación de verdades; los fake news son armas mediáticas de atemorización del adversario, pequeñas escaramuzas de terrorismo en línea, son el non plus ultra de la virtualización del discurso, porque se sostienen en pobres apoyos de verosimilitud, y, sin embargo, son productores de efectos reales, de transformaciones en las formas de percepción, de elaboración y de acción. 

La nueva globalización vuelve patente aquello que ya se veía; una imagen de futuro imprecisa y amenazante y una necesidad de regresar al pasado, a vivir de sus certezas, de sus semánticas. La dinámica del conflicto parecería no lograr anudar pasado y futuro y al no hacerlo, el presente emerge como generador de malestar y desasosiego. Mucho de la revuelta y del conflicto refleja este no querer permanecer en una condición de extrema incertidumbre.

La paradoja contemporánea podría rezar así: la racionalidad económica, los equilibrios macro fiscales o la necesidad de enfrentar la crisis ambiental global, aparecen como generadores de inequidad y de exclusión, cuando podrían ser elementos de un nuevo pacto social, que apunte a la reducción de la pobreza y la inequidad, que plantee nuevas condiciones para el desarrollo sostenible del planeta.

No es suficiente la lógica del antagonismo, tampoco la del hegemonismo o del autonomismo que entran en juego en la conflictividad contemporánea; estas parecerían ser formas a las cuales acudieron los movimientos sociales que caracterizaron a las fases anteriores de la globalización; la acción colectiva tendrá capacidad de incidencia en esta nueva fase, si se trata de movimientos masivos, pacíficos, pero intransigentes en su capacidad de impacto, y ello pasa por depurar las formas de su impugnación.

*Julio Echeverría es Sociólogo y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Quito). Doctor en Sociología, Università degli Studi di Trento, Italia. Especializado en análisis político e institucional, sociología de la cultura y urbanismo.

www.latinoamerca21.com, un proyecto plural que difunde diferentes visiones de América Latina.

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