Hace dos semanas, la economista Diana Mondino se reunió en Munich con el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares. Fue durante la Conferencia de Seguridad Internacional donde los europeos solo hablaban de dos noticias que los conmovían.
Una era la muerte del dirigente opositor ruso, Alexei Navalny, quien se sumó en una cárcel de Siberia a la cadena de muertes inexplicables de los enemigos de Vladimir Putin.
Y la otra eran los reclamos de Volodimir Zelensky para que la Unión Europea no deje sola a Ucrania ante la impunidad del gran oso ruso.
Un escenario ideal para que las deudas políticas y económicas entre Argentina y España se retomaran en la mayor de las discreciones. El planeta estaba en otra cosa.
No es fácil la situación para Diana y José Manuel. Sus presidentes no se quieren y ni siquiera se detestan en silencio.
Cada ocasión ha servido en estas primeras semanas del año para que Javier Milei y Pedro Sanchez se arrojen con el primer adjetivo que tengan a mano.
Pero son dos países con demasiados lazos en común como para congelar una relación de más de dos siglos.
Cornelio Saavedra y el Virrey Sobremonte. San Martín y Ortega y Gasset. García Lorca y Gardel. Eva Perón y Francisco Franco. Di Stéfano y Lola Flores. Serrat y Héctor Alterio. Alfonsín y Felipe González. Pedro Sánchez y Javier Milei. Los nombres de la política y de la cultura cruzan desde entonces los diez mil kilómetros sobre el océano Atlántico.
El primer choque entre Sánchez y Milei había sido durante la campaña electoral en la Argentina.
Sánchez apoyó al peronista Sergio Massa e intentó encasillar a Milei como un alfil de la “ultraderecha”, la etiqueta que el socialista utiliza para descalificar a sus enemigos de Vox y para congelar las chances del Partido Popular de disputarle el poder.
Luego vino la batalla ideológica que tuvo lugar en el Foro Económico de Davos.
Pero, como bien analiza Fernando Pedrosa en otra columna de El Observador España, las categorías ideológicas de España no son simétricas con las de la impredecible Argentina.
Claro que mientras los fuegos artificiales se consumen en la política, España y la Argentina han comenzado a dialogar entre sus cancillerías sobre lo que verdaderamente importa: las deudas, y cómo, cuándo y con qué intereses se van a pagar.
El dato a tener en cuenta es que las señales políticas se han ido produciendo con sigilo y con continuidad.
Era previsible que el socialista Sánchez no asistiera a la asunción del libertario Milei, pero quien sí dijo presente en Buenos Aires para diciembre fue el Rey Felipe VI.
Luego la canciller Mondino recibió a la embajadora española en la Argentina, María Jesús Alonso Giménez, y a comienzos de febrero España le dio el plácet a Roberto Bosch, el diplomático que acaba de ser nombrado embajador argentino en Madrid.
El último hito fue la reunión entre Mondino y Albares en Munich. Bastante significativo para un vínculo que Cristina Kirchner había destrozado y que el cortocircuito Sánchez-Milei prometía empeorar.
Pero no. La recomposición bilateral parece venir de la mano de la economía y pese a que la dificultad tiene un formato incómodo. Las deudas son de Argentina y los reclamos son de España.
En la cuenta hay tres cuestiones que se destacan del resto, por magnitud y por la sensibilidad de sus actores protagónicos.
No va a ser un trámite fácil, aunque es cierto que la intención del Gobierno es ir ordenando los endeudamientos heredados del kirchnerismo para normalizar la relación con los países importantes del planeta, entre ellos obviamente España.
La canciller Diana Mondino ya ha dejado saber que la Argentina desea contar con el respaldo de España para convertirse en miembro de la Organización para el Desarrollo Económico (OCDE) y resolver allí el destino de sus deudas, y no en el ámbito leguleyo y frío del CIADI.
De eso conversaron en Munich con el ministro Albares. En ambos gobiernos apuestan a un resultado positivo.
La Argentina quiere ser un “international global citizen” (un buen ciudadano global) ha dicho la canciller del gobierno de Milei. En Munich, Mondino puso el foco en la seguridad jurídica para los inversores y en garantizar un clima favorable a la iniciativa privada, con reglas transparentes y predecibles.
No será fácil convencer a los españoles. Hay un conflicto bilateral que todavía no se olvida.
Aunque gracias a la facilidad pagadora del hoy gobernador bonaerense Axel Kicillof se llevaron 5.000 millones de euros cash y otros 6.000 millones en bonos, la sombra de la expropiación de Repsol-YPF durante el kirchnerismo sigue siendo un antes y un después en las relaciones económicas entre España y la Argentina.
No se vuelve fácil de aquel fuego.
Hay inversiones españolas expectantes desde que se produjo el cambio de gobierno en la Argentina.
En la primera línea están las compañías energéticas y, sobre todo, las que se dedican a la revolución de las energías renovables.
Además y pese a los encontronazos, las inversiones españolas en Argentina siguen sumando más de 18.000 millones de euros. Los años noventa fueron un manantial que en su momento pareció inagotable.
Como lo ha dicho a este sitio la madrileña Isabel Díaz Ayuso, “Javier Milei es el presidente de moda en Europa”. La frase de la presidenta de Madrid dio la vuelta al mundo con la velocidad supersónica de las redes sociales.
Pero hacen falta muchas más explicaciones y el compromiso de los primeros pagos para que la relación de los socios estratégicos vuelva a transitar por caminos predecibles.
Durante esta semana, Pedro Sánchez está bajando a Sudamérica para visitar Brasil y Chile. Se trata de dos gobiernos amigables, de dos presidentes de izquierda (Lula da Silva y Gabriel Boric) y de dos países donde España mantiene inversiones importantes.
Lo que es seguro es que Sánchez no hará el esfuerzo de extender su visita a Buenos Aires.
Y parece difícil que lo haga mientras Milei sea el presidente de la Argentina.
Tal vez haya otra chance en junio, cuando el argentino pase a buscar por Madrid el premio que le acaba de conceder el Instituto Juan de Mariana, una fundación que cultiva las ideas económicas libertarias.
Pero nadie apuesta un peso, y mucho menos un euro, porque ese encuentro bilateral se produzca.
La histórica relación entre España y la Argentina se irá normalizando por el lado de la economía.
El universo de la política es por ahora un sendero que solo lleva al conflicto y agiganta las distancias.
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